Prólogo

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La tarde estaba siendo tranquila en White, y Jordan encontraba cada vez más aburridos a todos los caballeros y aristócratas que vaciaban sus carteras en apuestas absurdas o discutían sobre política ahuyentando a cualquiera que defiriera de su opinión. Había días en que se hacía insoportable y decidía que estar en casa con un vaso de brandy en las manos era un velada muchísimo más apetecible. A no ser, claro está, que la llamada de algo mucho mejor llegara a sus oídos, y entonces le era imposible resistirse. Posiblemente esta noche también terminaría en el palco de algún teatro con un elenco de segunda categoría y después en la cama de algún burdel de Whitechapel con féminas dispuestas a complacerle en todos los sentidos. Un plan de lo más seductor que no tardaría en llevar a cabo si Wiltishire o Norfolk no aparecían en unos minutos.

Si había ido hasta el club era porque tenía una noticia para sus dos buenos amigos, los primeros que debían enterarse de su decisión que, esperaba, no afectaría a nada en su vida más allá de su estado civil. En efecto, el vizconde Dunhaim había decidido casarse, algo que no se le habría pasado por la cabeza de no ser porque las altas esferas se frotaban las manos cada vez que aparecía en algún acto público.

La discreción era su mayor aliada. Siempre se encargaba de no dejar ningún cabo suelto, dirigir su vida hacia los caminos que él mismo construía y no dejar que nada se entrometiera en ellos. De esta forma, había conseguido que su vida privada no se filtrara entre la sociedad, lo que, a priori, había sido toda una ventaja. Pero últimamente le estaba provocando dolores de cabeza.

Las revistas de sociedad nunca se habían cebado con él de la misma forma con la que lo habían hecho con otros dandis inconscientes o damas indecorosas. Jamás había tenido que acallar ningún rumor acerca de su persona, pero esto había cambiado. Circulaban toda clase de calumnias acerca del vizconde Dunhaim, algunas de ellos convirtiéndolo en un hombre realmente despreciable, y no soportaba que su nombre estuviera en boca de todos desprestigiándolo de esta manera. Odiaba los rumores tanto como quién los producía, y estaba dispuesto a acallarlos como fuera.

¿Y qué mejor manera de aplacarlos que encontrando una esposa?

Nada infundía más la visión de una imagen respetable que la formación de una nueva familia, y para ello se encargaría de encontrar a la muchacha más pura e inocente para convertirla en su mujer.

Entonces se hablaría de su matrimonio, dejando atrás todos los cotilleos desagradables sobre su persona y pudiendo recuperar su privacidad y su estilo de vida, que incluía burdeles, fumaderos de opio y mujeres de dudosa reputación.

Solo necesitaba encontrar a una joven lo suficientemente ingenua para llevar a cabo su plan.

En la cama de un desconocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora