22- Los juguetes del Diablo.

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  «Lo que me mantiene callado es el rencor. Es muy duro tener que mentir para darle gusto a unos perros».

Diálogo de Proctor en El crisol [*].

 La realidad de la muerte me acompaña desde que Satanás vacía el cargador de los fusiles sobre mí. Lo supe al momento, pues resulta imposible que alguien te salve después de que una balacera te convierta en un colador. Y lo deduzco, también, porque aparezco sentada sobre una de las hamacas del internado en el que estudié desde los cuatro años... Y porque dejo de oler el hedor de mi sangre.

—¡Bienvenida, Danielle, te extrañé! —me saluda Alyssa con un fuerte abrazo.

—Estoy muerta, ¿verdad? —Me embarga una paz que nunca he sentido antes, se ha ido la necesidad de mantenerme en constante movimiento para olvidar mi pasado.

—Sí, amiga mía. —Pone cara de pena—. ¡Lo siento! Deseaba verte, pero no de esta manera.

—¿Cómo estás tú? —No la recordaba tan taciturna, seguro que mi llegada al Más Allá la entristece.

—¡Es cierto! Estoy muy triste, no me parece justo que vengas tan pronto. —Me lee los pensamientos—. Y al mismo tiempo me alegro de que te encuentres aquí. Sé que es un sentimiento de lo más egoísta y contradictorio. Estoy muy sola en el internado, nadie habla conmigo... Y tú antes me cuidabas.

     En medio de esta sensación de plenitud escucho el verbo «cuidar» y recuerdo de improviso lo que me trajo hasta aquí. Morí para proteger a mis bebés.

—¿Sabes algo de mis hijos? —la interrogo, ansiosa—. ¿Tienes idea de cómo está Anthony?

—¿Tienes hijos? —me pregunta a su vez—. ¡No lo sabía!

     La contemplo curiosa —tiene la misma apariencia adolescente de cuando yo era una niña— y luego pronuncio:

—No tienes idea de qué ha pasado, ¿cierto, Ally?

—No. —Se muestra contrita—. Lo único que sé es que jugaba a las escondidas, sola igual que antes. Y de repente tú estabas aquí.

     Me da pena escucharla. La imagino mientras interviene en los juegos infantiles, sin que nadie la tenga en cuenta porque no la ven. Y así día tras día y año tras año. Antes participábamos juntas. Inventamos el nombre Dallysa —una mezcla de los de ambas— y nos escondíamos por los pasadizos del enorme castillo que en la actualidad funcionaba como internado. Nos pillaban o ganábamos en sociedad. Visualizar su cara de alegría es uno de mis recuerdos más felices de esa época.

—¡Temo por mis bebés! —suspiro angustiada.

—¿Por qué no se lo preguntas a él? —Y señala hacia el arce cercano—. Creo que te puede ayudar. Desde hace varios días te espera.

La médium del periódico #3. La rebelión de las brujas (novela terminada).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora