Capítulo 11

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Sé que morí. Lo que no entendía era que hacía allí. Esperaba con toda mi alma ver a mi papá. Saber eso con mi corazón, me permitía mantener cierta esperanza en la muerte. Pero cuando me ví nuevamente en ese cuarto, no entendía que pasaba.

 Pero cuando me ví nuevamente en ese cuarto, no entendía que pasaba

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Era mi cuarto. No, su habitación. La chimenea estaba encendida, la butaca junto a la cama... y una mujer sentada en ella. ¿Quién era? Tenía un trapo en su mano temblorosa. Me acerqué a la cama. La cortina a los pies estaba corrida, por lo que tuve que dar la vuelta. Ahí estaba León, tendido sobre sábanas blancas, la piel empapada en sudor, su cabello mojado... su mirada perdida.

-No pude,Sherry. -murmuraba. -No pude salvarla.

-Sh. No te angusties más. -colocó el trapo sobre su frente.

-La abandoné... cuando más me necesitaba...

-No había nadie allí, Wally.

Entonces lo entendí. Él salió en la nevada... para salvarme a mí.

Me senté en la cama. Él pudo haberme sentido, pues sus ojos me buscaban. 

-No. No me abandonaste. -le dije. -Estuviste a mi lado al final.

-¿Laura?

La mujer sollozó.

-No, mi amor. Soy yo, Sherry.

-Sí, soy yo.

-¡Oh, no! Sherry, ella está aquí.  ¿No la escuchas? ¿Puedes verla?

-Es la fiebre, amor. Deliras.

-Ella tiene razón. Es la fiebre, deliras. -dije en tono jocoso.

León levantó un poco la comisura de sus labios.

-Ella bromea conmigo.

Vi a la mujer llorar en silencio. Y al hacerlo me recordó a la señora Magui.

-Sherry Mac Owen... tu  mujer...

-Sí. -contestó.

-¿Te creerá menos loco si le hago saber de mi presencia? ¿Si logro tocarla de alguna forma?

Apoyé mi mano en la de ella que aún mantenía sobre la frente. Inmediatamente la retiró.

-Te ha tocado, ¿no es así?

Ella se levantó de la butaca, casi tirando el agua de la fuente que tenía a su lado.

-¿Qué... qué está pasando?

-Laura está aquí. -contestó León con lágrimas en los ojos. -Su mano está sobre mi frente.

La puerta se abrió en ese preciso instante. Una mujer muy bien vestida entró con un hombre, un caballero algo grueso, mucho mayor que ella.

 Una mujer muy bien vestida entró con un hombre, un caballero algo grueso, mucho mayor que ella

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-Déjenos, Sherry. -le ordenó fríamente a la mujer.

-Cierra tus ojos y déjanos escuchar. -le dije a León.

Aún afiebrado y débil, se notaba la ira que le produjo la actitud de aquella mujer con Sherry.

-No creo que sea lo correcto, Marianne. -dijo el hombre en cuanto quedaron solos.

-No voy a esperar a que elija esposa la siguiente temporada. Tú no has sido capaz de darme un hijo para asegurar la herencia. Al menos vigila el pasillo que nadie se acerque.

El hombre abrió la puerta y salió. La mujer sacó un frasco que llevaba escondido en un bolsillo de su vestido, vertió un poco en un vaso con un poco de agua y se lo dió a beber a León.

-Esta medicina te hará bien... hermanito.

Él quiso resistirse, pero su hermanastra logró hacérselo beber. ¡Estaba en lo cierto! ¡Lo envenenaron!

En cuanto terminó su cometido, la mujer salió.

-León. ¿Me escuchas? 

-¿Qué pasa?

-¿Recuerdas lo que hablamos en el coche, la pregunta que te molestó? 

-Sí...

-¿Cómo te sientes? 

-Mareado... enfermo... siento frío... en mi cabeza...

Quise salir a buscar a Sherry, pero al intentar abrir la puerta... no pude. ¡Ni siquiera podía agarrar el picaporte! ¡Era un fantasma! ¿¡Cómo podría ayudar a León si era un maldito espíritu!?

Respiraba entrecortadamente, como si hubiera corrido una maratón. Debía tranquilizarme. Pensar. Volví junto a León... rezando. "Dios, por favor, ayúdame. Para salvarlo." Rezaba y rezaba como nunca he rezado en mi vida.

Como si Dios me hubiera escuchado, recordé una noticia que ví en televisión hacía unos años. Un cura o un pastor, no sabía quién, curaba a las personas poniendo las manos sobre la zona afectada. Coloqué mi mano sobre él. No sentía nada. Hacía rato que León estaba inconsciente. Puse mi mano derecha sobre su frente y moví la otra a cinco centímetro de su cuerpo. Cerré los ojos para concentrarme, intentando imaginar cómo mi energía salía de mí hacia él. En un momento determinado, comencé a sentir un dolor punzante sobre la boca del estómago. Continué hasta que no pude resistirlo y me giré para vomitar sobre la fuente con agua que había en la mesa junto a la cama.

No tenía fuerzas. Caí sobre la alfombra y cerré los ojos. A lo lejos, muy lejos, escuchaba voces que no podía distinguir ni descifrar lo que decían. No sabía si hablaban en castellano, inglés o suajili. La oscuridad me arrastraba...

Aún falta más. ¿Qué pasará con León y Laura?

León (editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora