Tres.

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Las chicas furiosas

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Las chicas furiosas.

Lucy empuja al chico ante ella cuando pierde la paciencia, ya quería llegar a su destino y él parecía tardar más tiempo del necesario en empujar su maleta. Lo escuchó quejarse pero no le importaba, siguió caminando con el mentón arriba y su cabello recogido en una coleta no dejaba de moverse de un lado a otro. Estaba furiosa con todo, pero más con Eros por no haber seguido sus indicaciones.

Ella misma habría detenido a Bea Graunt, pero no pudo llegar a tiempo, así que le pidió el favor al dios que se había vuelto un gran amigo en los últimos años. Nunca imaginó que él se hiciera de otro plan y simplemente dejara ir a la chica, eso le sacó de sus casillas. En cuanto lo viera le pegaría un puñetazo en la nariz.

Se mueve por las calles de la pequeña ciudad casi sin detenerse a respirar, las personas le echan una rápida mirada y luego la ignoran. Por lo menos el idiota se dignó a darle una dirección donde podría buscarlos.

Termina en una especie de enorme parque, frunce el ceño mientras mira la hoja en sus manos y los nombres de la calle, sí estaba en el lugar correcto.

—Maldito imbécil —masculla entre dientes y lanza el papel al basurero.

—Una chica bonita no dice malas palabras.

Voltea hacia Eros rodando los ojos.

—Tienes suerte, porque si no estabas aquí iba a encontrarte y matarte por haber perdido a Beatrice.

Él simplemente sonríe y se recuesta en el árbol observando hacia otra dirección. Lucy sigue su mirada, parpadea confundida cuando choca con una chica rubia sonriente que jugaba con una pistola de burbujas.

— ¿Cómo demonios...? —gira de nuevo hacia él, ladeando la cabeza—. Me dijeron que esa chica es más que rebelde, y tú de alguna forma la tienes en un parque jugando con burbujas. ¿Cómo es posible, Eros?

—Encanto —responde guardando las manos en sus bolsillos.

Un día antes...

Beatrice bajó del tren con las piernas temblorosas, un viento fresco le obligó a esconderse dentro de su abrigo. Observó a las personas con curiosidad mientras caminaba con su maleta frente a ella. Estaba sintiendo el mismo júbilo que cuando subió al tren hasta que notó el cielo oscuro en el exterior.

Su sonrisa se apagó y movió los hombros como si quisiera asegurarse de que su mochila siquiera pesando lo mismo que antes. Temerosa de lo que podría encontrarse durante la noche en aquella ciudad desconocida se movió lentamente hacia la salida de la estación. Durante un segundo antes de pisar afuera Bea sintió una brisa, y se preocupó con que esa brisa llevara su olor de mestiza hacia un monstruo.

Fue un segundo, luego lo olvidó y siguió avanzando.

A cada metro sus pisadas se volvían más decididas, valientes. Casi podrías creer que ella sabía a dónde se dirigía, cuando en realidad no era así.

Eros la seguía a una distancia considerable, un poco sorprendido con la iniciativa que la joven presentaba. Había pensando que en cuanto viera un lugar diferente se asustaría y retrocedería de vuelta a casa, pero no lo hizo, y ahora estaba a varias cuadras de la estación.

Vio al grupo de personas sospechosas más adelante, reunidas en un círculo y riendo muy alto; estaban en medio de la acera. Si seguían caminando por esa calle chocarían con ellas y Eros no estaba seguro de que sean de fiarse.

Aceleró el paso, y para su sorpresa Bea también lo hizo.

—Ey, lindura. ¿Por qué tan sola a estas horas? —preguntó uno, claramente borracho, apestaba a todo tipo de cosas nauseabundas—. Deberías acercarte, así no te aburrirás.

Sus amigos rieron tontamente, sabiendo a lo que se refería. Bea siquiera los miró mientras les rodeaba.

—No —fue su rotunda respuesta.

—Vamos, en verdad será divertido.

Él se acercó de forma peligrosa, tomando la maleta de la chica con cierta brutalidad. El corazón de Bea latió con rapidez mientras se volvía a mirarlo, dos segundos, luego apretó los dedos alrededor del mango de la maleta. Con fuerza la levantó y golpeó al tipo, lo dejó desconcertado y chocó contra la pared, para luego caer al suelo.

—Dije que no.

Mira desafiante a los demás, ellos retroceden alzando las manos. Beatrice reanuda su camino.

Después de todo, aunque haya odiado su estadía en el campamento, le sirvió de algo.

Eros se posicionó junto a ella, la chica volteó a verle con el ceño fruncido. Y por un momento temió que le golpeara igual que aquel hombre.

—No tengas miedo —le susurra, empleando cierto poder en su voz—. Yo estoy aquí para ayudarte.

Los ojos de Bea poco a poco pasaron a un celeste claro, sin la mirada de repudio anterior. Su rostro mostró serenidad y asintió lentamente con la cabeza.

—Sé dónde pasarás la noche tranquila, ¿me acompañas, Beatrice?

—Sí —acepta en voz baja, sin despegar los ojos de él.

Eros sonríe —Excelente.

Acerca una mano a la maleta, con intenciones de llevarla. Se sorprende nuevamente cuando ella vuelve a apartarse frunciendo el ceño.

—No —exclama molesta—. Es mía, yo la llevo.

—Como quieras.

Lucy escuchó la historia con atención, mientras seguía mirando a la rubia caminar como si estuviese en las nubes, suspiró cuando Eros terminó.

—Ella vino aquí buscando libertad, ¿sabes? —alza una ceja hacia él.

—Lo sé. La tiene.

—La sedaste —Ante ese comentario se gira para encarar a Lucy—. Está prácticamente sedada, haciendo lo que quieres... eso no es libertad desde mi punto de vista.

Eros frunce las cejas, molesto porque tenia razón. Suelta un quejido mirando hacia el cielo.

—No será tan agradable si le saco el encantamiento...

—Querías que haga lo que le apetezca, ¿no? Pues ahora permíteselo.

—Quería que aprendiera, no que hiciera estupideces. Pero ya que insistes.

Camina hacia Bea resoplando por lo bajo. Ella al verlo sonríe, sus ojos brillaban más de lo normal ante el encantamiento. Eros dudó, pero lo hizo a sabiendas de que "era lo correcto". Le susurró un par de cosas, ante cada palabra la sonrisa de Bea caía cada vez más.

Lo siguiente que se escuchó fue el impacto de la mano de Bea contra la mejilla de Eros, y la risa de Lucy.

— ¡¿Quién demonios eres?!

Lo que quiero es libertad (SSG)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora