3. Un castigo y un partido de quidditch desgraciado

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Pandora llegó temprano al castigo junto a Carissa. La segunda estaba refunfuñando sobre cómo ninguna de ellas merecía un castigo, inclusive trató de hablar con McGonagall, pero la misma negó quitárselo. De hecho, en el proceso de suplicarle, Carissa tropezó con una de las sillas del despacho y cayó sobre el escritorio, tumbando una bola de cristal que McGonagall consiguió en Hungría. Eso solo aumentó el castigo de Carissa durante dos días más.

— Car, no trates de arreglarlo de nuevo. Vamos a terminar peor —dijo Pandora, cruzando los brazos.

— Solo trataba de ayudar —protestó Carissa.

Pandora pasó una mano por su rostro y soltó un suspiro. A veces su amiga no tenía remedio alguno para su delicadeza. Casi siempre que tenía un castigo terminaba siendo a causa de su torpeza o por su falta de filtro verbal. A veces era por ambas.

— Tratemos de no seguir metiéndonos en problemas, ¿sí? —sugirió—. Me basta con este castigo.

A los pocos minutos el profesor Kiggs llegó al aula. Se le notaba a leguas que había tenido que apurarse para llegar a tiempo. Su frente estaba cubierta por una ligera capa de sudor y su respiración era irregular.

— Oh, señoritas, llegaron temprano —comentó resaltando lo obvio.

— Sí, me gusta ser puntual en todo, profesor —habló Pandora de manera respetuosa y educada.

Cualquiera que veía a Pandora y a Carissa pensaría que jamás podrían ser amigas. Eran, literalmente, polos opuestos. Mientras que Carissa era fiestera, despreocupada, torpe, respondona y alocada; Pandora era lo opuesto a eso. Solía ser una joven respetuosa, delicada, elocuente y sencilla. Nunca trataba de llamar la atención, pero siempre lo hacía, ya fuera por su distintiva forma de ser o por su apellido.

El profesor Kiggs esbozó una sonrisa sincera y miró a su alrededor tratando de localizar al chico Potter, el cual ya estaba unos minutos atrasado para su castigo. Eso solo podría restarle puntos a su casa y aumentar su castigo. Ya le tenían dicho que no podía cambiar la hora del castigo y tampoco podía perdérselo o de otra, lo sacarían del equipo de Quidditch.

— ¿Dónde está Potter? —inquirió, arqueando una ceja.

Pandora encogió sus hombros sin tener una respuesta concreta. Quizás todos pensaban que porque ambos eran gryffindorianos tenían que saber dónde estaban todo el tiempo. Sin embargo, no era así. Pandora rara la vez sabía dónde estaba él metido y esas pocas ocasiones eran porque compartían un horario de clases. Lo único que sabía de él era que la molestaba y que se pasaba con Fred, los gemelos Scamander y con Frank Longbottom.

Kiggs suspiró y a los pocos segundos apareció James en el salón. Traía un humor de perros y una cara de muy pocos amigos. El profesor hizo caso omiso del estado de su estudiante y decidió explicarle lo que debían hacer.

El castigo no era muy complicado. De hecho, era fácil si lo veías desde otra perspectiva. Tenían que limpiar cada centímetro del aula sin magia. Para Carissa era pan comido puesto que era hija de muggles. Pandora había sido voluntaria con su grupo de ballet y sabía cómo funcionaba una escoba y un recogedor. Pero James, él no tenía ni la menor idea de cómo hacerlo.

— Vendré dentro de dos horas para ver si han culminado de limpiar —anunció Kiggs, saliendo del aula con la varita de ellos en mano.

Bien, podía esperarse que eso fuera lo suficiente como para producir la tercera guerra mágica. De seguro James se pondría a molestar a Pandora y Carissa probablemente terminaría golpeándolo con un libro. Ya había pasado antes.

— Bien, ¿cómo vamos a separarnos las tareas? —preguntó Pandora.

James la ignoró por completo. Estaba sentado en una de las mesas con la mandíbula apretada. Tenía la corbata casi suelta, se había quitado la túnicas y las mangas de su camisa estaban dobladas hasta el codo. Era normal verlo así porque simplemente no le gustaba verse como un 'estirado', según él.

Más que una ParkinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora