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Narra Valentín

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Narra Valentín

Apreté los puños con rabia. Me sentía frustrado por todo lo que estaba pasando a mi alrededor. Yo no había elegido aquella tarea, me había sido impuesta, y ahora estaba pagando las consecuencias.

Durante un buen rato, me dediqué a caminar hasta el río, en donde me detuve sobre un viejo muelle, desde el cual podía divisar la frontera del reino, tras la cual se extendían las lejanas tierras de Lethar, unas tierras un tanto desoladas, pero bastante pacíficas. Según lo que tenía entendido, las personas que habitaban aquel reino eran capaces de controlar el aire, aunque nunca había tenido la posibilidad de conocer a alguno de ellos, para poder saber si lo que se decía era verdad.

Luego de un par de minutos observando el horizonte, sentí como la ira remitía en mi interior. Odiaba que preguntara por cosas tan específicas. Mer tenía un talento innato para saber en dónde golpear, pero había perdido a mi hermana, mi hermana menor. No tenía tacto cuando se trataba de ella.

Cansado de todo, arrojé una piedra al agua. Si estábamos allí era por capricho de un grupo de adultos que no tenían idea de qué hacer con sus vidas, más que complicarnos la existencia.

Anthony no sabía lo que era gobernar. En las calles del reino podía apreciarse la pobreza y la desolación en la que él había sumido al pueblo. ¿Era necesario que los ciudadanos pagaran ese precio por culpa de su insípida ambición?

Sacudí la cabeza, intentando alejar aquellos fantasmas y emprendí el camino de regreso. Esperaba que Merlía se encontrase bien, la había dejado sola durante demasiado tiempo, a sabiendas del peligro que ello podía conllevar para ella.

Mientras atravesaba la espesa vegetación, el crujido de una rama me alertó, haciéndome envararme y girarme hacia la izquierda en busca del causante de aquel sonido, divisando a Merlía a lo lejos. ¿Qué hace aquí?, me pregunté, solté un improperio al comprender que era probable que se hubiese perdido al intentar buscarme.

Comencé a caminar, sintiendo que una rama de espinos me rasguñaba el brazo, causándome tres líneas paralelas que no demoraron en comenzar a arder, confirmándome que aquella planta no era del todo inofensiva. Suspiré y forcejeé un poco hasta liberarme de aquellas zarzas, en el momento en que vi con espanto como ella se adentraba en «el claro».

—¡Merlía! ¿Estás bien? —grité, sin que ella se inmutara.

Con la mirada atónita, la observé trastabillar un par de pasos, golpeándose contra el tronco de un árbol, por lo que, sin perder más tiempo, atravesé la maleza, corriendo hacia ella lo más rápido posible.

Había sido demasiado tonto dejarla sola. Ya la había perdido una vez, no podía volver a suceder.

Desesperado, me arrodillé ante ella y, tomándola por los hombros, comencé a sacudirla en un intento por que reaccionase, sin embargo, su mirada estaba perdida. Sus ojos, fijos en un punto frente a ella, se encontraban vidriosos. No me cabía la menor duda de que los fantasmas del pasado se encontraban allí, en su mente, aterrorizándola.

Mientras la observaba, imponente, Merlía se desvaneció en mis brazos y, por primera vez en mucho tiempo, sentí un verdadero terror.

—Merlía. ¡Merlía! —grité, desesperado, sin obtener respuesta.

Sin estar muy seguro de qué hacer, me incorporé y la tomé en brazos, antes de obligarme a correr, forzando mis piernas de manera sobrehumana, la distancia que nos separaba del almacén.

De una patada, empujé la puerta de madera y, con cuidado, deposité a Mer en el suelo de la cocina, antes de tomar la escalera y colocarla en diagonal, para luego tomarla sobre mis hombros y subir a la segunda planta, intentando no golpearla.

Ignorando el dolor de mi brazo, la deposité sobre la mullida cama y bajé nuevamente para trabar la puerta con un improvisado travesaño de madera. Si alguien entraba y nos encontraba allí, estábamos muertos. Si alguien la reconocía, todo estaría perdido.

Me encaminé hacia la alacena y tomé una pequeña vasija que llené de agua, antes de dirigirme hacia el baño en busca de una toalla, tras lo cual subí las escaleras a toda velocidad y tomé asiento en la cama, posando su cabeza en mi regazo.

Con calma comencé a pasar el paño humedecido por su cuello y su rostro, en un intento de que volviera a la realidad, pero fue en vano. Lo único que me tranquilizaba era ver cómo su pecho subía y bajaba, con calma.

Luego de esperar un par de minutos a que respondiera mínimamente, me rendí. Aquello era inútil y era perfectamente consciente. Sus párpados cerrados demostraban, por momentos, el movimiento de sus ojos bajo la piel, dejando en claro que no la estaba pasando para nada bien.

Me parecía increíble pensar en cuánto extrañaba sus iris azules. Realmente prefería que estuviera gritándome enojada por mi vil intento por activar sus dones, o que me preguntara de nuevo por qué la había sedado para llevarla al refugio, antes que verla en ese estado.

Cerré mis ojos e incliné la cabeza hacia atrás, soltando un suspiro. Leslie tenía razón, Mer no estaba preparada, pero si nos hubiéramos quedado del otro lado del portal, probablemente no seguiríamos con vida.

No debí dejarla sola..., ni siquiera debí aceptar protegerla. Quizás estaría mejor ignorando esta situación.

No, eso tampoco hubiese sido posible. En ese caso, la habrían encontrado hace tiempo.

Era un imbécil. No solo había puesto en peligro su vida, sino también la de Leslie y Ale. ¡Cuánto los extrañaba!

Necesitaba tanto a mi hermana y su capacidad para calmarme..., sin embargo, algo en lo más profundo de mi ser me decía que, lamentablemente, la habían atrapado. Suspiré, pensando en lo que sabía que pasaría en caso de que mis presentimientos fueran acertados.

Me sentía tan frustrado al no poder ayudarlas. Merlía demoraría en despertar, eso, si no se perdía en sus delirios, y en cuanto a Leslie ni siquiera sabía qué había ocurrido con ella aquel día.

Deseaba con todo mi ser que nada de todo aquello hubiese sucedido. Un par de lágrimas traicioneras brotaron de mis ojos. Conforme avanzaba el tiempo, todo lo que ocurría me destruía más por dentro.

Tras suspirar con suavidad, posé la cabeza de Merlía sobre la almohada y tomé una de sus manos, constatando que estaba helada.

—Merlía, eres fuerte, increíble, has logrado convertirte en una heredera realmente valiosa, aprendiste a tener más confianza en ti..., —dije, haciendo una pequeña pausa para cerrar los ojos y suspirar una vez más—. Abre tus ojos, princesa —murmuré, confiando en que pudiera oírme.

Dejé su mano junto a su cuerpo y, tras levantarme con cuidado, me encaminé hacia la puerta, a paso lento, en donde me mantuve un segundo bajo el marco, deseando que despertase y, sobre todo, que algún momento lograse perdonarme por todo lo que había hecho y le había ocultado, aunque hubiese sido por su bien.

Tragando saliva, salí de la habitación, cerrando tras de mí y dejándola en compañía del torrente de recuerdos que la acosaban sin piedad y que pedían a gritos salir.

Lucha Eterna. Fuego Y Agua 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora