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—Yo siento que te debo una explicación.

Fran me miró sorprendida.

—¿Tu? Pero si la que te escribía cartas como psicópata era yo.

—Pero siento que tu sufriste por mi culpa al venir a ayudarme y lo mínimo que puedo hacer es explicarte por que estaba así. Solo escucha, quiero desahogarme.

—De acuerdo.

Fijé mi mirada en la ventana que daba a la entrada del hospital, a la calle donde Fran había sufrido el accidente.

—Hace dos años les pedí a mis padres un perro. Estaba obsesionado con la idea de tener un perro, pero mis padres se negaban porque sabían que yo no era muy responsable y que me aburría con facilidad. Les supliqué y supliqué hasta que mi hermana menor, Rocío se apiado de mi. Rocío era todo lo que una chica y una hija debía ser. Era popular, jefa del grupo de gimnasia y dirigente social. También tenía las mejores calificaciones y el mejor comportamiento. Tenía su futuro asegurado y parecía tener una paz y una belleza que enamoraba a todos. 

Rocío acepto ayudarme a cuidar a mi perro y esa fue la única razón por la que mis padres me permitieron esa mascota. Los primeros meses nos turnábamos para salir a jugar con él y juntábamos dinero para comprarle el alimento. Mi madre comenzó a insistir en que fuera a una peluquería y comenzamos a llevarlo una vez al mes a la peluquería. Un día mi madre me llego diciendo que Zash-el nombre de mi perro- necesitaba ir a la peluquería. Yo me negué, el día anterior había salido con unos amigos y tenía una gran resaca. Era mi turno, ya que Rocío había ido el mes pasado. Mi hermana llegó a mi habitación donde mi madre me gritaba por mi poco compromiso y decidió ir ella en mi lugar, para evitar conflictos. Fue la última vez que la vi.

Fran me miró con ternura y lástima, era la misma mirada que me habían dirigido mis familiares durante meses. Con un nudo en la garganta reanude la historia.

— A dos cuadras de la casa un camión no se detuvo donde debía y atropelló a mi pequeña hermana— Ya no intentaba contener mis lágrimas, las deje caer en un intento desesperado por liberar mi dolor. —Cuando llegó el policía a contarnos lo ocurrido sentí como la culpa se instalaba sobre mis hombros, ella había muerto por mi irresponsabilidad, yo era quién debía haber llevado a Zash a la peluquería. Yo era quién había querido tener un perro desde el primer día y había sido incapaz de mantener ese compromiso y ahora mi hermana había muerto por mi ineptitud.

Fran me miraba con lágrimas en los ojos que caían por sus mejillas llegando hasta el cuello.

— Desde ese momento me convertí en una persona más cerrada y antisocial, los únicos amigos que se quedaron a mi lado fueron Clara y Rodrigo, que habían sido mejores amigos de Rocío y entendía todo lo que estaba pasando. Gracias a ellos no me hundí... Completamente. Cuando intenté, ya sabes, acabar con mi vida, fue por que se cumplía un año de la muerte de mi hermana y yo no me sentía capaz de seguir con mi propia vida. Sentía que le había quitado su oportunidad y que yo no merecía vivir feliz. No merecía ni si quiera vivir. Por eso hice lo que hice, fui un egoísta, no pensé en mis padres ni en mis amigos, ni siquiera pensé en lo que Rocío habría pensado.

— No tenía idea.

— Eso es obvio por que tus notas no estaban dirigidas a mi y lo poco que hablaste de ese alterego era todo lo contrario a mi verdadera personalidad— Fran se sonrojó y me miro avergonzada.

— Lo siento.

— No lo sientas. Tu me viste sin mi pasado, me diste un presente lleno de nuevas oportunidades y me di cuenta de que quiero ser así. Quiero ser el chico del que te enamoraste, dejar el pasado donde pertenece, olvidar mis antiguos temores que solo servían para ensombrecer mi futuro. Y vivir un presente libre de mis antiguas cadenas.

—¿Quieres cambiar por mi? Dudo mucho que eso sea algo bueno.

— Quiero volver a lo que alguna vez fui pero mejor y no por ti, sino que gracias a ti. Hay una diferencia.

Fran sonrió, llegaba el momento.

—Y quiero hacerlo a tu lado.

Fran me miró perpleja.

—¿Conmigo? ¿Como tu amiga, cierto?

—No, cómo algo más que eso.

—Pero eso es ridículo, no nos conocemos y no sabes nada de mi. Estoy segura que ni mi apellido conoces.

Podía sentir mi corazón temblar, dispuesto romperse en cualquier momento. Pero no lo dejaría, todavía podía dar mi última pelea.

—Entonces cuéntamelo. ¿Quién eres?
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¿Que opinan de la historia de Sebastian? ¿Y creen que Fran abra su corazón?

Sebastian TurnerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora