CAPÍTULO 3 DRACOHL EL MOLDADOR DE HEYS

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Las ascuas de la chimenea crepitaban con un brillo carmesí, iluminando los muros de piedra caliza cercanos a esta. Al otro extremo de la habitación se encontraba Dracohl sentado en una silla frente a una mesa llena de pergaminos. Como la luz rojiza del fuego no alcanzaba a iluminarle, Dracohl sostenía una vela de llama amarillenta sobre los manuscritos mientras murmuraba el contenido de uno.

Una suave briza hacia ondear su corto cabello marrón y la luz de la vela zigzagueo como una serpiente dando a la fuga. Un escalofrió recorrió su espalda y se levantó bruscamente tirando la silla al suelo.

La llama de la vela se volvió verdosa e inestable hasta el punto de arremolinarse sobre la mano de Dracohl, irritándole la piel, causando que la soltara maldiciendo. Saltando del pabilo de la vela la llama se convirtió en una bola de fuego color azulado que en unos instantes se transformó en una animalito del tamaño de un puño con el pelo erizado.

Quejándose por las magulladuras creadas en su mano Dracohl mira a la criatura molesto, cierra los ojos un momento y respira profundamente. Se agacha dificulto-samente, sin dejar de frotarse la herida, y dice dirigiéndose al animal azulado con un tono gentil:

- ¿Qué ocurre Manabu? – Pregunto Dracohl acercando un trapo que se encontraba cerca del muro y envuelve a la criatura con el – Tenia meses que no tomabas forma sólida y me asustabas de esta manera.

Entonces Manabu habré sus ojos vidriosos e intenta librarse de aquel manto, pero Dracohl hace una mueca y aprieta al peludo con fuerza atraves de la tela −. Tranquilo.

Dracohl susurra una serie de palabras monosílabas en su lengua materna y el pequeño animalito se empieza a encoger, midiendo al final no más de cuatro centímetros, y a recuperar el tono acua que comúnmente poseía en ese estado solidificado.

Entonces, cuando Dracohl desenvolvía a Manabu y le masajeaba el lomo con un dedo, la puerta sonó con histeria, causando que el pequeño animal se tornara de color amarillento y se prendiera en alguna clase de llama fría. Asustando un poco al viejo erudito.

Dracohl se levanta e intenta que Manabu se volviera a posar en el pabilo, pero con todo el escandalo causado en la entrada era imposible que se quedara quieto. Entonces crispado se dirige a la puerta con Manabu revoloteando por encima de su cabeza como un farol y abriendo la puerta grita:

-¡Es mucho pedir que alguien pase la noche en paz!

Dracohl se queda paralizado. Frente a él se encontraba una hermosa muchacha encapuchada de pelo azul metálico, ojos de color plata y facciones finas, portando un vestido que apenas le llegaba a las rodillas, manga larga, color beich y un niño en brazos mientras que la lluvia caía a cantaros.

- ¿Me permitirías entrar tío Dracohl?

El anciano estaba impactado. La mujer frente a él era nada más ni nada menos que su sobrina Luna que se había fugado con un tosco carmesí.

- Sabes que siempre eres bienvenida.- Dracohl se aparta al marco de la puerta y empuja la puerta para que ella entrara. – Entra.

Esta se inclinó con el niño en brazos. Y camino escurriendo una abundante cantidad de agua de su capucha. Al notar esto Dracohl se acerca a ella y le arrebata la prenda mojada a Luna. Este se rio y dijo:

- Sigues si saber cómo atar el nudo de tu ropa. Deberías de ser consciente de ello, pero no se debe de entrar a empapar la casa de alguien ajeno.

- Perdona tío. Fue una noche difícil. – le contesto con voz quebradiza y se dirige a la habitación de la chimenea. Se gacha frente al fuego y coloca al niño a unos treinta centímetros de él.

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