Siete.

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  Por poco caí al suelo una vez más, en un ataque de desesperación mi gélido corazón saltaba furioso entre mis costillas, oprimiendo mis pulmones hasta dejarme sin aliento. Temía tanto por alguien a quien fingía odiar. 

  Lo giré hasta dejarlo acostado sobre su espalda, dejando su cabeza reposar en mi regazo. Con un gesto brusco aparté el cabello que caía en mi cara, mis manos temblaban de una manera excesiva. Cada minúsculo ruido se devolvía en un molesto eco, cada respiración o sonido que emitiese se amplificaba en mitad del tortuoso silencio. Comenzaba a desesperarme.

  Oh, no. Por favor no.

  La impotencia me consumiría en cuestión de minutos. No lo conocía, pero lloraría su pérdida con el aterrador peso de la culpa ahogándome con cada exhalación que tomase. Ahogué un gemido y me incliné sobre él. Con manos temblorosas acaricié sus mejillas, apartando los copos helados que continuaban atrapados entre sus pestañas y en su cabello con toda la delicadeza que fui capaz de tener. Temía que por mi tacto fuese a romperse, a evaporarse frente a mis ojos dejándome aún más sola de lo que ya me encontraba. Aparté algunos mechones rubios de su frente. 

  Me agaché aún más, ignorando la punzada de dolor en la parte baja de mi espalda. Allí recuperé el aliento. Apenas lo hacía, pero sí. Él aún respiraba. Dejé escapar el aire que contenía con un profundo suspiro, limpié mis lágrimas y centré mi atención en el rubio. Rocé su mejilla con mis pálidos dedos una vez más, me obligué a contener los sollozos dentro de mi pecho. Estaba vivo. 

  Alcé la mirada, analizando el lugar.

  Allí mi optimismo se fue a la mierda.

  Estábamos perdidos. 

  Jamás fui demasiado egoísta, por lo cual no quise compartir esta agonía con él. Ojalá no estuviera vivo, para así no tener que sufrir por lo que vendría. Porque tal vez yo sí lo merecía, pero él definitivamente no. 

  Estábamos acabados. Atrapados en esta maldita cueva sin posibilidades de escapar.

  Pero todavía no había terminado. Seguíamos vivos. Aún quedaba mucho por sufrir antes de dejar este mundo. 

  Ahora de nosotros dependía si vivir o morir.

  Si el tiempo continuaba andando era un total misterio. Mis pensamientos eran un revoltijo incompresible, provocándome una punzada de dolor en la cabeza. El pánico se expandía en mi pecho con una velocidad dolorosa. Quería gritar con fuerza, golpear las paredes... desaparecer la creciente impotencia que se clavaba como cuchillas filosas desde lo más profundo de mi pecho. No supe en qué momento mi llanto se elevó tanto. Limpié las lágrimas con gestos bruscos en un gesto inútil, continuaban apareciendo más hasta que mis mejillas ardían ya no solo por el frío. 

  Aparté al rubio con suavidad, dejando su cabeza reposar sobre su mochila. Sin pensarlo demasiado me erguí en la oscuridad, apoyando una de mis manos en las paredes para guiarme, entrecerrando mis ojos y forzándolos a vislumbrar el camino. Entre tropezones logré avanzar hasta que llegué a mi destino, deteniéndome frente a la que sería la entrada de la cueva. Pero ya no más. Rocas de todos los tamaños imaginables obstruían la gran apertura que debería ser una salida de este sombrío congelador, o eso fue lo que pude identificar en mitad de la completa oscuridad. También había montones de nieve, y lo que creí eran unos trozos de lo que anteriormente había sido un frondoso pino. 

  Me dejé caer sobre la nieve aún con gotas saladas resbalando por mis mejillas. Y comencé a cavar. No podía terminar así. Yo no merecía... No. Esa era una cruel mentira. Luke era quién no merecía esto. ¿Por qué debería yo sobrevivir? Mis sollozos retumbaron en las paredes de piedra de la cueva. No me importó. No me rendiría. Había sido una mierda con cada una de las personas con las que me crucé durante toda mi existencia. Era el momento de remediar mi putrefacta existencia. Un acto bondadoso naciendo en lo profundo de un alma consumida por el rencor, un demonio tendiéndole la mano al ángel caído, ayudándolo a volver al paraíso sin importarle que el fuego celestial lo incinere en el transcurso. 

𝗔𝘃𝗮𝗹𝗮𝗻𝗰𝗵𝗮 / ˡᵘᵏᵉ ʰᵉᵐᵐⁱⁿᵍˢDonde viven las historias. Descúbrelo ahora