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Cuando desperté al día siguiente, lo hice con la sensación de que no había dormido para nada bien, antes de percatarme de que era más temprano de lo normal, al ver que aún no amanecía, pero, aun así, decidí levantarme, ya que sentía que no podría ...

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Cuando desperté al día siguiente, lo hice con la sensación de que no había dormido para nada bien, antes de percatarme de que era más temprano de lo normal, al ver que aún no amanecía, pero, aun así, decidí levantarme, ya que sentía que no podría volver a conciliar el sueño, pese al cansancio.

Una vez me desperecé y me puse de pie, acomodé la cama y me encaminé hacia el cuarto de baño, donde me aseé con paciencia.

Allí mismo encontré una toalla pequeña que humedecí bajo el grifo del lavamanos antes de subir nuevamente a mi habitación, en la que me dediqué a limpiar la antigua estantería y todo aquello que tuviera polvo.

Luego de varios minutos ocupada en aquella tarea, noté como el sol comenzaba a asomar por el horizonte, iluminando el cuarto, poco a poco, con tonos cálidos. Suspiré y observé todo a mi alrededor, con la ayuda de la luminosidad del alba, notando que lo único que me restaba era limpiar el piso de madera, por lo que volví a bajar con la intención de hallar algún objeto que me pudiera ayudar con aquello.

En vano, recorrí todos los estantes, comprobando que no había nada que pudiera servirme, por lo que la toalla que había estado utilizando hasta ese momento, antes de volver a subir.

Arrodillándome en el suelo, comencé a refregar la madera antigua que lo conformaba, antes de soltar una carcajada, al darme cuenta de que de repente me había convertido en Cenicienta. Solo que en este caso no volvería antes de las doce.

Cuando terminé, observé el resultado con disgusto. No me gustaba cómo había quedado, pero permitía que mi estancia en aquel cuarto fuese más agradable; al menos no me la pasaría tosiendo cada vez que me moviera por la habitación.

Tomé la ropa sucia que había dejado allí el día anterior y me encaminé por enésima vez al baño para lavarla, tras lo cual salí al bosque, aprovechando a tomar aire fresco, y tendí las prendas en las ramas de un árbol, antes de sentarme en un tronco caído.

Analicé el entorno, observando que me encontraba rodeada por algunos arbustos medianos y árboles altos y frondosos. El suelo estaba cubierto por hierba, salpicada por flores de colores vibrantes. Luego de analizar lo inmediato, alcé la mirada y divisé una planta de okeas, cuyo fruto tomé sin dudarlo, al notar que mi estómago comenzaba a rugir por el hambre.

Mientras caminaba por entre la espesa vegetación, mordí aquella okea sin quitarle la cáscara, tal y como me había enseñado Valentín el día anterior, sonriendo al ver una pareja de ardillas y algunas aves desconocidas para mí.

Tras varios metros de caminata ininterrumpida, percibí un delicioso aroma que me recordaba al jazmín, por lo que me acerqué al lugar, con la intención de descubrir su origen, notando que, en efecto, se trataba de un jazmín de lluvia que había crecido formando una enredadera entre varios árboles. Me detuve allí por un momento, disfrutando de mi entorno y dejándome empapar por la frescura, los sonidos y los aromas, hasta que mi mirada se detuvo en una planta que no había visto más que en el reflejo del espejo del cuarto de baño. Me aproximé, maravillada, comprobando, alucinada, que realmente se trataba de la famosa flor de Modrá. Sin duda alguna, era bellísima y el tatuaje que había aparecido debajo de mi nuca era una réplica cuasi exacta.

Lucha Eterna. Fuego Y Agua 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora