46. «Caramelín, tocino y sin cejas »

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Mis pantuflas de koalas rosas se hundían conforme pisaba los cúmulos de escarcha encima del jardín, eche mi rostro hacia atrás y mire el cielo sobre mi. El sol solo era una presencia detrás de las nubes pero aún así era un día hermoso, el cielo de un intenso y limpio blanco de la se desprendían diminutas volutas. Aun seguía odiando el invierno con cada fibra de mi ser pero hoy, veía la ordinaria nieve como algo extraordinario.

Sigo sin creerme que Walter me besara, ¡Me besó!, y que además que sea el poeta misterioso, que sea el que escribió esos encantadores versos para mí. Sin poder evitarlo estoy sonriendo y suspirando como una tonta, bien podría caerme de rostro en la nieve y aún asi seguiría sonriendo.

Besarlo fue como probar un delicioso chocolate y que se derritiera en mi boca, suave y a la vez amargo, tierno pero sin perder la fuerza del sentimiento que encierra un beso, largo y al mismo tiempo tan corto.
Ahora la pregunta que todos hacen, ¿Que paso despúes?. Bueno, apenas tuve tiempo para saborearlo cuando Walter se separó y aseguró que nada de nuestra relación cambiaría, que si, yo le gusto hasta tal punto de ponerlo a escribir cursis poemas, pero que no lo había dicho porque prefería una duradera relación de amigos que soportara tormentas a una arriesgada relación como novios en la que terminaría saliendo uno de los dos o ambos con el corazón roto.

Mentiría si dijera que no me decepcionó un poco escucharlo decir eso, pero en en fondo sabía que tenía toda la razón. Prefiero tenerlo para siempre que solo por un rato.

Cerré mi mano en un puño y golpeé la puerta de los Hyland dos veces, era el dia en que los infantiles estarían juntos de nuevo después de esa catastrófica semana de soledad y dolor. Dos segundos después Daniel abrió la puerta con una gran sonrisa.

— Happy - saludó en tono agradable.

¿Han escuchado eso que dicen de que las mujeres tenemos un sexto sentido? Bueno, pues el sentido de leer a los hombres. Y yo en este momento puedo asegurar por la manera en que me miró Daniel que Walter le contó lo que ocurrió ayer, está grabado por todo su rostro.

-Hola - saludé torpemente, sintiendo mis orejas arder con fuerza.

Las mujeres también tenemos el defecto de sonrojarnos cuando somos culpables.

Él tuvo la amabilidad de no mencionar nada, aunque no se me pasó desapercibido el brillo de diversión en los ojos. Familia de Walter tenía que ser. Se hizo a un lado haciendo un gesto con la cabeza para que entrara. Apenas puse un pie adentro mi nariz se lleno con el olor a waffles recién hechos. Un sonido de puro placer salió de mi garganta sin que pudiera evitarlo.

- La vida es más feliz cuando Ben cocina - dijo Daniel, elevando sus cejas.

- No puedo negarlo.

Salté sobre mis pantuflas y prácticamente corrí hacia la cocina, Daniel rió a mis espaldas.
Sólo mi estómago sabe cuanto ha sufrido al comer tantas espinacas y apio, ¡Necesito azúcar!. No comprendo como hay personas que dicen no adorar comer, secretamente todos amamos comer, de no ser así los restaurantes y todos sus platos nuevos y experimentales estarían en quiebra.

- Pero miren quien llegó - anunció Colette desde su postura sentada en el borde de la mesa - La única chica capaz de hacer sonrojar al diablo.

Miró sugestivamente en la dirección de Walter, sentado en la mesa fingiendo estar muy concentrado en su lectura de la última edición de esta popular revista adolescente llena de chismes y Diy sobre tratamientos para el cabello. El más leve de los sonrojos tiñó sus mejillas.

- ¿Desde cuando te interesa saber todo de la vida de Ryan Dean? - Ben se echó a reír cuando volteaba el tocino en la sartén, sólo les digo que la risa no es buena con la puntería. Varias tiras cayeron afuera.

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