Capítulo 11

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La mirada de Patricio se encontraba clavada en mí, incomodándome de más. Tragué saliva, cuestionándome en mi interior cómo salir de este momento.

—¿Por qué me miras? —solté aquella pregunta al fin.

—¿No puedo?

—Sí, obvio. Sólo quería saber por qué.

—Porque sos hermosa.

Justo cuando él soltó aquellas palabras, se encontraban sus dos hermanos entrando a la habitación. Esa casualidad no hizo más que revolverme el estómago. Guido frunció el ceño y apretó los puños, los cuales se encontraban blancos de la fuerza que él ejercía.

—¿Qué te pasa? ¿Qué le decís eso? —alzó la voz el menor de los hermanos, con una pizca de violencia en su tono.

—Si son sólo amigos. No entiendo por qué te pones así. —dijo Patricio, levantándose del sillón.

—Y bueno, es mi amiga, sí. Por eso con ella no te metas. Te conozco y sé cuáles son tus intenciones así que vas a remojar el bizcocho en otro lado. Con ella no. —lo miró desafiante, hablando más calmado gracias a Cuty, quien ocupaba el papel de calmar las aguas.

Me sentí sobrar por un momento. La invisibilidad se había hecho parte de mí –una vez más–. Y aunque de mí estaban hablando, me sentí inexistente; una presencia ausente que estorbaba. Aún más incómoda que antes, no supe qué hacer ni qué decir. No sabía si hablar o callar, si marchar o persistir. Sentí el anhelo de desaparecer al ver que discutían por culpa mía.

—Bue, me tomo el palo, histérico. Es tu amiga, pareciera que sentís algo que tanto me frenas. —se la siguió el hermano del medio.

—Calmense señores. —se interpuso Gasti.

—Va a ser mejor que me vaya. —me paré al decidir de una vez, dirigiéndome a la puerta.

—No, vos no te vas. —me agarró el rubio de la muñeca.

Me quedé mirándolo a los ojos sin expresión alguna. Me quería ir. No quería estar acá ni un segundo más presenciando una discusión de hermanos –por culpa mía–  cuando yo vine pensando que iba a ser la mejor de mis noches. Patricio se fue hacia la puerta como un rayo, y nadie lo frenó. Gaston fue a abrirle y me quedé a solas con Guido. Nos sentamos en el sillón y yo no pude evitar sentirme mal. No sabía si por mí o por ellos. Como si yo hubiera tenido la culpa; como si yo hubiera ocasionado tal pelea. Hundí mi cara en mis manos al ver la magia pudrirse. Todo estaba arruinado.

—Hey, nena —me acarició el pelo—. Vos no tenés la culpa de nada —me leyó la mente otra vez—. Él fue el calentón que te dijo eso.

—¿Por qué te enojaste por lo que dijo? —lo miré a los ojos, rogando por alguna explicación.

—Porque yo no quiero que estés con él. Te lastimaría —me acarició la mejilla—. No quiero. Aunque suene posesivo, que no lo soy, me niego.

Solté una sonrisa y, por un instante, al verlo, me olvidé del mundo entero. Guido agarró mi mano y sentí calidez entre tanta frialdad. La magia había renacido y supe que era algo real.

—Sos tan... —me callé al ver que Gastón entraba a la habitación.

El rubio no tardó en maldecir en voz alta por la interrupción. Era inevitable no reír. Cuty se acercó a saludarme.

—No había podido antes con tanto alboroto. Perdón. —se disculpó de forma amable.

—No te preocupes, yo tampoco pude. —le sonreí.

Gastón me devolvió la sonrisa y se sentó, con su rostro ahora reflejando seriedad. Quizá por lo ocurrido anteriormente. Me volví a sentir incómoda por un instante. Es como si la noche ya estuviera arruinada, y por más que uno la quiera arreglar ninguno de los tres dejamos de pensar en lo que pasó. El silencio apagaba y lo único que me hacía sentir bien era su mano entrelazada con la mía. Nada más. El sonido de un celular sonando rompió el hielo; sé que no era el mío porque está en silencio. Y era el de Cuty, quien al ver el número, cambió su cara a una aún peor.

—Florencia. —le dijo a Guido.

