Un perro yo tenía, que para que le acariciara la panza, se ponía panza arriba, corriendo se pasaba todo el día, de la cocina al salón, del salón a la cocina. Era pequeñito y suave, como una madeja de lana, me pasaba mañana y tarde acariciando su panza, por mucho que lo acariciase jamás me cansaba. Un perro yo tenía, que cuando lo llamaba siempre acudía, movía su rabo para demostrarme su alegría. Largos eran los paseos que con él me daba, desde mi calle hasta la plaza, hiciera mal día o bonanza, atado con su correa o suelto de ella. Yo tenía un perro, mi fiel compañero, mi amigo del alma. Un perro yo tenía que le ladraba al vecino de arriba, extraña relación la que ellos tenían, de amor y odio, de cariño y simpatía, cuando mi perro se marchó, seguro que mi vecino alguna lagrima derramó. Mi perro en realidad era una perrilla, que por nombre “Nuca” tenía, era una juguetona pequinesa, de color canela, curiosa y traviesa, el silencio ha ocupado su sitio, su presencia ha dejado lugar a un gran vacío, ya no corre por lo pasillos, ya no le ladra al vecino, ya no se pone panza arriba, se nos marchó un mal día, nos dejó sin su compañía. Aún creo que detrás de la puerta me estás esperando, que cuando la abra te voy a ver saltando. Un perro yo tenía, que me ha dejado triste y solo en mi agonía, ella todo se lo merecía, todo el mundo la quería, mientras estés en mi recuerdo, seguirás estando viva, corriendo de la cocina al salón y del salón a la cocina