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Era un domingo tranquilo, como casi cualquier otro. El cielo estaba cubierto en su mayoría con nubes grises; dentro de poco llovería.

El teléfono sonó, inundando la pequeña vivienda con su timbrado; segundos después, el silencio reinó

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El teléfono sonó, inundando la pequeña vivienda con su timbrado; segundos después, el silencio reinó. La llamada fue contestada por una voz femenina.

 La llamada fue contestada por una voz femenina

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-Sí, diga.

-Buenos días, señora. Llamamos desde el Hospital Central para notificarle que su madre se encuentra internada en nuestras instalaciones debido a...- había dejado de escuchar.

Cortó con un «gracias, que tenga un buen día» para poder informarle a su hijo lo más pronto posible.

Este se hallaba en su habitación, descansado luego de haber pasado todos sus exámenes en la escuela. Ahora sería libre por un par de meses hasta regresar de sus -tan merecidas- vacaciones.

-Cariño, ¿puedo entrar?- tocó la puerta tres veces antes de recibir respuesta.

-Cariño, ¿puedo entrar?- tocó la puerta tres veces antes de recibir respuesta

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-¡Adelante, mamá!- ante la afirmativa irrumpió en los aposentos del menor.

Le explicó la situación de manera sutil, pues la abuela de Kunpimook es su segunda persona favorita de todas -luego de su madre, claro está-

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Le explicó la situación de manera sutil, pues la abuela de Kunpimook es su segunda persona favorita de todas -luego de su madre, claro está-.

Su madre trabajaba durante la mayor parte del tiempo que abarcaba el horario de visitas (era profesora en una universidad que impartía clases los fines de semana), por lo que él tendría que ir en su lugar.

-Llegaré en cuanto me sea posible. Hazle compañía hasta entonces, por favor- besó su cabeza y marchó hacia su trabajo.

-Bien, si quiero llegar temprano debería salir rápido- se dijo a sí mismo.

Luego de cambiar su ropa -y colocarse aquella sudadera roja algo gastada que su abuela le había regalado hace algunos años- salió de su casa a la estación de autobuses más cercana, en la espera de uno que lo llevase hasta el hospital.

Luego de cambiar su ropa -y colocarse aquella sudadera roja algo gastada que su abuela le había regalado hace algunos años- salió de su casa a la estación de autobuses más cercana, en la espera de uno que lo llevase hasta el hospital

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Diez minutos y ninguno pasaba. Se desesperó y optó por irse caminado (no es que fuera la persona más paciente). Tan solo cuarenta y cinco minutos lo separaban de su destino, que en realidad no era mucho en su opinión. Lo que no pensó fue que tendría que pasar por los barrios bajos para poder llegar.

Durante su trayecto comenzó a diluviar; el agua caía en forma de finas gotas, que más tarde se fueron incrementando en tamaño y abundancia.

Esto hizo a Kunpimook apresurar el paso hasta poder refugiarse bajo un techo lo suficientemente grande para impedir que la lluvia lo empapara

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Esto hizo a Kunpimook apresurar el paso hasta poder refugiarse bajo un techo lo suficientemente grande para impedir que la lluvia lo empapara. Sin embargo, no era lo bastante extenso para evitar que sus pies y parte de sus piernas se mojaran.

 Sin embargo, no era lo bastante extenso para evitar que sus pies y parte de sus piernas se mojaran

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Siguió avanzando de esa manera, yendo de un toldo a otro, mojándose más en el proceso.

La lluvia lentamente se detuvo luego de unos minutos. Continuó con su trayecto normal, pero se detuvo al oír el agua salpicar detrás suyo; volteó un segundo, encontrándose con la calle vacía. Dio unos pasos más y volvió a escuchar el mismo sonido.

De nuevo, nada.

Prosiguió con su andar un tanto intranquilo. Aquel sonido se había detenido, aunque aún tenía sospechas. No estaba solo, alguien lo seguía.

Se colocó la capucha en su cabeza (aún húmeda), aceleró el paso. Acababa de entrar a los barrios bajos.

 Acababa de entrar a los barrios bajos

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El Chico de la Capucha RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora