Capítulo 18

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Al lado de Cold Manor, Green Hall parecía una miniatura, una réplica a escala menor de la enorme mansión que se alzaba frente a Chastity. Un enorme portón la miraba amenazante, como si fuese a comérsela. Los jardines, sin embargo, no parecían más  extensos que los de la propiedad de Jordan. Charles y Joseph salieron del carruaje igual de asombrados. Cuando llegaron, el alba vislumbraba sobre el horizonte, y el pequeño Freddie dormía sobre el hombro de su hermana. Sus otros dos hermanos llevaban en dos bolsas lo poco que tenían.

Mientras que un mayordomo se acercó a Jordan y a Regina para conducirlos al interior, a Chastity se le acercó la que debía ser el ama de llaves. No le recordaba para nada a la tierna y familiar señora Willgrow. Una mujer raquítica, con la nariz y la barbilla puntiagudas, el rostro huesudo y los ojos saltones la recibió con cara de pocos amigos. No le debía haber sentado nada bien despertarse para recibir a una completa desconocida y mucho menos tener que alimentar a sus hermanos. 

Con un escueto saludo apenas audible le ordenó que la siguiera, y ella y los pequeños se dirigieron no hacia la puerta principal, por la que había entrado Jordan, sino que rodearon la casa hasta encontrarse en unas dependencias contiguas. 

-Aquí vivimos mi marido y yo. -soltó la mujer-. Supongo que estos tres no ocupan mucho espacio. -dijo, dirigiendo la mirada a Freddie, que seguía dormido. 

-Gracias, señora. 

-Tu cuarto debe estar en el ala este de la casa, donde están las demás habitaciones del servicio. Se entra por allí. 

Le señaló, a pocos metros, una puerta de madera que conducía al edificio principal. Chastity intentó despertar a Freddie, que se resistía a soltarse de ella como un pequeño oso del cuerpo de su madre. 

-Niños -se dirigió a Charles y a Joseph- por el momento vais a quedaros con ella.

-Señora Hailsham. 

-Con la señora Hailsham, ¿entendido? En unas horas, cuando todos hayamos descansado, vendré a veros y lo solucionaremos todo. Quizá pronto nos vayamos a casa. 

La quinta vez que intentó quitarse de encima a Freddie sin éxito, decidió que no lo despertaría.

-Si no le importa, Freddie se viene conmigo. 

-Mi señora ha dado órdenes de que durmieran aquí. 

-Su señora no tiene por qué saberlo. 

Chastity no quiso sonar autoritaria o subversiva, habló de mujer a mujer, de hermana a madre, quizá. Seguro que por poco que fuera, la señora Hailsham podía entenderla. La mujer suspiró, mirando al chiquillo. 

-No voy a hacerme cargo de las consecuencias. 

El ama de llaves rodeó a Charles y a Joseph por los hombros y los dirigió adentro de la casa, desde la cual se oía el ligero cripetear de la chimenea. Ambos se giraron para recibir una cálida sonrisa de su hermana, que comenzó a caminar hacia el lado contrario para entrar en la casa principal. 

El aire helado de la madrugada le golpeó las manos y el rostro, mientras hacía lo posible por proteger al pequeño Freddie. La puerta de madera estaba a poco más de cien metros. Al entrar, un amplio pasillo la condujo a una inmensa cocina, donde aún las cenizas de un fuego consumido despedían humo. Una larga mesa de madera estaba dispuesta en el centro de la estancia, limpia como una patena. Aún podía olerse en el ambiente toda la comida que se debía haber preparado la noche anterior para la cena. La cocina de la posada no era ni una cuarta parte que aquella. 

Por los pequeños ventanucos en la pared, la luz de la primera hora de la mañana se colaba en la sala, iluminándola apenas. Suponía que en pocos minutos el servicio se pondría en marcha con las tareas de la casa. En la ciudad no cumplía con un horario muy madrugador, pero cuando vivían en el pueblo, a las seis de la mañana ya estaban en pie para tener tiempo a trabajar suficiente antes de la puesta del sol. 

En la cama de un desconocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora