Cinco

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—¿Algo más que deban decirme? ¿Algún otro reporte? —preguntó Fury, con una mirada que demostraba indirectamente que lo único que quería recibir eran respuestas negativas.

Barton observó a Romanoff con una duda que solo ella pudo captar por su cercanía; al director lo tenía a unos metros de distancia, detrás de su gran escritorio negro, recostado en el respaldo de la silla.

Con los años que tenía trabajando para SHIELD, Barton sabía interpretar a la perfección las miradas y señales del director. Entendía lo que quería, pero durante la última misión hubo ciertos sucesos que no estaban en el reporte oficial que dio por escrito, porque esos los pasaba por alto y siempre se lo comentaba cuando lo iba a ver a su despacho. No habían sido relevantes, de suma importancia, simplemente pequeños detalles que no cambiaban en el papeleo oficial, pero en este caso no sabía si contárselos. Esperaba que Romanoff lo guiara o le diera su opinión. Ella solo se encogió levemente de hombros, demostrando que aquello no era necesario explicar.

—No, señor —respondió Barton, volviendo la mirada al director.

—Bien, porque ya estoy harto de seguir con el papeleo y de firmar esos malditos pepeles —espetó Fury, con tono molesto y su ojo dirigiendose al montón de carpetas marrones sobre su escritorio.

El hombre con el parche dirigió una vez más su mirada a los agentes, que estaban parados uno al lado del otro. Barton en una posición firme, Romanoff cruzada de brazos con la cabeza ladeada ligeramente hacia un costado, más relajada. Miró al agente Barton con dureza e intriga, y como si esa mirada fuera una pregunta, el nombrado negó con la cabeza. Natasha, que desde que empezó a trabajar en ese lugar casi nunca daba reportes porque Fury siempre le pedía al arquero, entendió lo que esa mirada significaba. Esa misma que siempre le lanzaba Fury a Barton cuando volvían de una misión. No le dio mucha importancia, como lo hacía siempre.

Desde que el director de SHIELD asignó a Barton a tener siempre los ojos sobre Romanoff, o de ser prácticamente su niñero como lo sentía ella, y de mandarlos a cada una de las misiones juntos, Fury le hacía esa pregunta silenciosa a Barton cuando regresaban; y como ella era muy atenta y perceptiva, entendió que lo que Fury quería saber era cómo había sido el comportamiento de Romanoff durante la misión, o si había visto en ella intenciones de traicionarlos. Entendió también que siempre se lo preguntaba en frente de ella porque al director le gustaba ese juego, le gustaba demostrarle que la vigilaba y recordarle que el hombre que la rescató de su antigua vida hace casi cuatro meses atrás le era fiel a él, a su trabajo y no a ella, y que si llegaba a haber engaños por parte de la pelirroja, todo la responsabilidad y problemas recaían sobre Barton. No todo podía ser perfecto, no podía ser simplemente llegar a SHIELD de un momento a otro y ponerse a trabajar; todo en aquel lugar tenía precios y condiciones. A ella no le agradaba ninguna de ellas.

El arquero, siempre que veía esa mirada, negaba. De todas formas, ya no la vigilaba tanto, comenzaba a confiar ciegamente en ella.

—Buen trabajo, entonces —dijo Fury y se dispuso a seguir con lo suyo, tomando una carpeta del pilón—. Vamos a tratar de arreglarnosla sin ustedes durante estos dos días. Pueden irse.

—Gracias, señor —dijo Barton. Romanoff sólo agradeció con un movimiento gentil de cabeza. Se dieron media vuelta y salieron rápido del despacho.

Ambos caminaron por el pasillo en silencio. Se detuvieron en la puerta del ascensor. Barton presionó el botón y esperaron.

—¿Eso significa que...? —Comenzó Romanoff.

—Que tenemos dos días libres —concluyó Barton, formando una sonrisa que terminó pareciéndose a una mueca.

Las puertas del ascensor se abrieron, e ingresaron sin más nada que decir. Durante el trayecto hacía los pisos inferiores, Romanoff se miró en el espejo de una de las paredes. Los dos lucían terriblemente cansados, habían pasado casi tres días sin dormir en la última misión, y aunque recuperaron el sueño en las ocho horas que duró el viaje en avión, la incomodidad de esos asientos no les despojó la apariencia de cansancio de sus rostros.

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