Capítulo 1

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Abrí mis ojos con delicadeza, adaptándome a la luz solar que atravesaba la baja persiana. En un torpe movimiento, apagué la torturante alarma que marcaba el comienzo de un día más. Maldecí en mis adentros mientras me ponía la ropa para ir al colegio. Por suerte, no usamos ningún tipo de uniforme. No son de mi agrado. Caminé hasta la cocina, bostezando y casi tambaleando por la somnolencia. Vertí café en la taza (lo bien que me hace la cafeína a las mañanas) y comencé a desayunar en el típico silencio y sosiego de las casi siete a.m. Me tomé todo el tiempo del mundo en terminar mi café. O vivo a las apuradas, corriendo de aquí para allá, o me convierto en una lenta intolerable, dando un paso a la vez, repitiendo alguno si lo veo necesario. No tengo términos medios. Me lavé los dientes, me puse máscara de pestañas y sin más vueltas, agarré mi mochila y salí de casa. Tendría que ir a la parada del colectivo; no hay cosa peor, en mi criterio, que depender del transporte público. Ésta quedaba a media cuadra. Normalmente, no tardaba mucho en llegar, pero esta vez, parecía que jamás llegaría.
Miré la hora de mi reloj, tan sólo unos minutos faltaban para que comiencen las clases. Mientras tanto, yo me encontraba parada en el medio de la vereda, completamente desorientada, debatiendo conmigo misma sobre si ir, aunque llegue tarde, o escaparme. ¿Hacerle caso al ángel o al demonio?
Por primera vez en mis diecisiete años, hice lo que quería hacer y no lo que me imponían. Dos caminos, cada uno con un destino diferente, depende de vos cuál elegís. No era más que intuición la que me guiaba.
Saqué mis auriculares, mis fieles compañeros, e inmediatamente reproducí el último disco de mi banda favorita Airbag. Qué hermosa es su música. No necesito a nadie que me acompañe en el camino, me basta con sus melodías. Caminé por mi barrio y sus alrededores, respirando libertad, dejando atrás todo lo que me hacía mal. A veces es necesario fugarse de la rutina, salirse de la línea y pintar por otro lado. Observaba con detenimiento los árboles, los pájaros volar, todas esas cosas lindas de la naturaleza a las que ya casi no se les presta atención.
Entré a una remisería, ya cansada de tanto caminar, dispuesta a pedir un remis que me lleve a quién sabe dónde, pero lejos de acá.
No había mucha gente esperando. Una anciana con un bastón en sus arrugadas manos era la única dentro. El sonido que hacían las agujas del reloj de pared resaltaba en el silencio, indicando como los segundos pasaban. Eso sólo te desespera más.

—Aguarde un momento señorita, su remis está por llegar pronto. —me dijo una mujer cuarentona.

—No se preocupe —esbocé una sonrisa—. Tengo tiempo de sobra.

La tipa se marchó, volviendo a su trabajo, que por lo que pude ver era de recepcionista. Y ella estaba en lo cierto, el remis no tardó en estacionarse en frente del lugar. Me despedí de la amable señora y, con los nervios carcomiéndome por lo que voy a cometer, me dirigí a ese auto de color gris. Casi al instante en el que toqué el asiento, el colectivo que me tenía que tomar pasó frente mis ojos. Todo concuerda, esta es la decisión que tenía que tomar. No había pensado en nada hasta este momento, mi mente se encontraba seca de plan alguno. ¿Hasta dónde le digo que me lleve?

—Buenos días, señor. —saludé respetuosa.

—Buenos días. —me respondió el remisero mientras se colocaba el cinturón de seguridad— ¿A dónde te llevo?

—Me mata con esa pregunta, porque ni yo sé. —solté una risa irónica, observando su rostro que reflejaba confusión—. Lleveme a donde usted piense que debo estar. No sé a dónde ir.

—No digas nada más y dejalo en mis manos. Te voy a llevar a un barrio al que seguro nunca fuiste.

—Le agradezco que no me saque a patadas de su auto por la locura que estoy cometiendo. —agradecí con sinceridad.

—Es la primera vez que me dicen algo así. —arrancó el auto con media sonrisa dibujada— Siempre hay una primera vez para todo. Acá no te rajo hasta llevarte, es parte de mi trabajo.

—Es usted muy amable.

El resto del viaje me la pasé conversando con el remisero, resultó ser un tipo agradable. Me cayó bastante bien. Me contó de su esposa y de los dos hermosos hijos que tenía; también de su trabajo y de lo mucho que cuesta llegar a fin de mes (la locura de sobrevivir).

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—Sí, por supuesto que puede. —le respondí.

—¿Por qué estás haciendo esto?

—Hay preguntas que debería saber responder Pablo, pero me enriedo con mi lengua —di un suspiro—. Soy un poco loquita, como podés ver, qué sé yo. Siento que hoy algo va a pasar, que este desconocido lugar al que me estás llevando es la clave. Voy a marcar un antes y un después en mi vida con este viaje. Lo presiento, algo me lo dice.

—No te voy a etiquetar como una tipa chapita. Sos bastante madura para tu edad. A veces esos presentimientos que uno tiene terminan convirtiéndose en realidad. —soltó Pablo, el remisero, mientras miraba la carretera.

—¿Cuál es el nombre del barrio al que me estás llevando?

—San Fernando.

Y cuando terminó de decirlo, no miento al decir que nunca había experimentado tal sentimiento de extrañeza. Un cosquilleo me invadió desde la punta de mis pies hasta el último pelo de mi cabellera. Nunca antes había estado allá, y sin embargo, siento una especie de conexión con ese nombre. Qué peculiar...

—¿Falta mucho para llegar? —pregunté como una nena impaciente.

—Mira a tu alrededor con atención.

Un cartel que indicaba la llegada a San Fernando fue lo primero que pude observar. Me comenzaron a transpirar las manos de los mismos nervios que me consumían. Mis ojos navegaron por las casas, las sobresalientes calles empedradas, los negocios, la gente. Es un barrio a simple vista lindo (y distinto al mío, por lo que veo). El auto continuó avanzando con este «paseo turístico».
Todo marchaba normal hasta que lo vi. Me encontraba con la vista fija en la ventana, y justo cuando menos lo estaba buscando, para mi fortuna (o mi mala suerte) lo encontré. Ahí estaba él, con sus infaltables borcegos, esos despeinados cabellos rubios que cualquiera moriría y mataría por en sus dedos enredar; sus labios carnosos que resaltan, su mirada clavada en el suelo y una bolsa en sus manos. El tiempo se congeló lo suficiente para dejarme observar sus facciones. Él sí que era la octava maravilla. Giró su rostro al quizás sentirse observado, chocando con mis ojos. Me quedé muda en su totalidad, mi voz estaba atascada en mi garganta, asfixiándome. Completamente entorpecida y fuera de eje.
El auto avanzó y mi corazón se quedó allá atrás, con él. ¿Cómo puede ser que te encontré sin siquiera buscarte, Guido?



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Hola!! Acá les dejo el primer capítulo de esta nueva novela que estoy haciendo. Espero que les guste. Gracias por leer y espero sus comentarios o votos, saben que me motiva a seguir. Besos💕

Aún estás en mis sueños [Guido Sardelli y vos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora