Mark

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Mark rió al leer la carta de la señorita Willows y se decidió a contestarle.

Querida Señorita Willows

Le prometo que no tendré que recurrir a pedir su mano para convencer a sus padres en un segundo de que es una buena idea hacer este viaje conmigo. Usted esté tranquila y cuando este sábado le llegue la carta de sus padres, puede mandarme una nota dándome la razón.

El viernes de la semana que viene está invitada a tomar el té de las once en mi casa, luego de eso partiremos para Dover, espero lleguemos a tiempo para el té de la tarde antes de emprender viaje a Francia.
Espero ansiosamente por su respuesta (y su aceptación de que soy muy persuasivo)

Sinceramente suyo

Lord Marcus Percival Kingstone

Una vez la carta estuvo firmada, Mark la entregó a su lacayo y ordenó llevarla a Bathurst House, la residencia de la señora Bathurst, donde actualmente la señorita Willows estaba alojándose.

Dos horas después emprendió viaje a la casa de prima Lucy, quien vivía en el mismo  condado que la familia Willows.

Llegó al anochecer y prima Lucy tenía cara de no decidirse entre estar contenta y estar enfadada.

Una vez despachado el coche, Mark miró a Lucy y ella se le quedó viendo también, casi como sin saber qué decir.

– ¡Primo querido! – saludó una vez recordó que tenía que srr educada.

– Buenas a ti también, prima. –

– No te esperaba. Justamente hoy... Estoy organizando una cena y... ¡Por supuesto que eres bienvenido! Solo, me hubiera agradado un aviso. – comentó mientras entraban y se dirigían al salón de té.

Mark y Lucy siempre habían sido muy cercanos dado que antes de que ella se casase solía visitar Willburn Hall muy a menudo con su padre, que era el gemelo de su propio padre, bueno "padre" oficialmente hablando.

Lucy era legado de un semidiós, pero era enteramente la hija de su su tío y su tía. Y uno no podía decir que era fea pero tampoco que era bonita, por lo menos no convencionalmente, tenía un lindo par de ojos marrones y una sonrisa cálida que valían más que cualquier par de ojos azules y melenas rubias.

Mark siempre la había querido mucho, bueno, por lo menos desde esa vez que los habían llevado a Hyde Park y un niño había roto su juguete, Lu había ido y habia pateado al niño hasta que lloró para hacerlo sentir mejor.

Mark, teniendo seis años, había creído que era justo y que Lucy era genial por haber vengado a su juguete. Ahora a Mark le parecía cruel, pero aún le hacía gracia.

Un momento... ¿Qué había dicho Lucy ahora? Mierda, se lo había perdido.

– ¿Mark, seguís en el mundo de los vivos? ¿Debería poner una moneda de plata bajo tu lengua para asegurarme de que Carinte te te lleve a los Elíseos? –

– No, creo que no será necesario, seguiré aquí un buen tiempo más para incordiarte. –

– Ya sabía yo que venías a incordiarte, pero esta vez ¿qué es lo que necesitas? Si es la receta del pastel que llevé para la reunión familiar, la cocinera puede dictártela. Estoy segura de que a Gladys le saldrá perfecto. – bromeó ella, Lucy sabía que si fuera por una receta le habría escrito una carta. Aunque sí iba a pedirle la receta.

– No, de hecho, necesito que me introduzcas a los Willows. –

– ¿A los Willows? ¿Por qué quieres conocer a los Willows? La señora Willows es una caza frortunas y huro que no he he conocido a un hombre más aburrido que el señor Willows. –

Los Ojos Que Vieron A Los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora