Parte 8

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Un mes... dos semanas... y pronto tan sólo un día faltaba. El concurso estaba a la vuelta de la esquina, y ambos chicos lo esperaban con más entusiasmo del que se tiene antes de vacaciones.

El evento se llevaría a cabo en el gimnasio de baloncesto de la ciudad. Minghao y Jun iban acompañados por sus respectivas madres, ambas al borde de la emoción, y preparadas con carteles para apoyar a sus hijos.

Estaban ya al inicio de las gradas del gimnasio, rodeados por decenas de personas, muchos de ellos participantes haciendo unos cuantos estiramientos, y repasando mentalmente su presentación.

—No hay tiempo para los nervios, chicos —la señora Xú los animaba... o al menos eso intentaba—. No olviden los pasos de la coreografía, eso es esencial.

—Ma... —Minghao tan sólo quería ir a la parte trasera del escenario y esperar su turno. Rogaba para que su madre se callara de una vez.

—En caso de que se pongan nerviosos, imaginen al público en ropa interior.

—Ma....

—Nosotras estaremos aquí apoyándolos, bebés.

—Mamá...

—Traje la videograbadora, este momento será un hermoso recuerdo cuando seas mayor.

—Mamá, porf...

—Oh, estoy tan orgullosa de mi bebé —una lágrima de orgullo materno rodó por su mejilla, la limpió al instante, sin olvidar de hacerlo gentilmente para no arruinar su maquillaje.

—¡Mamá! —algunas de las personas que los rodeaban miraron en su dirección curiosos por el repentino grito. Minghao se sintió aún más avergonzado por hacer que tanta gente los mirara en tal situación tan típica de las madres cursis.

La mamá de Jun y él también observaban divertidos la escena.

—Ya es hora chicos, deben irse —la señora Wen acudió al rescate del pobre chico, alentandolos a irse para que pudieran concentrarse antes de su presentación—. Liang, ¿por qué no vamos por una botanas?

—Buena idea, Shuang —ambas madres, durante el camino en coche al concurso, se hicieron rápidamente buenas amigas, por lo que ya se hablaban como si se conocieran desde jóvenes.

La señora Xú antes de irse atrapó a ambos chicos en un gran abrazo, dándoles todo su apoyo.

Sin decir más, después de una ligera reverencia como despedida, Jun tomó la mano de su amigo y caminaron hacia la parte detrás del escenario, junto a los otros participantes.

La señora Wen tomó por los hombros a la señora Xú, dirigiendola a la cafetería por algo de tomar, luego irían a sus asientos, y sólo quedaba esperar el turno de sus hijos. Tenían la certeza de que serían los mejores, y aunque no ganaran, ellas estarían ahí para demostrarles todo su apoyo y lo orgullosas que se sentían de ser sus madres.

Mientras tanto, ambos chicos se formaron en la fila donde confirmaron su asistencia y les dieron unas hojas blancas con el número 34, el número de su turno, y cada uno se pegó la hoja sobre su camisa.

Se podían respirar los nervios, el ansia, la emoción, y sobre todo, las ganas de ser el mejor. La espera se hacía eterna, pero a la vez el tiempo corría demasiado rápido, y Minghao sentía que en cualquier momento se ahogaría con sus propios pensamientos.

—Número 30, prepárate —el organizador del evento, con unos auriculares sobre la cabeza y un manojo de hojas con los nombres de los participantes en la mano, se asomó por entre la enorme cortina que separaba el escenario del backstage. Un chico alto y delgado como un palo con el número 30 sobre el pecho se levantó del suelo, saliendo a su llamado.

Minghao pasó saliva, observando cómo su turno se acercaba cada vez más.

—Hey, todo está bien —entrelazó sus dedos con los del pequeño. Jun siempre sabía cómo y cuándo hacerle sentir mejor, y eso lo agradecía—. Tal y como lo hemos estado haciendo durante los ensayos —le sonrió, apretando un poco más el agarre.


—Número 33, tu turno —el mismo hombre volvió a hacer el llamado.

El ruido desapareció, todo comenzó a oscurecerse, los muros a su alrededor comenzaban a juntarse más y más entre sí aprisionándolo, asfixiándolo, ¿qué sucedía?, ¿por qué no podía respirar?

—Ming —una débil voz se lograba distinguir a lo lejos, muy lejos—. Ming, ¿me escuchas? ¡Minghao!

Todo se volvía cada vez más oscuro, sí, y no podía evitarlo, pero entre toda esa oscuridad vacía, podía distinguirse un brillo a lo lejos; lucía como un gran trofeo, brillante y pulcro, y se acercaba cada vez más, tanto era su brillo que lastimaba un poco a la vista, pero no importaba, porque en verdad valía la pena observarlo. Estaba tan cerca, sentía que con tan sólo alzar un poco el brazo podría tocarlo. Brillaba cual diamante. Seguramente era aún más valioso que un diamante. Quería tocarlo. Minghao también quería ser un diamante, justo como aquel que tenía enfrente. Estiró tan sólo un poco más sus delgados dedos, los que temblaban por los nervios y la emoción que lo consumía por dentro, y al fin pudo tocarlo, era tan suave y cálido, era perfecto.

—Ming, podemos hacerlo, y lo haremos increíble, sé que así será.

—¿Qué? —todas las voces de decenas de las personas que al igual que ellos esperaban por su turno de salir al escenario golpearon sus oídos cual ola durante marea alta, y la habitual luz volvió a su alrededor.

—Número 34, no volveré a repetirlo: ¡al escenario! 

Sin decir más, Jun, quien en ningún momento había soltado la mano del pequeño, le mostró una alentadora sonrisa y lo guió hacia la cortina que separaba el escenario del backstage... pero esa cortina no sólo separa ese pedazo de suelo, sino que separaba su vieja vida con el inicio de una nueva, llena de desafíos, caídas y mucho sudor, pero estaba claro que todo ello valdría la pena.

Estaban rozando el camino a la diamond life.



Becoming SEVENTEEN [En Pausa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora