Capítulo 5

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Habían cambiado de tema de forma tan precipitada que Jordan tuvo que volver a recular en su mente hasta el momento en que Chastity le había acusado de invitarla por hacerle un favor económico. Ya había intuido que una muchacha que se pasea por Whitechapel con un vestido estropeado no podía acumular una gran fortuna, pero entre eso y no tener un penique en el bolsillo había un abismo, y aunque no se le había pasado por la cabeza en ningún momento aquello por lo que Chastity lo había recriminado, sentía que esos niños hubieran tardado mucho en saborear un buen trozo de carne, al igual que ella.

El sol del mediodía calentaba la hierba mientras el peculiar grupo disfrutaba su manjar en la sombra. Dunhaim se había apoyado con la espalda en el tronco y descansaba un brazo sobre una rodilla flexionada, mientras que Chastity y los tres chiquillos estaban frente a él. Se percató de que a la señorita Aldrich, que se mostraba tan esquiva, no mostraba el pudor que él había visto en su carruaje. La recordaba rígida contra el asiento, con las manos crispadas sobre la falda y los labios apretados. Ahora sus piernas estaban estiradas, cruzada una sobre otra, y se apoyaba con las dos manos en el suelo, echada hacia atrás. Probablemente si supiera que esa posición realzaba su figura, acentuándole el busto, ella se encorvaría o se agazaparía enseguida bajo su vestido. Freddie se había tumbado con la cabeza encima del regazo de su hermana y Charles y Joseph se habían quedado embobados mirando el aleteo de una enorme mariposa que se alejó enseguida que ellos pretendieron atraparla con sus manos diminutas.

—¿Sabíais que atrapar una mariposa proporciona diez años de mala suerte? —les dijo Jordan.

Los dos se quedaron mirándolo negando con la cabeza. Joseph se mostró visiblemente aliviado por no haber podido contenerla.

—Así es —continuó Dunhaim—, pero si una vez atrapada, la liberas enseguida, la madre naturaleza te concede el perdón.

—¿La madre naturaleza? —la voz del pequeño Charles se dirigió a Chastity, pero fue Jordan quien de nuevo intervino.

—Todo lo que ves aquí le pertenece, cada hierbajo, cada trozo de corteza del árbol, cada puñado de tierra.

—¿Las mariposas también?

—Las mariposas son sus favoritas.

—¿Cómo cuando nuestra hermana dice que somos sus personas favoritas en el mundo? —anunció Charles, quién creyó entender lo que el vizconde pretendía explicarle.

—Así que sus personas favoritas ¿eh? Vaya, unos niños con suerte.

Chastity, quien hasta entonces había prestado gran atención a la conversación, dio un respingo de sorpresa y miró a Jordan inquisitivamente. Él la miró con una sonrisita triunfante, mostrándole cuanto disfrutaba desconcertándola de esa forma.

—¿Creéis que yo puedo llegar a ser una de sus personas favoritas? —preguntó a los muchachos destilando toda la inocencia que su voz grave y sus facciones prominentes podían alcanzar.

La señorita Aldrich se removió nerviosa, cambiando de posición. Los niños se encogieron de hombros y la miraron, sabiendo que solo ella podía contestar a esa pregunta y mostrándose algo reacios a que alguien obtuviera ese puesto privilegiado también, bendita fuera su ingenuidad.

—Cuéntenos algo sobre usted. —dijo entonces ella.

—Le aseguro que tengo una vida propia de un anciano retirado de la vida social que dedica las tardes a encajonarse en un sillón contemplando el fuego de la chimenea. —soltó él, pasándoselo en grande.

—Vaya, milord, y yo que creía que no tenía más de sesenta años. —soltó ella para molestarlo, pero cada vez estaba más convencida de que con comentarios jocosos y burlas varias no conseguiría irritarlo.

En la cama de un desconocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora