17- La serpiente de la Isla de Rodas.

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«—¡Porque es mi nombre! ¡Porque no voy a tener otro en mi vida! ¡Porque estoy mintiendo y firmando mentiras! ¡Porque no le llego ni a la suela de los zapatos a ninguno de los que ha mandado usted colgar! ¿Cómo voy a vivir sin mi nombre? ¡Le he ent...

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«—¡Porque es mi nombre! ¡Porque no voy a tener otro en mi vida! ¡Porque estoy mintiendo y firmando mentiras! ¡Porque no le llego ni a la suela de los zapatos a ninguno de los que ha mandado usted colgar! ¿Cómo voy a vivir sin mi nombre? ¡Le he entregado mi alma! ¡Déjeme al menos mi nombre!»

El crisol, diálogo de Proctor [*].

Arthur Miller

(1915-2005).

Según mi maestro, Satanás no nos despega la vista de encima. Y no creáis que me he tragado sus delirios, cada vez que lo llamo así solo es para abreviar. «El fantasma que se cree Satanás» es un nombre tan largo como esperanza de pobre.

     Nos vigila desde el templo de Atenea Lindia, cuyas ruinas adornan el gigantesco farallón de la ciudad. Lo que no me ha explicado mi mentor es por qué este ser y las brujas que lo acompañan tienen vetado acceder al mar Egeo y traspasar la bahía de San Pablo, donde flotan mi yate y la embarcación auxiliar.

     ¿Será porque en la isla de Rodas criaron a Poseidón y le fabricaron su tridente mágico? Quizá temen ofenderlo, pues el dios podría desencadenar un maremoto detrás de otro. Pero, si este fuese el motivo, seguro que lo provocarían para obligarnos a tocar tierra en Lindos.

     Intento darle descanso a mi mente reflexiva. Si Da Mo me asegura que estamos a salvo yo le creo de inmediato y me tomo estos días como unas vacaciones griegas para conocer a los trillizos.

—Nena, ¿te parece que haces bien? —me pregunta mi abuela, preocupada, desde la proa de la embarcación principal—. ¡No sé si yo me atrevería!

—¡Claro que sí! —le contesto a todo volumen para que se tranquilice, en tanto me dejo llevar por la corriente plácida.

     Llevo un buen rato de juegos con los cachalotes, con las marsopas y con los tiburones mako y ahora les presentaré a los bebés, tal como me indicó Da Mo. No lo haré sola, pues Nathan y Cleo se han ofrecido para sumergirse con ellos en su bautismo de agua.

     A pesar de que Anthony le explica a mi abuela que el monje shaolin  ha sido el promotor de esta iniciativa de los trillizos con las criaturas marinas, me percato de que a ella la aterra y nos observa sin parpadear. No puedo culparla, esta especie de tiburón en situación normal es muy agresiva. Pero ellos acuden a mí impulsados por mis dones y el mero detalle de que se hallen aquí en la superficie para saludarme es revelador, pues estos escualos prefieren las aguas profundas.

     De improviso, escucho unos grititos desde la lancha.

—¡Mira, Dan! —exclama Nathan, alegre—. ¡Pretenden ir contigo a darse un buen chapuzón!

     Para no querer hijos propios mi esposo se maneja de maravilla con los pequeños y hasta disfruta al cuidarlos... Y, por mera comparación, me hace sentir una inútil. Porque he intentado darle el biberón a Daniel y al principio no sabía cómo acertar en la diminuta boca, se me escabullía. Cuando al fin consiguió beberlo lo hice saltar sobre las piernas y me largó la leche a chorros encima de la cabellera. ¡Vaya susto! Pensaba que se ahogaba, menos mal que los demás lo rescataron de mí y repararon los daños.

La médium del periódico #3. La rebelión de las brujas (novela terminada).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora