Regina White

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Esa noche no pudo dormir. En la habitación del pequeño hostal donde decidió descansar antes de continuar su excéntrico viaje recogiendo los pedazos de toda una vida por orden de su propia protagonista, miraba por la ventana sin poder apartar su vista de las estrellas, aun conmocionada por el relato que Marco le había regalado, los últimos años de Emma Swan.

Durante horas escribió en sus notas con todo detalle el último capítulo de esa historia de amor, entre lágrimas escurridizas ya que no podía detenerlas. Su interior estaba devastado por un cúmulo de emociones a las que no podía nombrar, se sentía excitada ya que estaba cerca de terminar esa historia, conmocionada ante el hecho de que una de sus protagonistas hubiese fallecido y sobre todo sentía una curiosidad desbordante y se preguntaba sin poder evitarlo por qué Regina le había contratado para escribir su propia historia, porque había dilapidado sus dinero pagando viajes y honorarios en lugar de explicársela ella misma, era un misterio que pronto tenía que resolver.

Con sus cuadernos completamente abarrotados de pulcra caligrafía, miraba por esa ventana pensando cuál debía ser su siguiente movimiento. Podía simplemente presentarse en casa de la señora White, en casa de Regina y darle todo cuánto había recopilado, mas una pequeña espinita de desconcierto seguía alojada en su pecho.

Con el sol saliendo por el horizonte, suspiró mirando el amanecer, sabiendo de pronto qué debía hacer, cómo proseguir, antes de presentarse ante Regina debía averiguar por qué cambió su apellido, el último pedazo de su historia, qué fue de ella al marcharse de Storybrook con su hija para no regresar.

Sin ganas de esperar un solo segundo más, recogió sus cosas y, tras pagar su cuenta en el hostal se marchó rumbo a Boston, debía averiguar quién era Regina White, tenía que darle un final a esa historia.

Caía ya el atardecer cuando llegó a Boston, los estragos del cansancio hicieron mella en ella por lo que se dirigió a su apartamento, necesitaba dormir con prisa ya que en el estado mental que se encontraba no conseguiría avanzar en su trabajo y era algo que no podía permitir, no estando tan cerca de la meta.

Al entrar en su hogar, dejó sus escasas pertenencias y sus valiosos cuadernos con cuidado en la mesa para, acto seguido, tumbarse en la cama durmiéndose en el acto, sin apenas desvestirse, mientras sus sueños se llenaban de recuerdos que no eran suyos, eran invadidos por los oscuros ojos de Regina quebrándose por el dolor.

A la mañana siguiente, aun consternada pero decidida, usó todas sus dotes de periodista para encontrar toda la información necesaria sobre Regina White, descubriendo así que no fue un cambio de apellido para desaparecer como solía hacer en Europa, sino que Regina se había casado con Leopold White, un importante hombre de negocios ya fallecido, viudo y padre.

La hija de Leopold, Mary Margaret Blanchard, seguía viva y la dirección que aparecía en el registro no estaba muy lejos. Sin pensarlo, Gen cogió su coche y puso rumbo al hogar de la señora Blanchard, si su padre se casó con Regina esta debía conocer el final de la historia que tenía entre manos.

Al llegar a su destino, un barrio a las afueras de Boston cuyas casas eran todas idénticas, tranquilo y apacible, se dirigió al número 108 donde constaba que Mary Margaret Blanchard vivía, llamando al timbre y esperando ser recibida.

Unos minutos más tarde, la puerta se abrió dejando ver a una mujer de avanzada edad, cabellos canos y ojos azul oscuro que la miraba de forma inquisitiva.

-Buenos días, estoy buscando a la señora Blanchard

-"Yo soy la señora Blanchard ¿Quién es usted?"

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