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Luego de un par de horas de conducción ininterrumpida, transitábamos un camino de tierra, a una velocidad prudencial, rodeados de altos árboles ―abetos y cipreses, fueron algunos de los que fui capaz de reconocer―, lo que era ideal para pasar desa...

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Luego de un par de horas de conducción ininterrumpida, transitábamos un camino de tierra, a una velocidad prudencial, rodeados de altos árboles ―abetos y cipreses, fueron algunos de los que fui capaz de reconocer―, lo que era ideal para pasar desapercibidos.

Agotada, posé mi sien en la ventanilla del coche, pensando en cuánto sabía realmente de mi vida. Minutos antes, había hurgado en la mochila que Valentín había preparado para mí, hallando en el fondo un paquete de galletas de salvado, las cuales abrí y comencé a degustar sin reparos, dado que lo último que había ingerido en los últimos días había sido una simple mandarina. Amaba aquellas galletas, las fibras y las semillas siempre me habían parecido deliciosas, además de saludables. Sin embargo, ahora, apoyada en el frío cristal, me preguntaba si aquel detalle había sido una mera casualidad y si realmente me conocía más que yo misma.

Soltando un suave suspiro, miré su perfil, mientras él permanecía concentrado en la carretera sin asfaltar que se extendía ante nosotros. Llevábamos un buen rato sin hablar y lo único que rompía el silencio era la música proveniente de los altavoces del vehículo.

Tenía que reconocer que tenía una playlist por demás interesante. En su gran mayoría se trataba de piezas instrumentales y relajantes, que en parte me desagradaban, ya que permitían que me perdiera en mis pensamientos, algo que en aquel momento no hacía más que aterrarme.

Miré mis pálidas manos, mientras me preguntaba qué sería de mi vida si no hubiese sufrido aquel cambio radical. Probablemente, pasaría la Navidad con mamá y Tomi, tal vez incluso cenáramos con Vane y su familia. Amaba a sus dos hermanas pequeñas. Luego, festejaríamos Año Nuevo, propondría un brindis en recuerdo de mi padre y abrazaría a mamá con fuerza. Y tendría una nueva agenda en la que anotaría mis propósitos para el año entrante, entre los cuales seguramente se encontrase el de estudiar algo relacionado con los negocios... e, incluso, puede que me inscribiese en la academia de portugués.

Suspiré. Mi vida era tan predecible..., sin embargo, me agradaba su monotonía. En ocasiones, me atrevía a hacer cosas nuevas, relacionarme con otras personas en lugares más serios, pero jamás había estado en mis planes salir de mi zona de confort, y mucho menos obligada por una persecución de años y de la cual no tenía ni el más mínimo conocimiento.

Tal vez ese es mi problema, pensé, haciendo una mueca; planificaba absolutamente todo y no solía permitir que nada alterara aquel orden. Sí, era una joven demasiado racional.

Inspiré profundo y solté el aire entre mis dientes. Si continuaba analizándolo todo, hasta el más mínimo detalle, terminaría por volverme loca, por lo que decidí romper el silencio entre Valentín y yo.

—¿Falta mucho? —pregunté, con la voz ronca, después de tanto tiempo sin hablar.

—A veces pareces una niña —dijo, esbozando una sonrisa burlona y haciendo que volteara los ojos al cielo.

Sin embargo, hice caso omiso de su comentario y apoyé mi frente en la ventanilla una vez más. No tenía ganas ni fuerzas para discutir; quizás, en otras circunstancias lo hubiese hecho, pero en ese momento era lo último que me apetecía hacer.

—Estamos cerca, ten paciencia —aclaró.

Me alejé del vidrio y lo observé interrogativamente, antes de dirigir mi mirada al frente, observando una alta muralla de ladrillo rojizo que se extendía delante de nosotros.

Cuando avanzamos varios metros más, acercándonos a aquella fortaleza, fruncí el ceño al distinguir una torre del lado derecho, desde donde un guardia vestido de negro nos observaba con cautela.

Un portón de hierro oscuro, trabajado con detalles curvos en las puntas superiores, nos dio la bienvenida a aquel sitio, que incrementaba mi incomodidad.

Sin poder evitarlo, entrelacé los dedos de mis manos, en un gesto nervioso, mientras me mordía el interior de mi labio inferior.

—Relájate, parece un muro al estilo militar, pero te gustará estar aquí —murmuró, intentando tranquilizarme.

—No estoy nerviosa, es solo que no veo la hora de llegar —mentí.

Una pequeña risa se escapó de sus labios, no me creía en lo más mínimo. Definitivamente, me conocía demasiado y eso no era bueno para mí. Jamás había permitido que alguien externo a mi padre y madre, memorizara mis costumbres y expresiones, me incomodaba y, de cierta manera, me hacía sentir vulnerable.

Una vez nos encontramos frente al enorme portón, Valentín intercambió un par de gestos con el guardia de la entrada, quien abrió la contrapuerta, dejando a la vista un hermoso edificio con un frente vidriado, en cuya entrada se encontraba una chica esperándonos.

—¿Esto no es demasiado llamativo? Muro rojizo, edificio con puertas de vidrio, no pasa desapercibido para nadie. No cabe dudas de que buscas protegerme —comenté, sarcástica.

—Mira al cielo. Esto no lo ve nadie más que nosotros —me indicó, alzando la mirada.

Frunciendo el ceño, imité su gesto y pude notar que, a cierta altura, se apreciaba una tenue barrera.

—Es un domo mágico; protege el lugar. Solo pueden entrar y ver todo esto quienes tengan un permiso especial. Si otra persona llega hasta aquí, lo único que verá será un claro rodeado de árboles—aclaró, antes de que yo pudiera abrir la boca para preguntar.

Cuando oí la palabra claro, me estremecí de pies a cabeza, al recordar una de mis últimas pesadillas. Valentín me observó de soslayo, notando mi incomodidad, sin embargo, no dijo nada al respecto.

Suspiré. No podía dejar de sorprenderme con todo lo que me rodeaba. No solo era posible controlar los elementos, sino que en verdad existía la magia propiamente dicha.

Al llegar a las puertas acristaladas, nos detuvimos frente a la edificación y enfoqué mi mirada en la chica de cabello castaño y ojos color avellana que nos sonreía amistosamente.

Valentín se apeó rápidamente del coche y saludó a la joven de manera efusiva, haciendo que me preguntara quién era y de dónde se conocían. Sin embargo, me tragué mis cuestionamientos y me apeé del vehículo, sintiendo un ligero vértigo al girarme hacia ellos. No obstante, ignoré aquella sensación, convenciéndome de que se debía a la falta de comida y a las escasas horas de sueño.

Cerré los ojos por un segundo, a la espera de que la sensación de que todo daba vueltas se alejara de mí, antes de caminar hacia Valentín y la muchacha, sonriendo.

—Hola, Merlía ―me saludó aquella desconocida― soy Leslie. Seré tu guía y, si me lo permites, también tu amiga — agregó, sin dejar de sonreír, mientras tendía su mano hacia mí, la cual estreché con respeto mientras asentía.

La actitud de Leslie me transmitía tranquilidad y eso me agradaba, al igual que aquel sitio; todo en él me transmitía una increíble sensación de paz y de bienestar.

Realmente esperaba que, a partir de ese momento,todo comenzara a marchar bien.

Lucha Eterna. Fuego Y Agua 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora