CAPÍTULO EL CHICO DEL CABELLO DE PLATA

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Desde aquel día Harmoní se convirtió en otro miembro de la academia, un lugar en el que ya no existía nadie al que pudieras llamar familia. Estaba sola.

Día tras día soportaba los maltratos de sus instructores. Sin  importar si era de noche o día, si lloverá o si el sol azotara la tierra al final todo era igual, ella no podía hacer nada.

En varias ocasiones vio a sus compañeros caer por tal abuso, matando su corazón en unos cuantos meses, incapaz de sentir el dolor que habitaba tanto en su progimo como en su propio cuerpo. Obligándola a ver su reflejo constantemente frente a una enorme roca pulida que le habían dejado sus padres para cerciorarse de que no estaba herida de seriedad y evitar la extinción de su vida. Antiguamente  utilizada como un objeto ceremonial para darle comienzo al día del que se decía que nada se le escapaba a aquel espejo y mostraba a la persona como realmente era, pero con el paso del tiempo su imagen se fue borroneando, convirtiéndose en nada mas que una roca gris ornamental y rápidamente reemplazada por un espejo común y corriente. Todo se volvió rutinario al pasar los años, hasta que un día entro aquel individuo por el gran portón de madera de roble que daba acceso a la arena designada para el entrenamiento de los jóvenes guerreros. Se trataba de un  pequeño niño mestizo que no le llegaba ni a la altura de los hombros a Harmoní, su pelo plateado resaltaba entre todo aquel que lo rodeaba, ya que la mayoría tenía el cabello de color café, amarillo o de un rojo opaco - exceptuando a Harmoní que lo tenía de un color mucho más intenso –.


Y


Cuando la hora del descanso llego, Silverhier se encontraba tirado en el suelo lleno de heridas e incapaz de volver a levantarse.

- ¿No crees que es muy grande como para tener cinco?- murmuro por lo bajo Coole apoyándose en un muro mientras bebía agua de un jarro.

- Escuche que sus padres lo tenían escondido y los ejecutaran en la plaza central del lado este por ello – contesto Aoi, arrebatándole a Coole el jarro y sumergiéndolo en un barril para sacar más agua.

- Entonces es un maldito niño consentido, a diferencia de él, a nosotros nos los quitaron. Se lo merecen.

- Cierto

Harmoní al escuchar aquello miro al niño masacrado con algo de lastima. Sentimiento inusual en ella. Pero pronto lo ignoro y se apartó sin decir nada.

Cuando el entrenamiento empezó, Silverhier aún no se levantaba y, divertido, el instructor se dispuso a patearle por el costado, arrojándolo lejos. Enojando de cierta manera a Harmoní.

-¿Que ocurre renacuajo? – Grita el instructor en tono de burla mientras caminaba hacia el niño- ¡Levántate!

Se prepara para darle otra patada. Harmoní al mirarlo, saca una piedra de su bolsa del pantalón y, con un chispazo, la prende en llamas. Acto seguido se la arroja al instructor, pero esta le roza en la mejilla cayendo en el suelo.

El instructor se pasa los dedos por la mejilla y observa como los restos carbonizados de la roca oscurecían sus yemas de los dedos, se gira y mira al grupo de jóvenes mientras emanaba un aura oscura.

Todos posaban su mirada en Harmoní, quien miraba desafiante.

- Déjele – ordeno ella.

- Creo que no entiendes – le contesto el instructor al mismo tiempo que se posaba frente a ella. La toma del cuello levantándola unos cuantos centímetros del suelo -. Eres hija de traidores. No tienes derecho de desafiarme, renacuajo. – dice enojado y luego la avienta contra el lugar donde estaban posadas las armas de filo, creando el estrepitoso sonido del entrechocar del metal. – Agradece que esto es todo lo que hare. Mañana ustedes dos inútiles limpiaran la arena hasta que no quede ni el más mínimo rastro de sangre u mugre en todo el edificio. – camina por la arena hacia el gran portón y parándose frente a este, suaviza su tono de voz y anuncia: Todos los demás descansen.

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