Una gran casa ¿Niños Mimados?

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—¡No seas dramática! — me gritaba mi madre mientras conducía a la que sería nuestra nueva casa. Yo hacía pucheros de rabia.

—No es drama mamá, no quiero vivir con Max y sus hijitos mimados —me cruce de brazos y le lance un mirada asesina. Estaba tan furiosa. ¿No podía él mudarse a nuestra casa?

<<Claro que no, es rico ¿Por qué se mudaría a una casita teniendo una mansión?>>

Mi subconsciente me miraba de reojo con los brazos cruzados. <<¡ESTAS LOCA!>> Tenía razón, nuestra casa era el hogar perfecto para una madre soltera y su única hija, no para un hombre millonario y sus cuatro hijos mimados. Mi madre hablaba de ellos y solo podía imaginarme a cuatro niños malcriados que solo pensaban en videos jugos y fiestas. ¿Cuántos años podrían tener, 10 o 15? Mientras no se metan conmigo todo irá bien.

Aun furiosa me puse los audífonos, escuchar música me relajaría en el camino. Pasaron por lo menos 30 minutos, lo que para mí fue una eternidad. Mire por la ventana notando que entrabamos a una urbanización con enormes casas, una más hermosa que la otra.

<< uff familias con mucho dinero >> mi subconsciente se le cayó la boca al piso, estaba tan sorprendida como yo.

Mi madre recorrió toda la calle hasta llegar al final, dejamos las casas grandes para encontrarnos con una mansión 5 veces más grandes que las otras. Un enorme portón negro se abrió ante nosotras, dejándonos pasar por un camino con jardines de lado a lado. Era hermoso. Cuando por fin llegamos a la entrada de la mansión, no podía creer lo grande que era.

—¡Esto es un hotel!— Exclame sorprendida.

—Espera a que veas tu habitación— salió del auto.

Al bajar del auto un hombre atractivo de ojos verdes y traje de etiqueta nos miraba desde la entrada de la mansión. Maximiliano Bennett nos mostraba una gran sonrisa de bienvenida. A su lado un señor con traje de pingüino y una pinta de estirado se acerco al auto para sacar nuestras maletas.

—Bienvenidas— dijo Max acercándose a mi madre y plantándole un beso.

—Hola cariño— le dijo ella. —Dakota, hija— me llamo —ven para que saludes a Max.

—Bienvenida Dakota, espero que te sientas cómoda aquí— dijo Max estrechándome la mano.

—Eso espero, señor Bennett— le dije mientras fingía una sonrisa.

—Por favor dime Max— dijo — Vamos — nos invito a pasar a la enorme mansión y el pingüino estirado nos siguió.

Ellos entraron primero y yo los seguí. Al entrar lo primero que vi fue unas escaleras enormes que te llevaban a un segundo piso, donde supuse estaban las habitaciones. A mi izquierda se vía un gran comedor con una mesa como para 12 personas y a mi derecha una sala con muebles elegantes, una linda chimenea y unas puertas altas de vidrio que daban al jardín.

Mi subconsciente daba brincos de alegría, esta misión era perfecta para unas fotos de impacto.

—Dakota— me llama Max, despertándome de mis planes fotográficos

– Si

—Puedes subir a tu habitación para ponerte cómoda, Andrés llevara— señalo al pingüino estirado— te veremos en 20 minutos para almorzar y te presentare a mis hijos.

<<Genial conoceré a los niños mimados>> pensé

—Por aquí señorita— dijo el señor estirado. <<¿Cómo es que se llamaba? ¡Ah, sí! Andrés>>

Enamorada De Los BennettDonde viven las historias. Descúbrelo ahora