Capítulo IV.

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Q-que.

Lo primero que vi cuando quitó su máscara fueron unos ojos de un gris muy claro casi llegando al blanco. Cerca de su ojo izquierdo podía apreciar un diminuto tatuaje que desde donde me encuentro no puedo ver bien que es, y una cicatriz le recorre todo el pómulo derecho hasta llegar al puente de su nariz. Su piel es algo pálida pero no podría asegurarlo ya que la luz no es la mejor. Tiene unos labios pequeños pero rellenos y de un suave color rosa, también tiene una dilatación en su oreja izquierda.

Se ve mucho mas joven de lo que esperé que fuese.

Tragué saliva cuando pasó su lengua lentamente por sus labios remojándolos. Finalmente carraspeé y miré sus ojos nuevamente.

— ¿Por qué me dejas ver tu rostro?— Pregunté en un tono muy bajo.

— Porque— Escuchar su voz real me hizo estremecer, es mucho mas grave y varonil de lo que imaginé. Se acercó un par de pasos a mí y yo retrocedí hasta que mis piernas tocaron con el borde del sofá— Quiero que veas mi cara como último deseo antes de que mueras.

El aire escapó de mis pulmones, sin embargo mi aun alcoholizada mente me brindó valentía para elevar mi mentón y decirle lo primero que se me cruzó por la mente.

— Si muero ahora mismo, créeme que ver tu cara no sería mi primer ni último deseo— Arqueó una ceja y sonrió con malicia, al parecer entendió con doble sentido lo que dije.

Se acercó el par de pasos que faltaba para invadir mi privacidad, por un momento había olvidado que tenía las manos atadas aun y eso me asustó mas ya que no podría defenderme si intenta algo.

— ¿Y cuál sería tu deseo, niña?— Acercó su rostro al mío intimidándome por completo.

No respondí, no porque no sabía que contestar, sino porque me estaba mirando de una manera tan intensa y fija que sentí como se adentraba en mi mente y todo lo que tendría pensado decirle él ya lo sabía. Bajé la cabeza y negué.

— Solo, quiero irme de acá— Susurré alzando mi cabeza nuevamente.

Vi como después de debatirse unos segundos, se inclinó rozando su mejilla con la mía y cortó la cuerda que aprisionaba mis manos. Aquél roce me puso la piel de gallina, no por gusto sino porque su piel estaba increíblemente helada. Con una habilidad impresionante de un movimiento entró la cuchilla en su compartimento y la guardó en los bolsillos de atrás de sus pantalones. Acaricié mis muñecas y me fijé que tenían unas marcas muy feas a causa de que la cuerda me había quemado.

— No te irás... todavía— Dijo antes de caminar y desaparecer por el umbral que está al lado de un estante con libros.

¿Qué? ¿Me había liberado? No sabía que sucedía, lo que si sabía es que debía escaparme de aquí y rápido. Con suma delicadeza, me deslicé sobre el piso de madera rogando para que no crujiera con mis pasos. Me acerqué de a poco a la puerta de entrada y con una mano temblorosa intenté abrirla.

Para mi "sorpresa" estaba cerrada.

Miré tras de mí para saber si él había llegado y cuando me di cuenta que no, me deslicé nuevamente, esta vez a las ventanas, para darme cuenta que no se podían abrir.

Dios.

Suspiré dificultosamente por el nudo en mi garganta. Inspeccioné todo a mi alrededor volviendo al sitio en el que me había dejado, estaba en busca de algo, algo que no estaba allí.

*Las ventanas estaban cerradas.

*La puerta principal también lo estaba.

*La casa era pequeña y no se podía apreciar en esta habitación algo que me pueda ser útil.

Isaaz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora