Capítulo 6

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Ya habíamos terminado de cenar y mamá se había ido a descansar después de este largo día. Me encontraba lavando los platos sucios con ayuda de Agustina.

—No sé cómo aguantas después de lo que pasó con el rubio. Yo en tu lugar me muero. —soltó Agustina mientras secaba un vaso.

—Y sí, ni yo sé cómo aguanto. ¿Por qué te pensas que te dije “trae alcohol”? —me reí.

—Hay que ahogar las penas. —me acompañó en la risa.

Terminamos de lavar y saqué el fernet y la coca de la heladera, junto al vodka y demás bebidas que mi querida amiga trajo. Sólo espero sacarme así de la cabeza unos rulos rubios que no paran de aparecerse.

—Ayudame con algo, forra. —le pasé unas botellas a ella.

Las llevamos a mi pieza y nos sentamos en la cama, tomando y escuchando rock nacional, hablando cada una de las cosas que nos pasaban por la mente (y el corazón).

—Guido es hermoso. Me muero por conocerlo. —solté con sinceridad.

—¿Y yo boluda? No me puedo sacar de la cabeza a este pibe. —habló, refiriéndose a su ex novio, con el que terminó hace una semana o poco más.

—El maldito amor que tanto miedo da... —canté al ritmo de Patricio Rey y sus redonditos de ricota.

—¿Te da miedo o sólo cantas? A mí no me engañas.

—Acepto que me da miedo, pero bueno. Ya sabes cómo soy. Si algo me asusta o huelo peligro, me acerco más todavía.

Sentía el alcohol en mi sangre, subiendo poco a poco a mi cerebro, sin prisa alguna. Y así transcurrió la noche, entre risas y música, jugando a las cartas (aunque no veíamos de qué palo era cada carta ni nos concentrábamos mucho que digamos). Ya me estaba costando mantenerme en pie, pero aún así, me paré.

—¿Sabes qué? —elevé la voz con una botella en la mano—. Voy a ir hasta su casa.

—¿Vos estás en pedo? Bueno, sí, estás en pedo y por esa misma razón no te dejo.

—Lo único importante es seguir tu corazón... —canté, ahora Apocalipsis Confort.

—Dale no seas pelotuda, vení sentate y sigamos jugando. —dió un trago largo—. Vos hacés esto porque te voy ganando al chinchan, chinchin, o chinchón, como se llame el jueguito.

—No lo hago por eso. Siento que tengo que hacerlo. ¿Venís? –le ofrecí mi mano, temblorosa.

—Uy, si no tengo otra... Te tengo que cuidar así que voy. Pero no hagas bardo Lucía. Pobre Guido.

—Bardo junto a Guido y yo en una misma oración no vamos.

—Cuando estás en pedo sí. —puso los ojos en blanco.

—Hay llevar las botellas. —murmuré con una mano en mi cabeza.

—Vamos a la calle, no podemos. Dale, pasame las llaves y vamos, caprichosa.

Le pasé las llaves y ella abrió con cuidado, casi sin poder porque no veía la cerradura. Solté una carcajada por eso, pero, ella me calló al instante.

—¿No ves que tu mamá duerme? Shh.

—Bueno, dale vamos que Guidin me espera.

Nos subimos al auto de Agustina y partimos hacia la casa del rubio. No pensaba en las consecuencias debido a los efectos del alcohol, pero, tenía un poco de conciencia aún. No la suficiente; sé que mañana me arrepentiría de lo que estoy haciendo.

Aún estás en mis sueños [Guido Sardelli y vos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora