14| Rescate

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CAPÍTULO CATORCE

Keera estaba totalmente enojada. Alma Coin había sabido sobre él niño que quedó abandonado en una ciudad bañada de gris, pero ella no había abierto la boca. Coin había preferido ver el sufrimiento de la muchacha, que se sentía culpable por cada hecho que había ocurrido, principalmente por la muerte de su familia. Había sido un movimiento cruel, totalmente malévolo, para que Keera perdiera la esperanza por completo. Para que ella quedara a su merced, temiendo causar más muerte en todos sus cercanos, alejándola de todo y de todos. Pero no más. Ella no sería su muñeca vudú, la cual podía lastimar sin importarle nada. Porque Keera, a pesar de todo, era una chica común y corriente, que se agotaba de tantos disturbios y dramas.

—¡Vieja hija de puta!— gritó ella, y se abalanzó sobre la mujer.

Supo que acabaría muerta, lo sintió en su interior. Como esas veces que sabes que algo va a ocurrir y cuando lo hace, te das cuenta que estabas en lo correcto. Pero ya se sentía muerta de todas maneras. Por lo menos, moriría sabiendo que se había enfrentado a uno de los peores males, y creyó que esa era una muy buena muerte honorable.
Cayó arriba de Coin, tirándola de la silla con su sobresalto. Le propinó un gran golpe en la parte derecha del rostro, que hizo que la mujer soltara un grito. Keera no era una chica que daba cachetadas, ella golpeaba con el puño y con todas sus fuerzas.
La cabeza de Alma Coin golpeó contra el cemento y sus ojos se cerraron por unos segundos. Ella quiso defenderse, poniendo sus manos arriba de su rostro, pero nunca iba a poder con Keera. Ella era una vencedora de los Juegos del Hambre y provenía del distrito dos, un lugar en donde había aprendido a dar palizas desde los ocho años.
En su intento fallido de defensa, la mujer dejó descubierta gran parte de su cuello y de su mentón, así que ella se apuró a dar otro golpe allí. Escuchó otro grito provenir de su garganta. La sangre comenzó a brotar de la boca de la anciana, al parecer, había mordido su propia lengua.
Los ojos marrones de la chica destellaban enojo y locura, un tiburón atacando a un débil pez. Pero al sentir su sangre, ella quería más y más, por eso, comenzó a asfixiarla. Posó sus manos alrededor del cuello de Coin, dispuesta a acabar con eso, terminar con la vida de esa mujer. Ninguna parte de su cerebro le dijo que hacer eso estaba mal, porque no lo sentía así. Estaba bien asesinarla, se sentía bien ser quien controlara su vida.

—¿Cómo te sientes con que tu vida dependa de mi?— susurró, aún apretando con fuerza. Podía ver el miedo en sus ojos, sus inservibles intentos de recuperar el aire. Lo hacía por Rocco, para vengarse de todo el dolor que ella le había provocado. Él había pasado un infierno y Coin se había cagado en él. Era un niño, que había sido corrompido por Snow y Coin. Apretó más fuerte su agarre.— Eso es lo que sentí cuando me amenzabas.

Sintió unas manos posarse en su cuerpo y rápidamente la alejaron de la mujer de pelos grises. Sus intentos de asesinato se habían acabado en un segundo para otro, sus manos ya no apretaban el cuello de la víbora.
No supo quién la agarraba, puesto a que estaba de espaldas, pero era alguien que tenía una fuerza increíble y que había logrado deshacerse de la pelea en un instante. Su cuerpo cayó a un metro y medio, alejada de la escena del posible crimen. Un hombre rubio la había empujado lejos de su jefa y él ahora se estaba encargando de atenderla. Observó como él le hablaba a la mujer en susurros, no podía entenderles.
Rápidamente los soldados fueron entrando a la habitación, en emergencia. La chica distinguió a su soldado personal, Remus, que no parecía para nada sorprendido. De hecho, tenía una mirada juguetona de la cual pocas veces había logrado visualizar. Los demás estaban serios.
Algunas pistolas apuntaron instantáneamente a la vencedora que posaba en el suelo, con sus nudillos rojos y jadeando. Remus y otros dos soldados no lo hicieron, ellos sostuvierom sus armas con fuerza, pero apuntando al suelo.

—Llevenla a su habitación.— fue lo que dijo Coin con dificultad, mientras dos guardias que anteriormente le habían apuntado la levantaban del suelo. No se dignó a mirar a la muchacha.

Hurricane ✓ ⋆ Finnick OdairDonde viven las historias. Descúbrelo ahora