Capítulo 2

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No podía reaccionar. Me negaba rotundamente a caer en la realidad. No logro comprender si realmente él estaba ahí, frente a mí, o fue todo producto de mi imaginación. Tan loca no creo estar, al punto de alucinar no llegué...

—¿Qué anda pasando por esa cabeza? —la voz de Pablo me sacó de mis pensamientos—. Parece que viste un fantasma.

—Peor que un fantasma, usted no tiene idea de quién acabo de ver acá. —hice una pausa, intentando recuperar la estabilidad que su presencia me robó—. ¿Podríamos frenar unos minutos?

—Sí, por supuesto. Si me querés contar, acá estoy. Además de remisero, dicen que soy bueno escuchando, no sé, te digo para que sepas.

—Gracias por todo, Pablo. Ahora, sólo dígame una cosa, ¿usted qué dice, sí o no? ¿voy a buscar a esa persona?

—Depende, Lucía, depende... no sabría a qué persona nos estamos refiriendo —se llevó la mano a su mentón, pensativo.

¿Cómo podría explicarle a un señor mayor el amor de una fanática hacia un ídolo? Después de todo, es la único conexión que con él tengo.

—Es más que complicado. Un quilombo, en resumen. Pero voy a tratar de explicarle. —me acomodé en mi asiento, intentando buscar las palabras justas—. Acabo de ver a un tipo al que yo le tengo mucho aprecio, aunque nunca lo haya conocido ni él a mí.

—Creo que ya voy comprendiendo... Que no se diga más, salí del auto y corre a buscarlo. El tren pasa sólo una vez en la vida.

—Lástima que no me subí al tren. Yo ya estaba subida en su auto. El tren ya pasó.

—Siempre se puede correr un poco más fuerte. Capaz pasa de largo, como puede que llegues a tiempo. Dale, anda nena, intentando no perdes nada. —me subió el ánimo.

Saqué mi billetera, buscando la plata que me corresponde darle por llevarme hasta acá.

—No, después me pagas, ahora anda. —me abrió la puerta, con una sonrisa alentadora.

No me fui sin antes darle un corto abrazo, que era lo mínimo que podía hacer para agradecerle. No toda la gente es mala, por suerte todavía quedan personas que valen la pena, aunque estén bien escondidas. Y mientras corría, ahora sí buscándolo, pensé en qué le diría si lo encontraba. A mi traicionera mente no se le ocurrió ningún plan coherente. Cuando más necesito la astucia, es cuando más me da la espalda.
Ni siquiera en educación física corro tanto como lo estoy haciendo ahora, llevándome algunas miradas incomprensibles. Me encontraba con los pies en el suelo del mismo lugar en el que antes lo vi. Observé mi alrededor, encontrándolo vacío, sin un alma que habite. Supongo que esta vez, el tren pasó de largo y no llegué a tiempo; algo que lamentaré toda mi vida. Un aire de desilusión me invadió en su totalidad.

—¿Estás bien? —preguntó una voz gruesa, tocándome el hombro por detrás.

—Sí, no te preocupes. Sólo estoy algo... —comencé a hablar, frenando en el momento en el que miré hacia atrás.

Quedé boquiabierta al chocar con sus ojos encandilantes. Cuando te busco, nunca estás, y cuando no pienso encontrarte, no hay sitio en donde no estés. Mejor dicho, siempre estoy con deseos de encontrarte, pero nunca pensé que eso se haría realidad. Ahí estaba yo, descuidadamente perdida en su mirada, con la cordura escapándose entre risas de mis manos.

—¿Sólo estás algo...?

—No, nada, estoy bien. —fue lo único que logré formular gracias al nerviosismo, que como siempre, me jugaba una mala pasada—. Me tengo que ir, disculpame.

Volví a darme la vuelta, huyendo de toda esta situación que me ponía los pelos de punta. ¿Y qué pasó con el tren? ¿No había pasado ya? Quizá se atrasó por esperarme...
La vida nunca espera, y si lo hace, afortunado sos.

—No, espera, no te vayas. —agarró mi muñeca con delicadeza y tal exquisitez nunca antes vista—. A vos te vi en ese auto hoy, ¿no?

Tragué saliva sonoramente, creyendo como una completa ilusa que el nudo de mi garganta desaparecería de esa forma. Pero eso no pasó. Ese nudo se ató con más fuerza cuando él pronunció esas palabras. No puede ser que se haya acordado. Giré una vez más, disimulando lo necia. Algo imposible de ocultar era la inquietud que el imprevisto, súbito y absolutamente inesperado gran encuentro me producía.

—Sí, hoy me viste, te vi, nos vimos. —solté de mis labios—. Bah, quiero decir, sin querer mientras yo pasaba con el remisero.

—Ya me parecía que te había visto antes. —sonrió mostrando sus dientes—.

La sonrisa más hermosa, sin dudas, la tenía él; la estrella más luminosa de este cielo, el paisaje más bello de observar. Estoy segura de que bien lo sabe.

—Bueno, me voy entonces. Chau Guido.

Volví a voltearme, esta vez, de forma definitiva, sin nadie que me frene. Un paso, dos pasos, tres pasos me alejaban de esa persona que tanto me volaba la cabeza. No quería irme, pero la razón le ganó a la testarudez de, subconscientemente, no querer marchar.

—Espera, ¿cómo sabes mi nombre? —gritó lo suficientemente alto para que yo escuche.

—Eso es un secreto. —sonreí mientras seguía mi camino.

De secreto mucho no tenía, se habrá dado cuenta que sé su nombre porque soy fan de la banda. Era más que predecible. Solté un largo suspiro, disimulando lo atontada que su mirada me dejó.

Al final, hice lo correcto en hacerle caso al diablo. A veces, romper las reglas tan sólo una vez te puede cambiar la vida (y para bien). No pude evitar presentir que muchas cosas se venían.


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Hola! Acá les dejo el segundo capítulo, espero que les guste. Saben que siempre pueden votar/comentar, eso me ayuda mucho y me motiva a seguir. Bueno, nada eso, gracias por leer💕

Aún estás en mis sueños [Guido Sardelli y vos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora