Mi vida es mía

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Zelena permaneció en silencio unos instantes, quizás rememorando ese pasado lejano, arrepentida de sus acciones, o quizás simplemente recordando a aquella revoltosa hermana pequeña a la que perdió, mientras Gen respetaba su silencio, el cuadernillo de notas sobre la mesa, emborronado por los matices del inicio de esa historia que debía desenredar. Un suspiro cansado escapó de los labios de la anciana, mientras cerraba los ojos con una tímida sonrisa en el rostro, sus recuerdos le hacían compañía y recordar a Regina era gratificante para su alma.

Gen ojeó el reloj, pronto iban a dar las ocho y no tenía mucho tiempo, quizás debía volver al día siguiente y dejar que la anciana señora Espinoza descansara.

-Podemos dejarlo aquí si lo desea... No quisiera importunarla

-"No terminé de contarle la historia..."

-¿Entonces Regina viajó a Sevilla?

-"De ninguna manera, ese habría sido el final y no el principio..."

Madrid, 1934

Había caído la noche, la discusión entre Regina y sus padres se había alargado hasta la hora de la cena, la joven morena se negaba en rotundo a casarse, a marcharse a Sevilla, no comprendía por qué sus padres pretendían obligarla y miraba a Zelena con odio enfermizo por haber descubierto su secreto de esa manera, obligándola a separarse de su amada.

Finalmente, Henry zanjó el tema con una amenaza, no le gustaba llegar a esos extremos pero la reputación de su apellido y la vida de su hija le importaban demasiado como para dejar que esta vez Regina se saliera con la suya. O se marchaba a Sevilla o pasaría el resto de sus días recluida en un convento. En ese instante Regina guardó el silencio, conocía a su padre y sabía que estaba hablando completamente en serio, era inútil discutir.

La joven no era tonta, jamás lo fue, desde el primer beso robado con una mujer supo que para el resto del mundo no estaban haciendo lo correcto, que las mujeres no se enamoran entre sí, su lugar en el mundo es junto a un hombre, dando a luz a sus hijos, el amor solo estaba hecho para leerlo en los libros, no para disfrutarlo en la vida real, mas era su vida y nadie iba a decidir por ella, ni siquiera su padre.

Durante la cena permaneció en silencio, hecho que para Cora y Henry significó su sumisión a sus deseos por lo que suspiraron aliviados. No le pasó desapercibido el detalle de que Myriam no estaba sirviendo como de costumbre, esperaba que no la hubiesen echado aun, no sin por lo menos despedirse... Sabía que su padre jamás haría algo así y menos su madre, habían sido duros con ella pero no tratarían a la joven sirvienta como basura, no estaba en su carácter, seguramente le habrían prohibido acercarse a ella y Myriam, siempre obediente, hizo caso a las órdenes de sus señores.

Cuando por fin se retiraron, esperó impaciente a la madrugada, la casa entera estaba en calma, ni un solo sonido que no fuese el de la brisa o la naturaleza podía distinguirse, ni siquiera sus leves pasos, de puntillas en el suelo. No se atrevió a coger luz, iba a tientas agradeciendo que conocía cada palmo de ese lugar, la disposición de cada mueble o cuadro, por lo que llegó a los aposentos de los sirvientes como si hubiese andado por esos pasillos a medio día.

La pequeña habitación de Myriam estaba en penumbra, entro sigilosa, tanto que la joven no se dio cuenta de que había alguien más en la estancia con ella. Acostumbrada a la oscuridad, los ojos de Regina se posaron sobre la figura que yacía en el lecho, sabía que no dormía pues podía escuchar los leves sollozos de esta, seguramente desolada al conocer el destino de su señora y el suyo propio.

Con cuidado, sigilosa como una sombra, se acercó a ella posando suavemente su mano a modo de mordaza para que la joven no gritara. Sus ojos verdes, asustados y con restos de su pena, se posaron en ella reconociéndola, dibujando en su cara el asombro y la alegría, por lo menos podía despedirse de su amada antes de que esta se marchara, antes de tener que dejar la casa que la vio nacer y empezar a servir para otra familia.

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