El mundo cambió de color. Sicilia había temido que la oscuridad me tragara, pero pasó todo lo contrario: después de esa tarde, por primera vez en mucho tiempo, desperté queriendo despertar. Las voces de los idiotas del colegio eran una pista de fondo en volumen tan bajo que, si no le ponía atención, ni se oía. Podía respirar, tenía ganas de comer, dormía sin despertar con pesadillas a la mitad de la noche. Dejé de molestar a mi abuela y ella dejó de cocinar cosas verdes. Nuestra tregua no llegó más lejos, pero algo era algo. Volví a las bailarinas y a los paisajes como si el episodio del lienzo enorme nunca hubiera pasado. Leo seguía ayudándome a fabricar mis lienzos diminutos y me dejaba llevarme uno o dos en secreto. Intenté pintar a mis papás muchas veces y nunca se parecían en nada. Me desesperaba y acababa pintando ojos, labios sueltos.
Llegaba temprano a la casa de los leones, Leo salía al patio y platicábamos de mil cosas. Pasaba todo el camino antes de verlo analizando qué contarle y qué no, cuáles anécdotas sonaban "infantiles" y cuáles "adultas". Se me hacía tarde para crecer, para alcanzar a Leo que seguía creciendo y que me vería para siempre como una niña. Terminó la preparatoria y Sicilia insistió en que se tomara un año para viajar. Él no quiso.
-Ella cree que a todos les funciona lo mismo- se quejó.
-Pero, ¿no quieres ir? ¿Conocer el mundo?- pregunté yo, aunque cuando supe que no se iría casi muero de felicidad.
-El mundo está dentro de la cabeza de cada persona. No tengo que irme para conocer nada.
-No es lo mismo.
-Sí, ya sé. Pero siempre habrá tiempo.
-¿Cómo sabes?- pregunté, y de nuevo nos hundimos en uno de nuestros silencios que ya no eran incómodos.
-No sé- dijo al fin, -uno planea la vida creyendo que habrá tiempo.
*
Ahora tenía un mejor pretexto para quedarme en el salón en los recreos: leer los libros que Leo me prestaba y buscar las palabras extrañas en el diccionario. A veces sentía que mi cerebro iba a explotar y al principio le preguntaba las cosas que no entendía: luego decidí buscarlas en internet y sorprenderlo con mis comentarios inteligentes. Me volví cliente frecuente de la zona de "cine de arte" de Blockbuster y aunque a veces los cajeros me veían raro, yo seguía con mi cara muy seria, analizándoles los granos que tenían en la cara y sintiéndome muy culta mientras rentaba películas francesas que a veces me ponían a roncar y otras veces me quitaban el hambre por días. Las veía en mi computadora, encerrada en mi cuarto, y la letra C de la clasificación siempre me provocaba unas cosquillas muy agradables.
-Lo bien que habrá dormido Rick esa noche- suspiró Leo en el teléfono, cuando le conté que acababa de ver Casablanca.
-¿Cuál noche?
-La noche en que Ilsa se fue.
-A ver: el tipo metió al amor de su vida en un avión y la mandó al otro lado del mundo. Claro, seguro durmió como un angelito.
-Era un puercoespín y lo sabía.
-¿Un puercoespín?
-Tarde o temprano le iba a joder la vida y decidió no hacerlo, aunque se moría de ganas.
-¿De joderle la vida?
-De vivir una gran historia de amor.
A veces tenía que fingir que entendía y decir que sí o que no según creía que funcionaría mejor. Otras veces tenía que buscar explicaciones en algún blog o de plano quedarme calladita mientras Leo decía que Lost Highway era un reflejo de su cerebro.
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CARBÓN
General FictionUna historia de amor, locura y salvación en blanco y negro: sin medias tintas.