Él le hizo una seña de que atienda. Con miradas se entendían, y yo, volví a sentir que sobraba. Gastón se marchó para hablar con tranquilidad. Fruncí el ceño con intriga. Nunca entiendo nada cuando se trata de estos hermanos, ¿¡tan misteriosos iban a ser!? –grité en mis adentros–.

—Es su ex novia. —me explicó Guido—. Nunca entendes nada. —soltó una carcajada—. Me encanta.

—Ustedes son muy reservados, eso pasa. Parecen ser una caja de secretos.

—Creeme que con el tiempo nos vas a entender.

—A vos parece que nunca. —puse mis ojos en blanco—. Sos indescifrable.

—Bueno, bueno. Soy un poquito complicado pero no imposible.

—Me gustan los desafíos. —solté de forma impulsiva, apartando mi vista de la suya.

—Vos sos un desafío para mí. Tan difícil y tan fría que quemas.

Abrí la boca, como si quisiera decir de todo pero las palabras no me salían, se encontraban atoradas en mi garganta; mi lengua enredada junto al corazón desesperado y la mente desordenada. Era un completo desastre emocional cuando de él se trataba. Miré sus labios y me pregunté cómo sería chocar con ellos.

—¿Qué me miras la boca? —se rió.

—¿Eh? —quité la mirada—. Deja de inventar.

—Yo sé qué se te cruza por la cabeza. —lamió sus labios con cierta exquisitez.

Y por un momento, temí que sea psíquico de verdad. Bueno, siempre me lee la mente. Tragué saliva con el nerviosismo asesinándome; jugándome una mala pasada.

—No quiero besarte.

—¿Quién habló de besos?

—Dale Guido, callate. —me puse roja al ver que me había dejado sin nada que decir.

Él soltó una risa y depositó su mano en mi rodilla, dibujando círculos en ella. Me daba cosquillas y a la vez me ponía nerviosa. Muy nerviosa.

—¿Qué me tocas pibe? —le saqué la mano.

—Histérica. —susurró.

—No tanto como vos.

—Tarada.

—No tanto como vos.

—Linda.

—No tanto como vos. —repetí otra vez, sin siquiera darme cuenta de lo que él dijo—. Quise decir que gracias. No me di cuenta que dije eso.

Y aunque la intenté remar, sé que era en vano. Guido se encontraba sonriendo, triunfador.

—Deja de mentir. Si te parezco irresistible.

—¡Nada que ver! —me defendí.

—¿Querés ver que tengo razón?

Me quedé en silencio, como desorientada. Y menos supe qué hacer al ver que nuestra distancia se acortaba. Él se acercaba cada vez más a mí en movimientos lentos. Me abrazó por la cintura y, como si le gustara jugar con mi mente, se recostó sobre mí. Casi por instinto, o dejándome llevar por el deseo, lo abracé por el cuello y enredé mis dedos en sus rulos. Él no borraba la sonrisa y yo parecía no mostrar emociones. Pero me estaba muriendo, y no sé si por el desasosiego o las ganas de partirle la boca. Relamí mis labios, anhelando chocar con los suyos; necesitándolo como al aire para respirar.

—¿Viste que tengo razón? —susurró sobre mis labios.

Y yo me quedé muda, perdida entre tanta lujuria. Sus labios rozaban con los míos y de algo estaba segura en ese momento; la magia existe. Llevó mi labio inferior a su boca, mordiéndolo con tal elegancia. No podía explicar lo que él me hacía sentir, lo que él me hacía capaz de hacer. Y cuando lo estaba por besar de una bendita vez, la voz de Gastón interrumpió.

—Lamento interrumpirlos manga de jeropas, pero me tengo que ir. Después les cuento.

Comencé a rezar en silencio por recomponerme, por revivir. Después de volar, era como para volverse loca para recuperar la compostura. Guido aclaró su garganta y lo vi hacer uno de sus gestos.

—Todos siempre me la cortan. —se quejó de forma caprichosa—. Dale anda, chau.

—Chau Cuty. —lo saludé con una sonrisa tímida por lo que tuvo que ver.

No había pensado en lo que ocurrirá ahora mismo. Gastón se había ido y ahora  quedábamos Guido y yo. Solos.

Aún estás en mis sueños [Guido Sardelli y vos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora