Me encontraba, debido a la testarudez de Guido, caminando junto a él por las calles de Buenos Aires. La intriga que sentía me estaba matando y creo que nunca sentí tanta curiosidad por algo. No paraba de cuestionarme, y finalmente, solté aquella pregunta al aire.
—¿Por qué te quisiste bajar conmigo? —le pregunté.
—No te iba a dejar sola. —dijo mientras rompía mis esquemas.
Fruncí el ceño, creandome más dudas que respuestas. Encendí un cigarrillo mientras él me miraba de reojo; el ambiente estaba tenso y la incomodidad que causaba su presencia me estaba carcomiendo por dentro.
—¿Y tu mamá? —me preguntó con preocupación reflejada en su rostro.
Me quedé en silencio, sumergida en mis pensamientos. Dejé salir un largo suspiro.
—No sé. Se bajó antes. —solté sin más vueltas.
—Supongo que al ver lo bien que estabas conmigo, se bajó.
Y con esas palabras, me hizo darme cuenta de por qué ella ya no estaba. Seguimos caminando, sin nada que decir, sin nada que rompa el hielo, hasta llegar a aquél barrio otra vez, con sus calles de piedra que sobresalían y la gente con una sonrisa dibujada.
—Otra vez acá...
—Sí, ya sabrás que vivo en San Fernando. —se detuvo frente a una casa, supongo que la suya—. ¿Vos también?
—No, no. —negué con la cabeza—. Yo vivo lejos de vos, pero, te agradezco que me hayas traído ya que sé cómo volver desde acá.
—¿No querés pasar? —me ofreció, abriendo la puerta.
Sabía que sería peligroso. Sabía que sostener el fuego en mis manos, aunque sea un minuto más, me haría arder en llamas. Como el mismísimo infierno cuando llueve, la chispa de calor en medio del invierno; así era él. Y aunque el peligro me atraiga, me enloquezca, tenía presente que esta vez me dolería el quemarme.
—No, gracias Guido. Mejor me voy para mi casa.
Me di la vuelta, dispuesta a, una vez más, marchar de su lado, rechazar su compañía. Nuevamente la escena de la obra se repetía en el preciso instante que sostuvo con delicadeza mi muñeca. Mis músculos se relajaron, y bajó hacia mi mano en un roce que me produjo una sensación de electricidad en todo el cuerpo. No tenía la fuerza ni la valentía necesaria para chocar con su mirada otra vez.
—Dejame conocerte y te prometo que no te vas a arrepentir. —susurró a mis espaldas con lujuria, semejante exquisitez provocó su aliento nublando mi oído.
Casi temblorosa me encontraba. Casi imposible era de creer lo que me hacía sentir con tal sencillez. Me hallaba repitiendome a mí misma incontables veces que sepa sobrellevar una situación así; tener el autocontrol suficiente. Y aunque no me entró en el corazón, me entró en el cerebro y eso bastó. Me di la media vuelta, con la mayor firmeza que pude adjudicar.
—Sé que no me arrepentiría, lo tengo más que claro. Nadie completamente sano de acá —señalé mi cabeza— sería capaz de hacerlo. Pero me quiero ir a casa.
—Está bien, no insisto. Pero dejame tu número aunque sea.
—No creo que haga falta. —sonreí.
—¿Por qué? —me devolvió la sonrisa también, mostrando su dentadura.
—Yo sé que nos vamos a volver a encontrar.
Y dicho esto me giré, dispuesta a marchar, dejándolo boquiabierto (al fin se invirtieron los roles y no soy yo la que se queda muda). Me sentí, por un momento, orgullosa de mí misma. Impresioné a Guido Sardelli, ¡no cualquiera!
Pero, ¿de verdad lo siento así? ¿nos volveremos a encontrar? Quizá fue un poco arriesgado de mi parte, dejando mi destino en manos de la suerte y el azar. Pero esa era la mejor parte; lo arriesgado, el no saber qué pasará de ahora en adelante. Pero si hay algo de lo que sí estoy consciente, es que muchas cosas están por venir y debo saber afrontar y resistir. Me fui a tomarme un remis, no más transporte público por hoy. Ya tuve suficiente y más que eso.
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Aún estás en mis sueños [Guido Sardelli y vos]
FanfictionSumergida en los sueños; así soy yo, Lucía Muñoz, una adolescente que con tan sólo diecisiete años de edad está perdida en el mundo de la imaginación, logrando casi sin querer odiar la realidad. Dicen que cuando deseas algo con todas tus fuerzas...