¿¡En qué demonios estaba pensando!?.

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Decir que se arrepentía un poco por todas las maldades que había hecho de niño, sería estúpido, tanto más de lo que era el pensar que los niños eran adorables.

Sawada Tsunayoshi era, es y siempre sería un dame, es por ello que sus decisiones siempre serían cuestionadas–aunque nunca en voz alta debido a cierto grupo de personas altamente peligrosas que se encargaban de cuidar su espalda–, aun así nadie podría negar que casi siempre tenía razón y todo salía maravillosamente bien... Este no era el caso.

—¡Kyo-kun! ¿¡Dónde estás, Kyo!?.

Era una suerte para el querido décimo Vongola que justo sus guardianes estaban de misión desde hace ya bastante tiempo, sino tendría muchas cosas que explicar.

La primera de ellas era el hecho de estar gritando como un demente un diminutivo del nombre de su pareja mientras recorría desesperadamente los pasillos de "la base secreta" ubicada en Namimori. Una historia divertida que nos lleva a la segunda y más conflictiva de las explicaciones.

La razón de su angustia–y posible acortamiento de vida–, era nada más y nada menos que un pequeño, malévolo, inexpresivo y perdido infante de sólo Dios sabe qué edad.

Hibari Kyōya –el niño, no el guardián–estaba perdido y eso era resultado una de las numerosas malas ideas del joven capo, y es que ¿Quién en su sano juicio le dice a un loco como esa criatura "juguemos a las escondidas" cuando están, de por sí, escondidos? Para finalizar el pequeño desastre, una de las puertas había quedado abierta.

Las probabilidades de haber perdido al azabache eran elevadas.

—Primero que nada, debe mantener la calma, Tsuna-sama—Comentó  Béatrice después de informarle a su jefe que–en definitiva–el mocoso no estaba en ningún lado—. Si nos estresamos sólo lo empeoraremos, además, se trata del joven Hibari-sama, ¿Qué es lo peor que podría...? Olvidelo, ¡Busquen al mocoso como si sus vidas dependieran de eso!.

La sirvienta miró horrorizada a los otros empleados que se encontraban cerca, Tsuna no tardó mucho en entender el por qué del caos que se formó. Hibari-san causaba terror aun en su infancia.

E

l sol brillaba en todo su esplendor, cegando por completo sus grisáceos ojos y–por si fuera poco–cocinándolo debido a lo calurosa que resultaba la tarde, sin embargo agradecía estar fuera de aquel laberinto que el pervertido llamaba "lugar seguro".

—Nunca esperé que alguien como él tuviera tan buenas ideas—Murmuró para sí mismo, mientras se alejaba a pasos rápidos del escondite Vongola—. Seguramente nunca se le ocurrirá buscarme aquí afuera.

El infante recorrió las calles en silencio, estaba aliviado de reconocerlas como parte de su ciudad, cuando Sawada le había explicado toda aquella ridiculez de viajes en el tiempo y no sé que otras chorradas, sinceramente había pensado en él como un demente–y uno pervertido y pedófilo–, pero ahora que veía las diferencias entre la y tecnología de su época y la de esa, sinceramente le quitaba un poco la parte demente que tenía de su imagen.

La pequeña alondra detuvo su caminar al notar la presencia de un grupo de hombres vestidos de negro. Había que ser idiota como para no tomarlos como sospechosos de algo, resaltaban más de lo que deberían, por lo que decidió seguir su instinto y ocultarse.

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