Prologo.
Era un día de invierno, donde todo estaba opaco, triste y helado. Yo miraba por la ventana de mi habitación, tenía una vista espectacular de unas montañas cubiertas de escarcha. Mire a mi alrededor desando encontrar algo que me distrajera y me apartara de todos mis pensamientos absurdos, pero no encontré ni rastro de algo divertido. Así que decidí salir de mi habitación, me dirigí a la cocina, donde estaba mi madre apoyada en la mesa, contemplando la ventana. Quería salir de ahí, en ese momento, así que le pregunte a mi madre:
-¿Puedo salir?-
-¿A dónde iras?- me lo dijo con un tono de voz áspero.
-Por ahí, a ver qué hago, estoy muy aburrida aquí en casa-
-Puedes salir, pero no llegues más tarde de las once-Mire el reloj y eran las nueve en punto.
Subí en trompicones hacia mi habitación, y tome el primer bolso que me encontré.
Baje y salí de la casa, sin tener un destino concreto, todavía.