María y la tortuga voladora [SANTUCHO]

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La vida de María era monótona y aburrida.

Todos los días seguía la misma rutina: se levantaba, desayunaba, iba a la escuela, volvía, jugaba con su tortuga Amalia toda la tarde (vaya diversión) y luego se iba a dormir.

Sus padres decían que las comidas eran malignas y un símbolo de pecado imborrable e incurable, puesto que María solo consumía líquidos, haciéndola una niña pálida, triste y con poca energía.

Pero eso un día cambió.

Por arte de magia al volver del colegio un trece de marzo, la tortuga Amalia estaba volando. Movía sus patas como si fueran alas de un águila con ansia de sangre. Tenía una expresión amenazante, como si fuera a atacar a María. De repente, Amalia habló:

—Te sacaré todo tu dolor, María. Ya no tendrás que sufrir más con tus padres religiosos. Fui enviada por las ninfas del Lago Blueberry para llevar a los humanos a sacrificarse por nosotros. Cada muerte de un humano, es una nueva tortuga. Cada humano que muere, es una tortuga más que nos acerca a nuestro único objetivo: que las tortugas reinen el planeta Tierra. ¿Quién podría desconfiar de una tortuga, no? Renacerás en modo tortuga, y todas tus preocupaciones se habrán esfumado.

Ante semejante declaración, María se desmayó.

Se despertó en un campo de muchos colores, rodeado de tortugas que volaban y giraban una y otra vez. A su derecha, sentía a Amalia observándola fijamente.

—¿Lista para tu sacrificio? Gracias a ti nacerá una nueva tortuga, y yo aumentaré mi tamaño de una forma descomunal—concluyó Amalia mientras se acercaba lentamente a María.


¡Bang, bang, bang!

María rodó por las escaleras de su casa y su mamá estaba ahí parada, mirándola.

—¿Estuviste consumiendo de nuevo, María? —preguntó.

Nuestra protagonista no tuvo tiempo de contestar. Despertó en su cama, transpirada y con su corazón latiendo muy fuerte.

¿Un sueño? Todo parecía ser tan real...

Amalia ahí la estaba esperando, donde dormía todas las noches al lado de ella.

—Eso tiene que haber sido solo un sueño, ¿no Amalia? —preguntó intentando darse tranquilidad.

—¡María! ¿De vuelta estás hablando sola? —gritó su mamá desde la otra habitación.

—Hola hola, ¡amiguita! ¿Pensaste que te ibas a zafar de nosotros? ¡HORA DE SAAAAAAANGREEEEEEEEEEEEEE! —Y eso fue lo último que María pudo escuchar.


Tortuga tortuguita, ¿quién diría que no ibas a ser una buena amiguita?

Tortuga tortuguita, ¿quién diría que no ibas a ser una buena amiguita?

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Relatos Cortos | Santucho, Higlak y YaxleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora