5. El dolor es fuego con mil piernas

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Ahora era jueves, también. Llovía y me caían las gotas en la cara y en todas partes.

-¿Gala? ¿Qué haces ahí? -dijo la voz de Leo sobre mi cabeza. Tenía una bolsa con materiales que seguro Sicilia le había mandado comprar. Recogió mi mochila del piso y me guió a la casa. Abrió la puerta y prendió la luz de la cocina. Nunca había entrado a la casa por ahí, siempre por la puerta grande que daba al salón de la cúpula.

-¿Te presto una playera? -ofreció mientras dejaba la bolsa y mi mochila en la mesa. Al voltear vio mi nariz, que había reanudado su sangrado.

-¿Qué te pasó? ¿Quién hizo esto? -exclamó. Su enojo me hizo sentir bien y olvidé el dolor por un instante. Bueno, medio instante.

-Una pelea en la escuela -dije.

-No puedes seguir lastimándote así -dijo, negando con la cabeza. Se acercó y me miró de un lado y del otro como si fuera un experto.

-¿A qué hora fue esto?

-Como a las tres -dije.

-¿Y nadie te llevó al hospital? ¿Cómo se llama tu escuela? ¿Qué clase de...?

No acabó la frase. Suspiró y prendió otra luz. Me examinó una segunda vez.

-Agarra tu mochila, te voy a llevar al hospital.

-No puedo pagar un hospital. Prefiero que me rompan la nariz quince veces antes que pedirle algo a Dolores.

Él sabía todo de mi abuela y no insistió.

-No esta rota, está desviada -dijo. Llenó una bolsa de plástico con hielos y la puso sobre mi nariz.

-¿Qué importa? De por sí mi nariz es horrible.

-Sabes que no.

-¿Que no? Claro que sí. Horrenda -en parte insistía para que Leo me discutiera, pero siempre había odiado mi nariz.

-Eres una niña muy bonita.

-Una niña -repetí con un gruñido.

-Sí, una niña.

-No soy tan niña -comenté ofendida.

-Tal vez no tanto -accedió él.

-¿Y tu mamá?

-Pintando -dijo, concentrado en mi cara. Retiró el hielo e hizo una mueca que quería decir "mal rollo"–. Entonces, ¿no definitivo al hospital?

-Te da asco mi nariz chueca y sangrada -reclamé.

-Para nada. Sólo me preguntaba si, como dices, no eres una niña.

-Pues no soy.

-Entonces cierra los ojos y ten cuidado de no morderte la lengua.

Lo obedecí. Le habría hecho caso en lo que fuera. Sentí sus dedos, fríos por el hielo, sobre la piel. El dolor era una ola que subía por mi frente y hasta mi cerebro.

-Una... dos... -y ¡CRAC!, Leo devolvió mi nariz a su lugar y yo solté un grito que tronó los cristales de un mundo paralelo.

-Listo -, y me devolvió la bolsa de hielo. Sacó una botella de aspirinas de un cajón y me dio dos junto con un vaso de agua-. Muy valiente. Nunca le digas a mi mamá que hicimos esto.

-Gracias, doctor. ¿Me va a dar una paletita? -me burlé. Además, no había sido valiente: había gritado.

-Es normal que te duela, sabes. Ay, Galita, Galita, ¿en qué cosas te metes? -dijo, y la pregunta iba más dirigida a sí mismo que a mí. Le daba tristeza mi vida.

CARBÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora