La sociedad tiene la marcada e innecesaria necesidad de poner etiquetas a todo y a todos: que si aquella chica es una zorra; que si aquel chico es un friki; esos dos de allá son gays; mira a la marimacha de allá; el feo; la nerd; el payaso; el ñoño... Pero queramos o no, lo hacemos. Etiquetamos a las personas. Inconsciente o conscientemente, ya forma parte de una muy apegada costumbre por diferenciar y categorizar a las personas cual razas de animales, la cual se ha estado llevando a cabo, prácticamente, un poco después desde que el ser humano comenzó a formar palabras y oraciones y relacionarlas con lo que ve.
Sin embargo, a pesar de que es algo que hacemos casi cientos de veces en nuestro día a día, etiquetar ciertas cosas es endemoniadamente difícil para muchos de nosotros, como por ejemplo, etiquetar las relaciones sociales. "¿Somos novios?"; "¿somos amantes?"; "¿amigos con derechos?", y no sólo las hay amorosas, sino también de cualquier situación que implique una interacción con una o más personas.
Minghao, patéticamente se encontraba en ese escaso grupo de personas a las que se les conoce como antisociales, retraídos, temerosos, -y según la sociedad en general-, RAROS.
Él era un chico tímido, cauteloso, tenía gustos diferentes a los que estaban de "moda", no hablaba mucho ni se le facilitaba interactuar con personas nuevas, incluso con las que ya conocía le era un tanto difícil hacer plática y encajar.
Odiaba eso de sí mismo.
Lo odiaba, pero sabía que jamás lograría cambiar. Así era él, y punto. Se había aceptado así como era, pero algunas veces se sorprendía a sí mismo prometiéndose que haría el esfuerzo por socializar más, por tratar de encajar. En lo cual, no siempre tenía éxito, pero cuando lo lograba, después de un tiempo se le hacía cansado y aburrido.
Él no tenía la culpa de ser así. Desde que tiene memoria había sido como es.
De pequeño no jugaba con los demás niños en el recreo, prefería comer tranquilo en algún lugar apartado; no iba a las fiestas de sus compañeros, pero eso era en parte porque no recibía invitación, y a veces se moría de ganas por saber lo que era ser invitado a una fiesta de cumpleaños, pero luego recordaba que no le gustaba el ruido en extremo ni estar rodeado de mucha gente.
Debido a su peculiar forma de ser, en su niñez-adolescencia, era de esa pequeña clase de chicos que no va a fiestas, que no toma, que no fuma, que le cuenta prácticamente todo a su amada madre, y uno de sus pasatiempos favoritos es quedarse en casa la noche del viernes para ver películas o leer... es más, eso era parte de su rutina diaria, caminar a la escuela–tomar apuntes–regresar a casa–hacer tarea–leer/ver la tv–dormir... -claro, a grandes rasgos-.
Por ello, siendo lógicos, no tenía muchos amigos, es más, no consideraba a nadie como su "amigo". Sí, de vez en cuando Xuyaon se acercaba a él y platicaban un rato sobre programas de tv, de la escuela, o de lo que Xuyaon había hecho durante el fin de semana; y Minghao escuchaba atento, y agradecía que ese chico le dedicara unos momentos de su vida, pero en sí no eran nada más que sólo compañeros.
¿Lo ven?: de nuevo etiquetando.
A pesar de la carita inocente que diferenciaba a Minghao de los demás, este tenía una fuerza única, tanto física como mentalmente, y eso se lo debe a sus padres, quienes desde pequeño siempre le demostraron su infinito amor hacia él, y además lo incetivaron a entrar a clases de wushu cuando tenía tan sólo 5 años, todo un pequeño. Esto también le ayudaba a que los brabucones –que nunca faltan y se la viven molestando a inofensivos y tímidos niños que no representen ninguna dificultad para ellos- jamás se metieran con él, pues Min sabía cómo defenderse. Y a la vez le ayudaba a mantenerse fuerte ante las adversidades de la vida, pues el ser diferente a los demás representa un gran reto y se requiere de mucha fuerza para no caer en cosas como la depresión e incluso el suicidio, al sentirse inferior a los demás por ser diferente a ellos.
No. Minghao no pensaba así. Sí, era muy introvertido y flacucho, pero no era ningún depresivo suicida ni un debilucho. Se aceptaba tal cual era y disfrutaba su vida en su peculiar manera.
A parte de practicar wushu, su madre insistió en inscribirlo a clases de música y canto, con el fin de que en el proceso él se volviera un poco más extrovertido.
Y en parte funcionó, porque al cantar y bailar, Minghao se sentía en su propio mundo. Incluso llegó a ir a unos cuantos concursos de talentos. No ganó en ninguno porque los niños de más edad y experiencia arrasaban con las puntuaciones, sin embargo, Minghao lograba destacar y conquistar al público. A pesar de no ganar trofeos, Min amaba subirse al escenario y perderse en su interpretación, y por eso nunca se daba por vencido.
En las tardes, después de terminar la tarea, practicaba unos cuantos pasos que se le venían a la mente, dejándose llevar por la música, entrando a su propio mundo. Sus padres amaban verlo tan entusiasmado en algo más que encerrarse en casa a perder el tiempo pegado a la tv.
Un día, cuando volvía de la secundaria, con mochila al hombro y el uniforme un tanto desordenado, escuchó a la distancia una melodía completamente pegadiza, y se encontró a sí mismo caminando hacia donde sea que viniera esa música, moviendo la cabeza al compás del ritmo; ayudado por su agudo oído, llegó a una de las muchas bodegas que había en esa parte de la ciudad, de las cuales, comúnmente muchas estaban vacías y medio abandonadas. La bodega en sí, no era más que un cubo gigante hecho de láminas de metal, con una gran puerta corrediza, la cual estaba cerrada, obstruyendo la vista del chico.
Logró encontrar en una lámina, que fungía como pared, un pequeño agujero en ella, permitiendo que Minghao viera parte de lo que se llevaba a cabo dentro de la bodega.
Un pequeño grupo de chicos, supuso que un par de años mayor que él, dejaban a su cuerpo moverse al compás de la movida música que salía de un enorme reproductor, de los más nuevos en aquel tiempo, impresionando al curioso chico.
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Becoming SEVENTEEN [En Pausa]
Fiksi PenggemarMinghao, patéticamente se encontraba en ese escaso grupo de personas antisociales, retraídos, temerosos, -y según la sociedad en general-, RAROS. Odiaba eso de sí mismo. Lo odiaba, pero sabía que jamás lograría cambiar. Así era él, y punto. Se habí...