Cassie

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Cuando una está loca puede echarle la culpa de todos sus problemas a su locura. Es bastante útil para sentirse mejor con una misma.

¿Tirar todo a su paso? No importaba, total estaba loca. ¿Tener el impulso violento de golpear hasta que no le dieran los brazos a Millicent Newcastle? Bueno, no podían culparla, estaba loca de remate y no era su culpa, si fuera una señorita normal obviamente no sentiría eso. ¿Le gustaba practicar deportes de hombre con su hermano? ¡¿Qué importaba?! Si estaba loca, la gente loca hacía cosas que no debía hacer, así que no importaba. Y si le encantaban las novelas, cuando era bien sabido que lo último que debería disfrutar una joven y decente señorita eran las novelas, pues bien ya que estaba loca e incumplía perfectamente con el ideal de señorita una raya más al tigre no podía ser tan dañina, ¿No?

Y así con cada defecto, cada cosa impropia de una dama y cada tontería que se le pasaba por la cabeza.

Nada importaba, porque de cualquier forma estaba loca.

Ayer mismo había tenido la mayor alucinación de su vida, el Sr. Kingstone le había dicho que era una semidiosa y su abuela había hecho nevar para comprobarselo; y aún más alucinante se ponía cuando le decía que ¡tendría que acompañarlo en un viaje al Oráculo de Delfos!

Cassie no sabía bien si lo había soñado o si había alucinado de lo lindo, lo que sí sabía era que se había levantado riendo por lo ridícula que sonaba la idea.

De cualquier forma, Cassie bostezó sin taparse la boca, de forma ruidosa y tan escandalosa que a su madre le hubiera dado algo. Cassie se paró abriendo los ojos lentamente y viendo todo más o menos negro salvo por el centro donde veía más o menos algo, se talló los ojos un poco y se desperezó de nuevo como un gato.

Volvió a abrir los ojos y medio sonrió satisfecha al notar que veía todo bien y sin manchitas negras pululando por ahí.

Llamó a su doncella y pidió que le prepararan un baño, había transpirado toda la noche y se sentía pegajosa y asquerosa.

El agua de la palangana estaba fría, tal y como ella la había pedido. ¡Qué alivio sacarse ese pegote de encima! Cassie pidió los aceites florales hechos a la antigua que tanto le gustaban, los había pedido desde que había leído sobre ellos por primera vez en la Odisea, que había leído antes que la Ilíada porque la encontró desacomoda en la biblioteca, el caso es que se había hartado de leer que los personajes se bañaban y se ponían aceites perfumados, había preguntado que por qué lo hacían y al descubrir que en esa época no había muchas formas de oler bien había decidido que quería probar también, así que se había hecho hacer sus propios aceites a la antigua.
Recordaba tener once años y fingir que era alguna princesa helena clásica.

Ah los viejos buenos tiempos.

Lo más loco era que después también se ponía perfume casero, porque su doncella tenía complejo de alquimista y le gustaba experimentar para hacer perfumes. Por suerte también le gustaba hacer recetas del antes de Cristo para aceites corporales.

Su doncella comenzó a vestirla, primero la camisa de lino, después los bombachos, y después su buen amigo el corsé.

- ¡Ann! Me asfixias, aprieta un poco menos. - Cassie estaba acostumbrada a usar el corsé ajustado para resaltar lo estrecho de su cintura, pero Ann se había pasado un poco apretando está vez.

- Lo siento, señorita, le prometo que no vuelve a pasar. - su doncella puso una voz inocente y lo ajustó el triple.

- ¡Ann! - Cassie gritó casi sin aire y tratando de alargar la "a". Ella se echó a reír a su costa.

- Discúlpeme señorita, pero en vista de que ha sido muy tentador hacerla rabiar no me ha podido resistir. -

Cassie estaba loca, y por lo tanto su doncella no podía menos que estar tan loca como ella.

Los Ojos Que Vieron A Los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora