1. El poeta en la calle

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Las calles de Vigo eran una sucesión de cuestas. Había aprendido a lidiar con ellas, pero a veces se hacía duro seguir un camino así, cargando con el peso de su mochila y el de sus problemas.

Era irónicamente metafórico.

Los inviernos eran de por si fríos, pero en él se sentían gélidos al no tener una pizca de ilusión o esperanza que le calentaran. Intentaba esquivar a las personas y sus miradas, encerrándose dentro de si mismo para encontrar algo de cobijo, pero hasta eso le fallaba.

Notó como sus piernas le pedían un poco de tregua y su estómago rugía por ella. Tenía la necesidad de encontrar entre los cientos de soportales un nuevo lugar para él.

El territorio fue marcado por el sonido sordo de su guitarra golpeando el suelo, ya sin preocuparle si se rompía o no. Al fin y al cabo no era más que un trasto viejo. Tuvo más delicadeza a la hora de bajar al animal que escondía entre sus manos y este le devolvió el gesto cordial con un maullido.

- Ya estamos Elendil. - anunció mientras le acariciaba su pelaje atardecido.

Tenía los dedos entumecidos por la temperatura y tan si quiera pudo sentir el cosquilleo que se producía con aquel contacto.

Acomodó el resto de sus cosas a un lado y tomó asiento junto a ellas, resguardándose así de la brisa que bailaba en el ambiente.
Las farolas a su alrededor encendieron su luz anunciando ya las pasadas horas de ese día. Se apostó a si mismo que de seguir así mañana las aceras amanecerían húmedas. La estampa sería preciosa de poder verla desde el calor de un hogar compartiendo café y confidencias con alguien, pero dudaba que la sensación fuera la misma a pie de calle.

El ronroneo de la gata captó su atención y puso sus ojos almendrados en ella.

- Ven aquí, pequeña.

Palmeó sus piernas y con el paso de unos segundos tenía a la criatura sobre ellas. Se veía tan tierna como extremadamente frágil y su naturaleza le pedía que la cargara y la cuidara, que velase por ella como en otras ocasiones la gata lo había hecho por él.

- ¿Tienes hambre?

No obtuvo ningún sonido por respuesta y aunque echó en falta la sensación de ser escuchado agradeció que Elendil no mostrase su carencia, al igual que él intentaba no mostrar la suya, luchando constantemente con las peticiones y tentaciones que su mente y estómago le mostraban.

- Mañana conseguiremos algo. - se alentó más a si mismo que al animal.

Siguió jugueteando un rato más con sus orejas haciendo que la gata se removiera encima de él. Una risa ahogada salió de sus labios y en torno a ella se formó una nube de vaho. Para intentar matar el frío metió las manos en los bolsillos y allí encontró, entre otra chatarra, un botón. No le veía utilidad aquello, no sabía de donde lo había sacado y ni para que lo había guardado, pero decidió aprovecharlo, al igual que los últimos momentos de claridad. Arrancó uno de los cordeles de su mochila y luego hiló el botón en él, dando como resultado un simpático colgante que colocó al rededor del cuello de Elendil.

- ¿Así está bien?

Pasó sus dedos aflojándolo un poco más, asegurándose de que el gato tuviera la mayor comodidad. Así debió ser porque antes de que se diera cuenta ya estaba dormido.

Se movió con cuidado de no despertarla y acomodó de nuevos sus cosas, de manera que pudiese descansar sobre ellas. Se tumbó teniendo como respaldo el muro, que le proporcionó la sensación de frío y seguridad por partes iguales, para luego poner a Elendil contra su pecho, aferrándose a ella por no tener otra cosa a lo que hacerlo.

Cerró sus ojos con fuerza, evadiéndose de la realidad que paseaba burlona por delante de él. Podía escuchar los pasos de la gente y los cláxones de los coches que parecían no darse cuenta que él se encontraba allí, oculto entre columnas y la oscuridad que ahora caracterizaba la ciudad. Abría los ojos y veía lo mismo que cuando los dirigía hacia su interior: un negro profundo e hiriente.

Llegó un momento en el que ya no sabía si sus párpados estaban respondiendo a los impulsos y entonces entendió que se había quedado dormido, absorbido por esa negra profundidad.

Rafael Alberti.

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