23. Caricias que sanen heridas

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Lágrimas gruesas se deslizaron por las mejillas de Pandora con lentitud. Sus dedos se encontraban sosteniendo la foto y su mirada parecía estar perdida entre las personas que se encontraban en esta. Una y otra vez se repetía a sí misma que el profesor Longbottom le había mentido bastante. También que había más de una persona que conocía la verdad del asunto.

Su pecho se infló y dejó de salir de sus labios el aire retenido en sus pulmones en forma de suspiro. Ella quería saber la verdad que se ocultaba detrás de esa foto. La verdad que le estaba agonizando y que le quitaba el sueño durante las noches.

Cuando había comenzado el año escolar Pandora había hecho una promesa de convertirse en algo más que una Parkinson, pero ahora mismo no estaba tan segura si eso era lo que verdaderamente quería. Tal vez lo que ella se había referido por eso era encontrar la identidad de su padre para poder, de una vez, enterrar ese sufrimiento que la agobiaba.

Escuchó que tocaron la puerta e inmediatamente, Pandora se limpió las lágrimas con el dorso de su mano. Sus dedos se apresuraron en guardar la foto dentro de la caja de regalo y la ocultó debajo de su cama para que nadie más la encontrara. Dio una profunda respiración antes de levantarse y abrir la puerta, encontrándose para su sorpresa con los ojos cafés que tanto le brindaban tranquilidad.

— ¿Cómo subiste hasta acá? —Fue lo primero que pudo preguntar Pandora, echándose hacia un lado para dejarlo pasar.

El muchacho ladeó su cabeza, sonriendo de lado y metió sus manos en los bolsillos de su pantalón negro. Ya no llevaba la túnica de Hogwarts, por lo que Pandora supuso que había pasado por su habitación antes que terminar ahí.

— Tengo mis métodos —respondió.

— ¿Por qué siento que en el fondo no quiero saber cuáles son esos métodos y para qué los utilizabas? —increpó Pandora torciendo sus labios en una mueca de incomodidad.

Por su mente había pasado lo peor. Los chicos no debían pasar a los dormitorios de las chicas, había un hechizo que lo prohibía y el hecho de que él hubiera pasado por eso, le asustaba de cierto modo. ¡Eran adolescentes! Los adolescentes hacían cosas alocadas con el fin de lograr calmar esas hormonas alborotadas.

— ¡Qué malpensada eres! —exclamó James tratando de evitar que sus labios se encorvaran en una sonrisa de diversión. Sin embargo, en sus ojos se podía ver esa chispa que lo delataba.

— ¿Cómo crees, James?

Él arqueó una de sus cejas, pero lo dejó pasar. Sus ojos recorrieron la habitación y un toque de malicia se asomó en sus orbes.

— ¿Cuál de todas es tu cama? —cuestionó.

Pandora hundió su entrecejo con ligera confusión y terminó señalando con su dedo índice la cama que se encontraba más cerca de la ventana. Lo menos que Pandora se esperaba era que James fuera directamente a su cama y se acostara como si fuera la suya.

— Qué cómodo —musitó Pandora rodando los ojos.

— ¿Contigo? Siempre —dijo él, echándose a un lado de la cama y palmeó el espacio que estaba libre a su lado, invitándola a acostarse con él.

Tenía que admitirlo, Pandora se había puesto nerviosa ante ello por el simple hecho de que ellos se encontraban saltando clases. A esa hora todos se encontraban en los salones de clase y nadie en la torre de Gryffindor. Nadie estaría allí por algunas horas.

Más que una ParkinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora