Capítulo 9

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—Yo a vos te tengo que matar. —la señalé a Agustina—. Bah, eso es lo mínimo que debería hacer.

—¡Perdón, perdoname! —se levantó de la cama, yendo de punta en punta de la habitación, frustrada.

—No pasa nada, ya pasó. —me reí al presenciar como casi se arrancaba todos los pelos de la desesperación—. Parece que Dios me odia cada día más. Era la única oportunidad de mi vida y se me deslizó de las manos.

Ella me miró como si estuviera diciendo una estupidez.

—Si pensas que nunca más vas a tener una oportunidad así, en la historia vos sos más tarada que yo. ¿En serio pensas que está va a ser la primera y última vez? —habló mi mejor amiga, como si lo dicho fuera lo más obvio del mundo.

—Dale, no me ilusiones. Nos estamos conociendo recién.

—Y sí, recién se están conociendo. Pero está escrito lo que va a pasar después.

Le tiré una almohada para que cierre su boca de una vez, de la cual tan sólo se disparaban palabras torturantes. Cuando llevé mi mano a mi bolsillo, me percaté de que aquél papel seguía aún ahí, intacto, como impaciente por ser tomado. Al agarrarlo, me lo quedé mirando, como pensando qué hacer, perdida en aquellos números.

—¿Y eso? —preguntó Agus, gateando por la cama hasta llegar a mi lado.

—El número de Guido. —respondí sin quitar la vista.

—¿¡Y por qué no lo agendas!?

—Es lo que voy a hacer. —saqué mi celular—. Lo inspeccionaba nada más.

Abrí contactos y me encontraba anotando numerito por numerito. Después de agendarlo, los nervios comenzaron a crecer en el momento que abrí su chat de Whatsapp. No tenía estado ni última conexión, y mucho menos una foto de perfil. Se ve que puso que únicamente sus contactos puedan verlo. Casi que me asfixiaba al caer en la realidad. No podía creer toda esta locura. Me propuse escribirle un mensaje para que me agende él también; no iba a dar más vueltas en el mismo lugar.

—Qué estresante que es todo esto. —solté un largo suspiro—. Mira, ni siquiera un hola le puedo escribir que ya me tiembla el pulso.

Apreté las teclas, escribiendo un simple “hola, soy Lucía”. Cerrando los ojos y con el corazón acelerándose, lo envié. Bueno, no fue tan difícil. Me paré de la cama, buscando un cigarrillo. Ahora, la parte que de verdad me hacía entrar en desasosiego era la de esperar su respuesta. La tardanza de su parte no me ayudaba en nada. Mientras tanto, Agustina me estaba carcomiendo el cerebro con las mil y un preguntas que tenía sobre la noche que pasé con él.

—O sea, dejame ver si entendí. ¿Dormiste con él y no te acordas?

—Exactamente. —solté el humo—. Me quiero matar. Con él siempre la arruino, y si no, me arruino yo. Es así.

El sonido del celular interrumpió nuestra conversación. No sabía cuál emoción sentir primero; si el susto de lo desprevenido o la alegría de su respuesta. Abrí el mensaje, con el temor asesinándome y a la vez con valentía. Sonreí embobada al leerlo.

Hola Lu. Como andas?

Bien bien, vos? —le respondí.

Casi al instante, el celular volvió a sonar, en señal de que él había contestado.

Bien por suerte. Venís a casa hoy a la noche?

El corazón me dio un brinco con aquella propuesta. Me quedé estupefacta, sin saber qué hacer ni qué decir. Evalué mentalmente todas las opciones que tenía a mi poder; si iba probablemente terminaría muerta por su culpa, pero si no iba lamentaría el seguir viva. Opté por la primera opción, a nadie le gusta vivir de arrepentimientos.

Bueno dale... pero vos y yo solos?

Esa duda me estaba aniquilando el pensar. Ya tenía la mente completamente quemada de tanto hacerme la cabeza.

Ojalá jaja están pato y cuty para jodernos —respondió al minuto.

Sentí alivio y decepción en un mismo momento, como mezcladas entre sí haciéndome sentir toda matiz de emociones. Pero, por otro lado, la alegría inundó mi corazón ya que conocería a los Sardelli restantes. Y ese amor fue mucho más fuerte.

