Capítulo 20

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Lo que ocurrió a continuación fue algo que ninguno de los presentes se hubiera esperado, y la más consternada resultó ser Regina. La mujer, nada más llegar a la estancia junto al resto de personas reunidas, se encontró con Mary cerrándole el paso para que no pudiera avanzar hacia Jordan y Chastity. 

Su barbilla alzada contrarrestaba el nerviosismo de sus manos temblorosas, e hizo un esfuerzo sobrehumano para mirar a su madre a los ojos sin echarse a llorar.  

-No voy a casarme con lord Dunhaim, madre. 

Jordan y Chastity se miraron entre ellos, para después fijar sus ojos en la pequeña muchacha con agallas que se estaba enfrentando al ser despiadado que era Regina. Emma se tapó la boca con las manos, sin poder despegar la vista de su hermana. 

-Vas a casarte con quién yo te diga, niña. -espetó, sin siquiera mirarla. 

Regina tenía los ojos fijos en Chastity, una mirada cargada de furia, resentimiento y  desprecio desmedidos. El mismo trato recibió la figura de Jordan, al lado de ella. Freddy, que se había dormido presa del agotamiento, se despertó sobresaltado y corrió a los brazos de su hermana. Ella se puso de cuclillas para ponerse a la altura de su hermano.

-¿Por qué no vas a buscar a tus hermanos, eh? Deben estar con la señora Hailsham, el ama de llaves, ¿recuerdas dónde está? 

Freddy, que se frotaba los ojos somnolientos, asintió vagamente. Nadie de los presentes le impidió salir de la habitación, pasó como un rayo al lado de Regina y ella ni se inmutó, como si ni siquiera lo hubiera notado.

 Chastity se sorprendió de sí misma al ser capaz de hablarle con tanta calma al pequeño. Quizá estaba menos asustada de lo que creía. 

Ante la falta de atención recibida por su madre, Mary caminó tímida hacia Jordan y le tomó de las manos. Él notó los pequeños dedos pálidos y temblorosos entre los suyos, y los estrechó, obteniendo una ligera sonrisa de la chica. Emma estaba al borde del desmayo; Regina parecía querer romper con la fuerza de su propio puño el bastón que la ayudaba a caminar. Chastity permaneció inmóvil.

-Le admiro, lord Dunhaim -empezó Mary- desde que era una niña y vos empezabais a aprender a cabalgar y a cazar con su padre. Siempre le hablaba a mis hermanas de lo buen hombre y esposo que seríais, aunque en aquella época no tenía ni idea de hombres o esposos. Sé que podría ser feliz a vuestro lado, estoy segura de que os esforzaríais para que así fuera, pero no a costa de que vos no lo seáis. La doncella ha arriesgado su propia vida para veros, y no pienso ponerle las cosas más difíciles todavía. 

Mary había intentado no llorar, pero no pudo evitar que sus ojos se inundaran en un mar de lágrimas que Jordan se apresuró en limpiar con su pañuelo. Había juzgado mal a Mary todo este tiempo, ni de lejos era la chiquilla que a él le parecía que era. Bajo esos lazos chillones se escondía una joven madura que estaba seguro, se convertiría en una espléndida mujer, lejos de lo que era su madre. Emma también se había puesto a llorar, y Regina la miraba sin caber en sí misma. Todos aguardaban a que se volviera loca y quisiera atizarles a todos con el bastón. 

-¿Te has vuelto loca? -murmuró Regina, como si acabara de oír la historia mas disparatada del mundo.

-No voy a condenar la vida de dos personas para contentarla, madre. Y no me considero tan poco agradable como para no creer que puedo encontrar a un buen hombre que quiera desposarme y sea digno de mí. -afirmó, sonrosándose.

-¡Niña ingrata! ¿Acaso crees que esto tiene que ver contigo? El nombre y el honor de esta familia  no puede quedar en manos de cualquiera.

Regina avanzó hacia su hija, pero Jordan se interpuso. La mujer la miró como una serpiente dispuesta a atacar, lo miraba con ojos como rendijas. 

En la cama de un desconocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora