CAPITULO 5

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El sol traspasaba la cortina de la ventana del bus, a mi lado estaba un hombre que desde que se sentó estaba durmiendo. Tenía en la mano un libro de bolsillo que compre en una pequeña tienda del terminal se llamaba "100 poemas y frases perfectas" hojeando descubrí un poema que me cautivo de una forma horrorizante era de Thomas Dylan:

Y la muerte no tendrá dominio

Los hombres desnudos han de ser uno solo con el hombre en el viento y la luna poniente; cuándo sus huesos queden limpios y los limpios huesos se dispersan, ellos tendrán estrellas en el codo y en el pie; aunque sean locos se volverán cuerdos, aunque se hundan en el mar saldrán de nuevo, aunque se pierdan los amantes, no se perderá el amor

Y la muerte no tendrá dominio

Los que un hace tiempo yacen bajo el mar, no han de morir en el viento retorcido de angustia cuando los nervios controlen, atados a una rueda no serán destrozados, la fe, se partirá en dos en sus manos y han de pasarles todos los males, sueltos todos los cabos, ellos no estallaran, y la muerte no tendrá dominio

Y las gaviotas dejarán de cantar en los oídos, y las olas ya no rugirán al chocar con la orilla del mar, donde creció una flor, otra flor nunca levante su cabeza bajo la lluvia, y aunque ellos estén locos y totalmente muertos, sus cabezas martillearan a las margaritas, irrumpirán al sol, hasta que el sol sucumba. Y la muerte no tendrá dominio.

DÍA 1 :

Era el último recorrido que daban las lanchas en el día, el sol ya estaba bastante cansado, llevaba mi tienda y mi bolso en los brazos, el mar se estaba tendiendo violento, podía ver desde lo lejos el faro de la isla, junto a mi varias personas que tenía intenciones de acampar. Tenía un poco de miedo, nunca antes había acampado solo y menos entre desconocidos, me hacía pensar en las películas del asesino que acampada cerca nuestro y derrepente las personas comenzaban a desaparecer para luego aparecer sin varios de sus órganos. El muelle estaba bastante lleno, la mayoría de las personas se montaban en las lancha para volver a la ciudad. Camine toda la playa con mi tienda en la espalda, buscando el lugar perfecto. Cuándo al ver, varios de las personas de la lancha caminaban detrás de mi; eran bastante contemporáneos a mi edad.

-cuanto falta para el campamento? - me pregunto una chica

-¿Es a mi? - le pregunte

-Si claro-

-no se donde esta el campamento-le dije

-disculpa, nos estábamos guiando por ti, te creíamos a algo conocedor de esto- sonrieron

-para nada, es la primera vez que vengo acá - dije

- ¿De dónde eres? - me pregunto un chico

-De ciudad Guayana ¿y ustedes? - pregunte

-Vivimos en Valencia, pero somos de muchas partes- respondió la chica. Eran aproximadamente seis chicos

-¿y donde acamparas? - me preguntaron

-no lo se-

-bueno acampemos juntos- me dijo una de las chicas

-esta bien-respondí

Me recordé de las películas de terror, del grupo de campistas en el que esta un morboso asesino en serie que ataca cuando ya tiene la confianza del grupo. Me reí mentalmente. Arme mi carpa al inicio de la playa, no tan cerca del mar, no muy alejado de la selva, donde en el día las sombras de los árboles me cubrieran, y en la noche no se inundará la tienda. Ellos la armaron muy cerca como a unos cuantos pies. Subí al faro con unos completos desconocidos querían ver al igual que yo la escapada del sol. Y del otro lado del cielo la luna anunciándose.

NUEVAMENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora