Cap.2
Ese momento fue realmente incómodo, y lo cierto es que nunca antes había pasado eso. Algo me incomodaba, pero desde luego a él también. —¿Dónde vamos? —¿Te parece bien a la bolera? —sugirió. Asentí, di un paso adelante y cerré la puerta tras de mí.
Oliver había venido en coche, normalmente no iba en coche, sino en moto, aunque tenía licencia para conducir ambos. Él ya tenía los diecisiete y pico y yo acababa de cumplir los dieciséis, es un año mayor que yo, pero estaba en mi clase a pesar de eso, ya que había repetido curso.
Caminamos unos pocos pasos y me abrió la puerta para que me sentase en el asiento del copiloto, y así lo hice, en ese momento estaba tan sumergida en mis pensamientos que ni siquiera le di las gracias.
No era la primera vez que subía en su coche, y además, aunque en ese instante no lo pareciese, había confianza, así que puse la radio bastante alta, él sonrió y arrancó el coche. El trayecto transcurrió en silencio. Cuando llegamos, bajó del coche, y de nuevo me abrió la puerta para salir.
Una vez dentro del recinto, nos calzamos las zapatillas adecuadas y entramos a la zona de bolos. Le miré. —Oliver, yo nunca he jugado a los bolos—reí. Él contestó con una carcajada y se acercó. Tomó una de las bolas que salían de la máquina y me la ofreció. Encajé tres dedos en los agujeros de la bola y le miré dudosa. Se fue hasta la línea de lanzamiento y me hizo un gesto para que fuese. Así lo hice. Puso su mano sobre la mía. —Es fácil, solo imagina que el bolo de en medio es la cabeza de Azahara—susurró en mi oído y rio.
Azahara era una odiosa chica de nuestro instituto que siempre estaba molestando a todo el mundo y a la que habíamos cogido manía.
Lancé con todas mis fuerzas y me tapé los ojos.
No sabía cuántos bolos iba a derribar, pero desde luego no esperaba tirar muchos, así que no quise ni siquiera mirar el recorrido que hacía la bola. Oliver me cogió las manos y me destapó los ojos justo en el momento oportuno para que viese que acababa de hacer un pleno.
Rio y me abrazó. Yo, sorprendida, le miré —Woao, gracias—suspiré y le di una bola—Te toca—reí.
La tarde transcurrió entre carcajadas y celebraciones por cada pleno. Nos burlábamos el uno del otro cuando no obteníamos buena puntuación.
Hubo un momento en el que pensé que no salía viva. Oliver acababa de marcar un pleno después de tres fallos y, me levantó del suelo del abrazo que me dio, y, bueno, él mide fácilmente quince centímetros más que yo.
Terminamos de jugar y me llevó a casa, se hizo bastante tarde, de hecho, se hizo la hora de que mis padres ya estuviesen en casa.
-S y M