Dos.

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  Una helada corriente de aire se hizo presente, causándome escalofríos. Mis dedos comenzaban a entumecerse con el frío. Joder, ¿esto podría empeorar? Acomodé un mechón de cabello detrás de mi oreja, mis ojos fijos en los suyos. Tragué saliva, apartando la mirada a los pocos segundos. Odiaba admitirlo, pero me intimidaba. Hacía mucho que unos ojos como los no me veían de aquella manera, leyéndome, juzgándome.

—Entonces, ¿me dejarás ayudarte? —continuó él, alzando una de sus cejas. Me encogí dehombros y froté mis manos entre ellas en busca de calor. Me estaba congelando— Tenemos una habitación extra.

  Me voy a odiar por esto luego, pero no quiero morir congelada. ¿Tenía otra opción? Observé de reojo los incómodos sillones de la recepción, más de decoración que nada. Reacomodé mi abrigo tratando de no tiritar.

  Dejé escapar un profundo suspiro, pude ver el vaho de mi respiración frente a mis ojos. 

—Bien—murmuré dando un leve asentimiento en respuesta—. Gracias —agregué con un susurro, esperando que el leve ardor en mis mejillas desapareciera pronto. Odiaba no poder controlar mi cuerpo.

  El ojiazul se limitó a asentir en respuesta.

  La recepcionista había vuelto con una taza de café entre las manos. El rubio le pidió la otra llave, y seguido me la entregó. El roce de su mano con la mía me causó un leve estremecimiento. Maldito chico lindo. Mantuve la mirada en la llave sin saber muy bien qué hacer con ella. El sueño me estaba aturdiendo, mala señal. Noté al chico frente a mí sonreír, gruñí por lo bajo recogiendo mi equipaje.

—¿Vamos? —preguntó él, con una sonrisa ladeada plasmada en su rostro. Asentí evitando devolverle la mirada a aquel par de ojos celestes—. ¿Necesitas ayuda con eso? —con un gesto de cabeza señaló mi equipaje, negué velozmente—. Como quieras —se encogió de hombros.

  Tal vez sí necesitase ayuda. Estaba algo pesada, pero mi orgullo no me dejaría aceptar el auxilio dos veces en una misma noche de alguien a quién odiaba sin razón aparente. Aunque técnicamente sí existía una razón, una que odiaba profundamente siquiera mencionar, por lo cual era preferible mantener esos pensamientos alejados de mi mente.

  Lo seguí hasta el elevador sin mencionar palabra, las puertas metálicas no tardaron en abrirse. Subí detrás de él y el rubio marcó el piso. Dejé escapar un bostezo y froté mis ojos con mis helados dedos tratando de mantenerme en pie unos minutos más. Aún no recuperaba el calor de mis manos. Me odiaba por olvidar esos guantes.

—Así que... ¿me vas a hablar o qué? —me miró de soslayo con lo que parecía genuina curiosidad brillando en sus ojos, seguro el cansancio me estaba haciendo ver las cosas algo distorsionadas— ¿Me odias o algo así? Porque que yo recuerde, no te he hecho nada. 

—Tal vez lo haga —murmuré manteniendo la mirada fija en las puertas frente a mí, esperando que se abrieran. Me removí incómoda ante su mirada—. Tal vez sí te odie. 

  Estaba siendo algo dramática, pero necesitaba mantener a ese chico alejado de lo que deberían ser mis vacaciones perfectas. Estaba exhausta tras aquel larguísimo viaje, mi compañera de viaje no había sido alguien a quien describiría como simpática o agradable y mi reservación perdida... oh, joder, no. Debía dejar atrás todo eso antes de tirarme a llorar a mi cama por la impotencia... o bueno, la cama que tendría por esa noche al menos.

  Necesitaba salir de allí cuanto antes, descansar por fin y alejarme de Hemmings antes de que mi paciencia se agotase. El sueño me ponía de un humor terrible, estaba llegando a niveles de cansancio tanextremos que se me dificultaba pronunciar palabra. 

𝗔𝘃𝗮𝗹𝗮𝗻𝗰𝗵𝗮 / ˡᵘᵏᵉ ʰᵉᵐᵐⁱⁿᵍˢDonde viven las historias. Descúbrelo ahora