Mejor así, mejor así. Bueno a la noche ando por allá

Paso por vos tipo ocho. Sin peros

Como usted diga.

Y ese fue el último mensaje; ya no me respondió más. Inhalé y exhalé, llevando mis manos a mi cabeza. No sé cómo soportaría la ansiedad hasta esta noche. Le pedí a Agustina que se quede conmigo hasta la hora de irme, así por lo menos tendría a alguien que me haga compañía, que me haga distraer para no pensar más. La tarde la pasamos viendo pelis y escuchando música. Si antes me dolía la cabeza por culpa de la resaca, ahora me duele de tantos pensamientos acumulados. Y no sé cuál es peor, sinceramente. Durante el día, no intercambié más de cuatro o cinco mensajes con Guido. No era la gran cosa, pero agradezco que al menos sea algo. El tiempo pasaba lento, casi como una eternidad resultaba para mí, pero por fin se acercaba la hora.

—Una hora para que venga el rubio, ¡ay, estoy más nerviosa que vos! —exclamó Agustina, revolviendo mi placard entero en busca de algo que me pueda poner.

—Bueno, mientras vos elegís algo presentable, yo me meto a bañar. ¿Dale?

—Sí, sí, anda. —me dijo con cierto desinterés, sin quitar la vista de todas las prendas.

Rodeé los ojos aunque ella no me estaba viendo y me metí en la ducha. Bendita agua relajante. Si hay algo que me desestresaba aunque sea por unos minutos, era una buena ducha de agua fría. Luego de un rato, salí de la bañera. Me envolví en un toallón blanco y salí del baño, dirigiéndome a mi pieza. Me arrepentí en el preciso instante en el que apoyé un pie en el piso de madera. Estaba aproximadamente la mitad de éste (y la cama incluida) repletos de todas las prendas que poseía. Casi que se me caía la toalla de las manos.

—Antes de que digas algo —me frenó— al menos te encontré ropa che. Ya ordeno, no me pegues.

—Más te vale que ordenes. Y gracias, me ahorraste el tener que buscar algo yo. —le agradecí con sinceridad.

Aunque siempre supe qué ropa ponerme –casi siempre lo mismo– con él parecía ser el conjunto peor de toda la gente indecisa  del mundo. Agustina me eligió unos jeans color azul tiro alto, borcegos negros y una musculosa blanca bastante ajustada y reveladora.

—El jean y los borcegos te lo acepto, siempre los uso, pero, ¿esta remera? ¿en serio?

—Uy che —puso los ojos en blanco— saca tu lado sexy. Si seguís así te voy a terminar llevando a un convento para que inicies tu carrera como monja.

Me mordí el labio inferior, reprimiendo la risa. Me cambié casi a la velocidad de la luz al ver que en menos de media hora Guido vendría a buscarme. Sólo espero que sea puntual porque sino me estoy apurando al cohete. Viniendo de su parte, la puntualidad me parecía bastante lejana. Me maquillé bastante sencillo y, después de tanto lío, ya estaba lista.

—Estás hermosa. Como se nota que elegí yo la ropa. —se agrandó.

—Callate, no te agrandes como el innombrable de rulos.

—Igual, siempre estás divina. —me abrazó—. Mucha suerte hoy nena, mañana me llamas contándome todo.

Y justo cuando estaba por responderle, el timbre sonó. Le di un beso en la mejilla y casi corriendo me fui a atenderlo. No me gustaba hacer esperar. Me sorprendí al ver que llegó a horario. Agarré las llaves y, con mis manos temblorosas jugándome en contra, abrí la puerta. La inseguridad no tardó en invadirme; pero ésta desapareció por completo en el momento en el que lo tuve en frente mío, con sus ojos de fuego que ardían.

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Hola lectoras!! Quería agradecerles por leer, por acompañarme, por comentar y votar; por todo. Muchas gracias!! Espero que les esté gustando. Disculpen si últimamente no estoy actualizando seguido, estoy un poquito invadida de cosas jajaj. Gracias de nuevo!

Aún estás en mis sueños [Guido Sardelli y vos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora