19

48 7 0
                                    


Me desperté sobresaltada al oír el sonido de la puerta de la habitación cerrándose con pesadez

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Me desperté sobresaltada al oír el sonido de la puerta de la habitación cerrándose con pesadez. Esperando que Valentín regresara, me había quedado en su cama.

Me puse alerta al oírlo jadear y respirar entrecortadamente, por lo que encendí la lámpara que se encontraba en la pequeña mesita, en el momento en el que se detenía de forma abrupta, sin girarse hacia mí.

―¿Dónde estabas?―lo interrogué, haciéndole darse la vuelta y quedando de perfil.

Aterrorizada, abrí los ojos de par en par, al notar como un oscuro hilo de sangre descendía por su mandíbula. De inmediato me puse de pie y me acerqué a él, obligándolo a que me mirara y me permitiera observar que tenía el labio partido y varios arañazos en todo su rostro.

―¡Dios! ¿Qué te ha ocurrido? ―exclamé, enarcando las cejas.

―Tuve un pequeño conflicto ―repuso, bajando la mirada.

―¡Oh, sí, claro! ¡Un «pequeño» conflicto! ―exclamé, con sarcasmo.

Permaneció en silencio, mientras que en sus ojos podía percibir el atisbo de un sentimiento extraño. Estaba segura de que no se trataba de tristeza, sin embargo, ¿qué era lo que empañaba su mirada.

―Siéntate ―le ordené, haciendo a un lado las preguntas.

Cuando vi que me obedeció sin rechistar, me encaminé hacia la cocina en busca del botiquín.

Una vez tuve lo necesario, subí en volandas hasta su habitación y me senté junto a él, obligándolo a mirarme para así poder evaluar en qué estado se encontraba su rostro. Tenía varios hematomas, sin embargo, les quité importancia, ya que, poco a poco, tornarían de color hasta desaparecer, y me enfoqué en el corte de su labio inferior, en el cual aún quedaba un rastro de sangre reseca.

Tomándolo cuidadosamente por la barbilla, comencé a limpiar aquella herida, procurando no hacerle daño. Aun así, soltó un quejido y se removió, incómodo, buscando evitar aquel contacto, por lo que me vi obligada a presionar el algodón contra su piel, demostrándole que no cedería.

Lo miré con los ojos entrecerrados, hasta que terminó por acceder. Al fin y al cabo, él se había buscado aquello.

Un par de minutos después, ya había terminado mi tarea, por lo que guardé cada cosa en su lugar, antes dejar el botiquín sobre la mesa y girarme para mirarlo a los ojos.

―No me dejarás en paz hasta que te lo cuente, ¿verdad? ―preguntó, en un suspiro.

―Por supuesto que no ―aseguré―. Así que dime, ¿dónde se supone que estabas?

―Lo siento mucho, pero no te lo diré. No quiero que me interrogues ni que me molestes. Así que, por favor, vete a tu habitación. Lo que haga o deje de hacer no es de tu incumbencia ―repuso, molesto.

Lucha Eterna. Fuego Y Agua 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora