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Viernes. Las clases fueron suspendidas por los preparativos de la fiesta, pero aún así decidí levantarme temprano. Quería escoger la ropa que me pondría esta noche, tenía que ser algo que me hiciera sentir cómoda pero que también me hiciera verme bien. Rebusque por todo mi armario buscando el vestido perfecto pero ninguno era lo suficientemente bueno.
Entonces recordé a mi arma secreta.
Bajé las escaleras lo más rápido posible y busqué a mamá en la cocina. Como siempre ella estaba allí preparando café mientras papá cocinaba el desayuno, huevos con salchicha. El olor provocó que el estómago me gruñera. Papá me miró y sonrió para mi.
- Hola nena, buenos días ¿Quieres alimentar a la bestia que vive dentro de ti? - dijo colocando un plato con huevo en la mesa.
- ¡Papá! - dije acercándome a la mesa.
- Lo siento. - dijo riendo. - ¿Café o jugo?
- Jugo. - dijo mamá acercándose a mi lado con un vaso y dos tazas. - A tu hija no le gusta el café George.
- Gracias mamá. - papá me sirvió jugo de naranja y yo devoré el desayuno en un instante.
- Wow, ahora si le creo a tu padre sobre tener una bestia en tu estómago. - dijo mamá y le dio un sorbo de café a su taza.
Los miré y ambos trataban de no reír, pero se intercambiaban miradas cómplices, sin tener éxito soltaron una carcajada y se volvieron a mirar con dulzura. Amaba a mis padres, eran perfectos juntos y se amaban el uno al otro inmensamente. Yo deseaba un amor como el de ellos.
- Mamá ¿Podrías ayudarme con algo?
- Claro mi amor ¿con qué? - dijo terminando con su taza de café y poniéndola en el fregadero.
- Necesito que me ayudes a escoger un vestido.
- Oh, con gusto cariño. - dijo mamá entendiendo lo que yo en verdad quería decir.
Subimos al segundo piso dejando a papá solo en la cocina. Entramos a la habitación de mamá y me hizo sentarme en su cama de cara al armario. Cuando lo abrió pude ver un montón de nuevos vestidos, todos confeccionados por ella.
- ¿Qué te gustaría usar? - preguntó mamá sacando vestidos por montón.
- ¿Qué tal si me sorprendes? - dije dándole una mirada cómplice a mamá.
Ella sonrió y me dio un beso en la mejilla.
- No te preocupes, lo haré.
Salí de la habitación y caminé hasta el baño y me di una ducha.
Me sentía tan feliz. Salí del baño y caminé por el pasillo y frené frente a una puerta, una puerta que nunca volverá a abrirse. La miré una vez más y continúe con mi camino hasta mi habitación, donde mi mamá había dejado un hermoso vestido llenó de brillos plateados en la parte de arriba con un escote de corazón, y la parte de abajo era tela blanca de seda.
Al probarmelo me sentí gloriosa. La falda del vestido formaba lindas ondas en el aire al dar vueltas y la parte de arriba brillaba ligeramente.
Era perfecto para resaltar un poco entre la multitud de alumnos que asistirán a la fiesta.
Mientras me seguía mirando en el espejo, alguien llamó a la puerta.
- ¡Adelante! - dije sin apartar los ojos del espejo.
- Adeline, cariño, ¿Te gusto el vestido? - dijo mamá asomando la cabeza por la puerta.
De inmediato corrí hacia ella y abrí la puerta completamente para abrazarla.
- Sí, gracias mamá, es perfecto. - ella me abrazó con más fuerza y me beso en la frente.
- También traje esto para ti. - dijo dándome una caja de zapatos.
Tomé la caja y la lleve a mi cama. Al abrirla quedé atónita. Eran unos tacones altos de color plateado con un lindo moño en la parte del tobillo. Miré a mamá con felicidad e intente abrazarla pero ella me detuvo.
- No, estos son de parte de tu padre. - dijo mamá señalando a la puerta. Papá entró a la habitación con una sonrisa y se plantó junto a mamá.
- Espero que te sirvan de algo princesa. - dijo papá mirándome a los ojos con ternura.
Le di un abrazo y un beso en la mejilla. Regresé a mi cama y me senté para poder ponerme los tacones. Perfectos. Ni tan grandes ni tan pequeños, solo perfectos.

Salí de casa con una blusa blanca lisa, unos jeans claros y mis tenis de mezclilla.
Caminé por el vecindario hasta llegar a una estética establecida en una de las casas. Me quedaba a 8 casas de la mía y además como ya era clienta recurrente me hacían algunos descuentos, así que podía ir cuando yo quería y podía pagar con mi mesada.
Entre por la puerta que siempre estaba abierta de 10 de la mañana a las 3 y de 5 a 9 de la noche.
- Tan puntual como siempre. - dijo la dueña del lugar sonriendo. Era una persona delgada y de cabello dorado y hermosos ojos azules, vestida con su típico mantel negro. - las 6 justas.
- Al igual que tú. - dije dando saltitos.
- Ven, vamos a comenzar. - me dijo dándole golpecitos a la silla.
Caminé hasta ella y me senté frente al espejo. Comenzó a peinarme y me hizo ondas que parecían tan naturales, me maquillo con los colores que le expliqué que más iban con mi vestido. Cuando terminó me miré al espejo. Mi reflejo me hizo sentirme bien. Me veía bien y estaba feliz.
- ¿Puedes cobrarle a la chica? - dijo la dueña mientras ordenaba el maquillaje. - Puedes pasar a la caja querida.
Caminé a la caja mirando a mi monedero y sacando el dinero.
- Serán 150 por favor. - dijo un chico con una voz muy familiar.
Levanté mi cabeza para darle el dinero y me sorprendí al verlo.
Álex.
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Entre la amistad y el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora