13. El sol de la libertad

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Cando o Sol alumee luminoso e radiante

marcha ergueito e disposto pola rota esquencida.

Podes facer, se queres, a túa alma xigante.

Podes achar, se loitas, o que vale máis que a vida.

Sacó el móvil del bolsillo de sus vaqueros y tuvo que desbloquearlo para subir el brillo y poder ver la hora.

Albert se estaba retrasando.

Para ser exactos él era el que se había retrasado primero, pero al menos le había mandando un mensaje para avisar que no estaría allí a la hora acordada.

Lo cierto es que se había acostado tarde y le había sido difícil dormirse, porque aún después de haberse despedido de Estañ él le seguía mandando mensajes, y aunque su velada acabó considerablemente pronto para lo que pudo haber sido, se entretuvieron después cada uno en su cama. Por lo tanto se había quedado dormido esa mañana, algo que había molestado a Pablo más de lo normal, por lo que se fue sin él, y si quería que no se cabrease más tenía que ir a comer como habían quedado, y la única forma de hacerlo era yendo con Albert. El día se había torcido hacia la derecha y esa no era la dirección.

Volvió a guardar el móvil en el bolsillo y se ajustó las gafas de cristales oscuros en el puente de la nariz. El sol estaba en lo alto e incidía con fuerza en donde estaba sentado. La plaza había quedado desierta porque a esas horas todos escapaban del calor y buscaban un sitio donde comer, pero él seguía allí en medio esperando.

Enfocó de nuevo en busca de Albert pero nadie salía del garaje. Suspiró algo frustrado y se quitó la chaqueta colocándola a su lado. Miró la hora y antes de que pasara un minuto volvió a mirarla. El tiempo no pasaba y se estaba empezando a cansar, así que se dejó caer contra el respaldo y colocó la chaqueta, esta vez mejor doblada. Se encargó de que quedase perfecta y cuando supo que ya no tenía más trabajó allí levantó la mirada levemente.

Un gato estaba subiendo por entre sus piernas y se acercó a él juguetón, agarrándolo con sus manos. La sensación se le presentó familiar. El color de su pelaje y su olor también. Algo estaba comenzando a rememorar, porque sabía que no era la primera vez que lo veía, pero mantenía los recuerdos de él bloqueados, bien al fondo y oscuros. No fue hasta que encontró el botón colgando de su cuello que algo en él se iluminó, pero era una luz que indicaba alarma.

- Elendil...- le susurró.

Alejó sus manos de él asustado e intentó encajar todo aquello. De repente vio pasar ante él la primera vez que se había encontrado con el felino, la escena de las naranjas y la melodía de una guitarra. Todo aquello se le estaba atragantado, impidiéndole respirar, impidiéndole tan siquiera pensar con una pizca de cordura.

Sabía que si ahora dirigía sus ojos un poco más allá se encontraría con él y lo único que quería era poder cerrarlos y desaparecer. Pero no pudo evitarlo, porque todo lo que en él le había echado de menos ahora estaba deseando volver a verle. Y parecía como si dentro de él algo estuviese huyendo de ese deseo, sentía como corría y dejaba huella en su interior, desordenándolo, formando el caos que le producía pensarlo, pensarlo a él, al chico del gato. Pero fue más fuerte el deseo, que siempre le ganaba porque él era su debilidad. Y asumió la derrota, asumió que sus ganas de tenerlo cerca eran mayores que las de dejarlo ir. Entonces en el momento en el que su mente accedió su cuerpo cedió y buscó desesperado aquella imagen que fue pasando de la ilusión a la realidad, y solo por esta vez podría asegurar que lo que se encontró fue mucho mejor que lo que imaginó, que lo que recordó y de lo que llegó a desear. Alberto estaba allí, con una tez más morena y la barba arreglada, una camiseta oscura que se ajustaba a sus brazos y luciendo unas gafas que le hacían verse más atractivo. Una imagen que se le presentó ideal y extraña, haciendo a su corazón latir con fuerza para luego detenerse de repente. Se estaba dirigiendo hacia él y cuanto más clara se debía presentar su figura más borrosa la veía, sus ojos eran incapaces de fijarse porque se estaban ahogando en aquello que comenzaba a nacer en ellos.

Prosas ProfanasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora