Capítulo 3

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Me encontraba frente al portón de mi casa intentando meter la llave en la cerradura, fallando por el temblor que aún persistía. Quizás exagero un poco, o tal vez siento de más cuando de él se trata. Logré introducir, luego de varios intentos, la llave donde corresponde, abriendo la puerta sin apuro alguno.
Al entrar, no me encontré con lo que esperaba. En el blanco sillón estaba sentada mamá, no precisamente con la mejor cara que alguna vez haya puesto. No entendía su expresión hasta que mis ojos se dirigieron al reloj de pared. Era realmente tarde, y ni yo sé en qué momento el tiempo empezó a correr de tan veloz forma. Siempre es así cuando estás en tus mejores momentos, pero ojo, en la desgracia se transforma en la mismísima eternidad.

—¿Y estas horas de llegar? ¿Dónde estuviste? —me preguntó con su rostro reflejando seriedad.

Este es el instante en el que debería arrepentirme de romper las reglas, de la repentina rebeldía, pero eso no pasó. Todavía estaba segura de esa decisión.

—Perdón, no me di cuenta de la hora, se me pasó. Estaba con los chicos.

—Ay nena, nena. —negó con la cabeza—. Sabes que a mí no me molesta que salgas, pero un mensajito como mínimo dejame que sino me preocupo, che.

—Sí, tenés razón, debería haberte avisado. No va a volver a pasar, tranqui ma. —solté una sonrisa.

Aunque quiera, sé que no podría enojarse conmigo. En el otro sector (hablando de papá) era capaz de hasta odiarme. Su sobreprotección a veces agobia, asfixia, aprisiona, pero supongo que eso es sólo porque se preocupa por su única hija.

—Que no se entere tu padre eh, ojito. Es un secreto entre vos y yo. —hizo un gesto de que su boca estaba sellada—. Pero que no vuelva a pasar.

Si tan sólo supieras, mamá, todo lo que me pasó hoy... pero nadie sería capaz de creer la historia. Es tan similar a una novela que si lo cuento el mundo lo va a juzgar como pura ficción. Hay cosas que las disfrutas mejor en soledad, con la conciencia limpia de que nadie más lo sabe.

El resto del día transcurrió en tranquilidad, demasiada para mi gusto. La rutina me envolvió, otra vez, y caí en la realidad que me tocaba. «El tren pasa sólo una vez» se me vino a la mente; yo al tren ya me subí, y en algún momento me tenía que bajar. Y acá estoy, sin saber qué camino seguir después de todo esto. Hay tantos que lo único que logro es perderme (y nadie parece encontrarme).

—Lu, acordate que mañana me voy a sacar sangre. —me recordó mi mamá, Adriana.

—Sí, menos mal que me hiciste acordar, ando con la cabeza en cualquiera. ¿Querés que vaya con vos?

—Si me acompañas, mejor. —dijo con sinceridad mientras batía un café—. Sabes que no me gusta mucho sacarme sangre, me da impresión. Mira que tenemos mucho viaje, eh.

—El viaje me lo aguanto, por eso no te preocupes. Dale, yo voy con vos.

—Te vas a tener que levantar temprano un sábado, y mira que eso para vos es como el fin del mundo.

—¡Tampoco para tanto! —exclamé, aunque sabía que ella estaba en lo cierto—. Bueno, voy igual, no te voy a dejar sola. Vos para mí, yo para vos, ¿te acordas de eso?

—Obvio que sí, nena. Siempre va a ser así. —me miró a los ojos con una sonrisa—. ¿Café?

Asentí con la cabeza. Un café me vendría más que bien ahora mismo. Es tan amorosa conmigo que sin ella me voy para abajo. Me dio el café cuando terminó de calentarlo y le agradecí por haberse tomado la molestia. Encendí un cigarrillo y le di una pitada, llenando de humo mis pulmones, liberando parte de todo ese estrés acumulado en este día. Me sonó el celular, lo agarré y me fijé qué era: una notificación de que Guido publicó una foto en Instagram. No quería casi ni leer su nombre. Mucho peor me sentí al abrir la foto y encontrarme con sus rizos dorados y esos ojos chocolate que enloquecían a cualquiera que con ellos chocara. En la descripción decía una frase de vivamos el momento, “dejame ver qué hay detrás de tus pupilas”. En un acto impulsivo y entre los tantos elogios y comentarios amorosos, comenté la continuación, “dejame ver qué hay detrás de tus cortinas”. Sabía que, de igual forma, comentarle es en vano. Debería haber puesto algo como “nene, acá la loca de hoy a la mañana, ¿cómo andas?”, pero vaya uno a saber, lo más probable es que se haya olvidado de mí y yo acá atascada, sin saber cómo superar lo ocurrido ni automotivarme a salir del pozo. Dejé de buscar, preferí apagar el celular antes de cometer el error de intentar hallarlo. 

Miré por la ventana, el día estaba nublado, decaído, cuando hoy había un sol radiante que iluminaba toda la ciudad. Estos repentinos cambios de temperatura son peor que los míos de ánimo. Suspiré y me fui a bañar para después cenar, y por último, dormir. Mañana me levantaría temprano para enfrentar un día más que, según lo que presiento, va a ser más interesante de lo que parece.

Aún estás en mis sueños [Guido Sardelli y vos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora