Capítulo 3

3.9K 352 34
                                    

Tras unas cuantas indicaciones por su parte, el carruaje se puso en marcha detrás de los caballos al trote.

Por sus ropas y sus formas, ya debería haber supuesto que ese hombre pertenecía a la aristocracia, pero no pudo ocultar su sorpresa al escuchar el título de vizconde.

—Chastity Aldrich. —contestó.

Intentó descifrar la expresión de su interlocutor, pero nada le indicó que ese hombre se hubiera decepcionado al conocer que la joven que tenía en frente no frecuentaba sus mismos círculos sociales. De todas formas, no parecía ser la clase de hombre remilgado que se pasaba todo su tiempo libre en el club de caballeros, al fin y al cabo, se dirigía a un burdel en el barrio más miserable de la ciudad.

Al principio no dijo nada, puede que intentara pensar de dónde podía proceder ese apellido, cosa que ni siquiera ella misma sabía. Había adoptado una postura cómoda, sin perder la clase. Se había reclinado sobre el asiento, con las piernas ligeramente separadas y el sombrero y la capa a un lado. Daba el efecto de creerse solo dentro del coche, si no fuera porque no apartaba la mirada de ella.

Chastity intentó relajarse sin éxito, a cada casco de los caballos chocando contra el pavimento le venía a la cabeza un motivo distinto por el que no debería de haberse subido al carruaje, y se amonestaba a sí misma maldiciendo en voz baja mientras crispaba los dedos sobre la falda. Deseaba llegar a casa lo antes posible, ver a sus hermanos y olvidarse de aquél hombre, era lo único que anhelaba en aquel instante, mucho más que conseguir trabajo o darle de comer a los pequeños.

—¿La incomodo?

La voz grave del vizconde la sobresaltó.

—¿Disculpe?

—Parece nerviosa.

Lo estaba, realmente lo estaba, pero no pensaba confesarle todas las preocupaciones que le estaban pasando por la mente. ¿En qué momento le había parecido una buena idea aceptar esa mano enguantada?

Se sorprendió con lo intimidante que le resultaba aquél hombre. Ella nunca se comportaba así, Chastity siempre había sido una persona firme, a veces incluso algo fría cuando se trataba de desconocidos, y mucho más si le transmitían una desconfianza evidente, como era el caso.

Atribuyó su debilidad a los últimos días agotadores que había pasado y al cansancio psíquico por todas las preocupaciones que cargaba a sus espaldas, pero decidió mostrarse segura ante el tal vizconde Dunhaim.

Se puso recta, desafiándolo con la postura, reclamando el espacio que le tocaba en el carruaje y haciéndole saber que no le correspondía menos por ser mujer o de clase baja. Notó que esta vez él la miró con curiosidad.

—¿Falta mucho para que lleguemos?

Desde su casa andando había un largo camino, pero no sabía a cuanto equivalía el mismo viaje en coche. Probablemente debían coger otra ruta y quizás eso les hacía perder más tiempo.

Sin embargo, el vizconde se inclinó un poco hacia delante y suavizó la mirada hacia su acompañante.

—Dígame, señorita Aldrich —dijo, como si no hubiera escuchado su pregunta—. ¿Qué hacía a estas horas a las puertas de un burdel?

Chastity se quedó muda en el asiento. Debería haberse esperado que iba a preguntarle sobre el asunto sin el menor tacto y enseguida que tuviera ocasión. Pero claro, una muchacha respetable no se paseaba por esos lares habiendo anochecido, y el dandi que tenía ante sí cumplía con las expectativas que ella se había creado en cuanto al comportamiento de la nobleza londinense. Siempre chismosos.

En la cama de un desconocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora